Amantes en Silencio

Capitulo XXV

La mañana en Italia comenzó con un aire pesado, como si el día estuviera cargado de conflictos. Sabrina estaba en su nueva oficina dentro de la mansión principal, un espacio amplio y elegante que no hacía nada para mitigar las tensiones que se acumulaban en el ambiente. La mirada de Paolo Russo, quien estaba sentado frente a ella, reflejaba irritación y desconfianza. Desde que había llegado, su mera presencia parecía haber perturbado el frágil equilibrio que mantenía todo en funcionamiento.

Sabrina no perdió tiempo en comenzar.

—Paolo —dijo, cruzando las manos sobre el escritorio—, quiero un informe detallado sobre la situación económica del lugar. Necesito saber los ingresos, gastos y todos los movimientos financieros que se han hecho en los últimos seis meses.

Paolo se enderezó en su silla, su expresión endureciéndose al instante. Había algo en su mirada que revelaba más de lo que quería mostrar: preocupación.

—¿Un informe económico? —preguntó, su tono cargado de sarcasmo—. ¿Es realmente necesario? Todo está bajo control.

Sabrina arqueó una ceja, su mirada firme.

—No pregunté si estaba bajo control. Lo ordené. Quiero ese informe en mi escritorio antes de que termine el día.

Paolo soltó una risa seca, inclinándose hacia adelante.

—Mira, isabella . Este lugar tiene sus propios sistemas, y no puedes venir aquí y empezar a pedir cosas como si fueras la dueña. Hay cosas que... no necesitas saber.

El corazón de Sabrina se aceleró ligeramente, pero no dejó que se reflejara en su rostro. Sabía que había algo que Paolo estaba tratando de ocultar, y no tenía intención de retroceder.

—¿Y qué cosas son esas? —preguntó, su tono más bajo pero cargado de tensión—. ¿Qué exactamente no quieres que vea?

Paolo la miró fijamente, sus ojos llenos de desdén.

—No es sobre lo que quiero o no quiero que veas. Es sobre cómo funcionan las cosas aquí. Hay movimientos que no necesitan ser cuestionados. Solo confía en que todo está en orden.

Sabrina dejó escapar un leve suspiro, pero su mirada se mantuvo firme.

—Paolo —dijo, su voz bajando aún más—, si tienes algo que esconder, es mejor que lo aclares ahora. Porque si descubro algo que no debería estar ahí, créeme, las consecuencias serán mucho peores. —Su tono se volvió más frío—. Y para que quede claro, no confío en nadie. Por eso estoy aquí.

Paolo la miró durante unos segundos, su mandíbula tensándose, pero finalmente apartó la mirada. Sabrina sabía que había plantado la semilla de la duda, pero aún quedaba mucho por hacer.

—Tendrás tu informe —dijo finalmente, su tono lleno de irritación—. Pero no esperes milagros.

Sabrina lo observó salir de la oficina, su mente trabajando rápidamente. Paolo estaba nervioso, y eso solo podía significar una cosa: estaba ocultando algo. Y ella no iba a detenerse hasta descubrir qué era.

Más tarde, mientras revisaba algunos documentos, Sabrina llamó a la puerta de uno de los guardias.

—Necesito un asistente —dijo, su tono firme—. Alguien que sea eficiente, inteligente y confiable. Tráiganme a los candidatos antes de que termine el día.

Las órdenes fueron ejecutadas con rapidez, y horas después, cinco personas se encontraban frente a ella en su oficina. Sabrina los observó detenidamente, analizando cada detalle. Los primeros cuatro candidatos eran fuertes físicamente, con una presencia imponente que parecía adaptarse a las exigencias del lugar. Pero el quinto candidato era diferente. Era más pequeño y delgado, con gafas que le daban un aire más intelectual. Sus ojos reflejaban una mezcla de nerviosismo y determinación.

Sabrina se levantó de su silla, caminando hacia ellos lentamente.

—¿Por qué quieren este trabajo? —preguntó, mirando a cada uno de ellos.

Las respuestas variaron desde ambición hasta obediencia, pero fue el quinto candidato el que captó su atención.

—Quiero demostrar que puedo ser útil —dijo, su voz tranquila pero cargada de convicción—. No soy el más fuerte físicamente, pero soy inteligente y aprendo rápido. Puedo ofrecerle estrategias y análisis que nadie más puede.

Sabrina lo miró fijamente, analizando cada palabra. Había algo en él que le intrigaba, algo que veía como potencial.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó finalmente.

—Enzo —respondió, su tono firme.

Sabrina asintió, volviendo a su escritorio.

—Eres contratado —dijo, sorprendiendo a todos los demás candidatos—. El resto puede retirarse.

Enzo se quedó en su lugar, algo nervioso, pero Sabrina no se molestó en tranquilizarlo. Sabía que él sería un buen recurso, pero también quería probar su resistencia.

Esa noche, Sabrina cenó con Enzo en el comedor de la mansión. Era una cena sencilla, pero el ambiente estaba cargado de expectativas. Enzo estaba sentado frente a ella, y aunque su postura reflejaba nerviosismo, sus palabras eran claras.

—Gracias por darme esta oportunidad —dijo, rompiendo el silencio—. Sé que hay cosas que debo aprender, pero prometo hacer mi mejor esfuerzo.

Sabrina asintió, tomando un sorbo de su vino.

—¿Qué puedes ofrecerme, Enzo? —preguntó, su tono neutral pero inquisitivo.

Enzo se tomó un momento para responder, ajustándose las gafas.

—Conozco los sistemas financieros y operativos de lugares como este. He trabajado en análisis de datos y estrategias en el pasado, y puedo ayudarle a identificar problemas antes de que se conviertan en crisis. También... bueno, soy observador. Puedo notar detalles que otros pasan por alto.

Sabrina lo observó detenidamente, considerando sus palabras.

—Espero que cumplas con lo que prometes —dijo finalmente—. Porque aquí no hay espacio para errores.

Enzo asintió, su determinación reflejada en su mirada.

Sabrina sabía que esta alianza tenía potencial, pero también sabía que había riesgos. En un lugar como este, confiar era un lujo que no podía permitirse.

La cena había terminado, pero el aire en la mansión seguía pesado, cargado de tensiones no dichas y desafíos no enfrentados. Sabrina caminó por los pasillos hacia su habitación, sus pasos firmes pero silenciosos. Aunque había intentado mantener su compostura durante la cena con Enzo, había algo en el comportamiento de Paolo, algo en sus gestos y palabras, que seguía inquietándola. Era como si estuviera rodeada por un constante velo de desconfianza, y eso la hacía sentirse más alerta que nunca.




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