El sonido de la llamada cortada aún resonaba en mi mente cuando giré hacia Lilith, que seguía en el gimnasio con esa mirada desafiante que siempre me irritaba.
—¿Qué demonios crees que estás haciendo? —espeté, mi voz cortante como el filo de un cuchillo.
Lilith apenas pestañeó, su sonrisa creció.
—¿Haciendo? Nada en especial. Solo vine a verte.
Fruncí el ceño y cerré la distancia entre nosotros en un paso. Tomé su muñeca con firmeza, sintiendo cómo tensaba el cuerpo.
—No juegues conmigo, Lilith —advertí, mi tono bajo y peligroso.
Ella soltó una risa baja, casi burlona.
—¿Jugar? Ángelo, no tienes que fingir que no disfrutas esto.
Mi agarre se endureció.
—No me hagas repetirlo.
Lilith intentó zafarse, pero la mantuve firme. Su expresión cambió, el juego se convirtió en frustración.
—Un día vas a darte cuenta de que rechazarme fue un error.
Solté su muñeca con desprecio.
—Prefiero vivir con ese error.
Lilith me miró con rabia, pero no tenía margen para insistir. La puerta del gimnasio se cerró tras ella, y yo sentí un alivio inmediato.
Me dirigí al baño sin perder tiempo, dejando que el agua helada disipara la ira que aún quemaba dentro de mí. Pero la calma fue momentánea.
Más tarde, al entrar al despacho de mi tío, la tensión se hizo palpable al instante. Él me observó con una expresión calculadora.
—Te ves más agotado cada día —murmuró con falsa preocupación.
Crucé los brazos.
—Quizás porque siempre hay alguien tratando de quitarme lo que es mío.
Él sonrió con satisfacción.
—Esa es la naturaleza del poder, Ángelo. Nada es realmente tuyo, solo lo tomas por un tiempo.
Di un paso adelante.
—No en mi caso.
Su sonrisa se desvaneció.
—Sigues aferrándote a un trono que no te pertenece por completo.
Me incliné sobre su escritorio, mis manos apoyadas con firmeza.
—Sobre mi cadáver.
Mi tío soltó una carcajada seca.
—Eso podría arreglarse.
El aire se volvió denso, peligroso. Ambos sabíamos que esta guerra nunca había sido solo de palabras. El despacho estaba cargado de una electricidad invisible. Ángelo no se movió de su sitio, sus manos aún apoyadas sobre el escritorio. Su tío lo miraba con la misma calma de siempre, pero sus ojos ocultaban una satisfacción perversa.
—Te estás aferrando a una idea que no tiene sustento, Ángelo. —Su tono era casi despreocupado.
Ángelo apretó la mandíbula.
—No tienes idea de lo que soy capaz.
Su tío soltó una leve carcajada y se inclinó hacia atrás en su silla.
—Esa es justo la actitud que los Benedit aprovecharon.
Ángelo frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir?
El hombre entrecerró los ojos, disfrutando del momento.
—¿De verdad creíste que todo lo que ocurrió fue casualidad? La trampa que te tendieron estuvo meticulosamente planeada.
La sangre de Ángelo se enfrió por un instante, pero no mostró reacción alguna.
—Sigue hablando.
Su tío sonrió.
—Los Benedit han estado observándote, esperando el momento exacto para hundirte. La jugada les salió a la perfección, y ahora te tienen donde querían.
Ángelo mantuvo su mirada fija.
—Eso está por cambiar.
Su tío negó con la cabeza, divertido.
—¿Vas a vengarte, Ángelo? Como si eso resolviera algo.
Ángelo se irguió, su mirada se tornó más oscura.
—No lo entiendes, tío. No es solo una revancha. Lo que viene será peor de lo que los Benedit jamás imaginaron.
Su tío levantó una ceja.
—Hablas demasiado. Pero dime, ¿cómo piensas hacer que tu "venganza" valga la pena?
Ángelo caminó lentamente alrededor del escritorio, su voz firme.
—Porque no voy a destruirlos de inmediato. Los voy a desmantelar poco a poco. Van a ver cómo todo lo que construyeron se desmorona ante sus ojos sin que puedan hacer nada.
El silencio que siguió fue espeso. Su tío observó a Ángelo con curiosidad, pero también con una pizca de respeto.
—Interesante. Pero recuerda, los Benedit no son presa fácil.
Ángelo sonrió por primera vez en toda la conversación.
—No tienen idea de quién acaban de despertar.
La tensión continuaba flotando en el aire, pero el fuego en los ojos de Ángelo dejaba claro que esta guerra apenas comenzaba.
—¿De verdad crees que puedes cambiar las reglas del juego, Ángelo? —Su voz era baja, casi burlona.
Ángelo mantuvo su postura firme, sin dejarse intimidar.
—No necesito cambiar las reglas, tío. Solo necesito que recuerdes quién soy.
Su tío ladeó la cabeza, divertido.
—Tanta arrogancia. ¿Y cuál es tu gran plan ahora?
La mirada de Ángelo se endureció.
—Me voy. Regreso a Alemania.
Su tío arqueó una ceja, claramente intrigado por la declaración.
—¿Huyendo ya? Qué decepcionante.
Ángelo soltó una leve risa, sin humor.
—No es huida. Es estrategia. Alemania es mi territorio, y desde ahí iniciaré lo que realmente importa.
El hombre cruzó los brazos, evaluándolo.
—¿Y qué es lo que realmente importa?
Ángelo dio un paso adelante, su presencia llenando la sala con una energía casi palpable.
—La guerra.
Su tío permaneció en silencio por un instante antes de soltar una carcajada seca.
—¿La guerra? ¿Contra mí?
Ángelo sonrió de lado.
—No me subestimes.
El hombre negó con la cabeza, su diversión intacta.
—Eres valiente, te lo concedo. Pero también eres impulsivo. Y eso siempre lleva a la derrota.
Ángelo inclinó la cabeza ligeramente.
—La derrota no es una opción.
Su tío se apoyó en el escritorio, su mirada perdiendo la diversión y volviéndose calculadora.
—Entonces espero que estés listo para lo que viene. Porque si decides iniciar una guerra, asegúrate de tener cómo ganarla.
Ángelo sostuvo su mirada sin titubear.
—Más que listo.
El silencio se volvió denso, la declaración de Ángelo marcando el comienzo de algo irreversible.
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Editado: 15.10.2025