Amar a Lucifer

4. El perro de tres cabezas

Al amanecer mientras estoy en la sala del trono siento la presencia de Asmodeos, entra por la puerta y claro que me da gusto ver a mi hermano. Tantos años sin verlo era una tortura después de haber pasado milenios juntos.

—Es un gusto volver a verte Asmodeos, pensé que estabas huyendo de mí.

—Que te hace creer eso hermano.

—El hecho que no has querido verme. ¿O es mera coincidencia?

—Nadie nunca te puede engañar, ¿Verdad Lucifer?

—Nadie.

Él sonríe y se sienta frente a mí con una silla que le proporcionan las almas sirvientes. Era el momento justo para poner todas nuestras cartas sobre la mesa.

Él no estuvo tantos años con los humanos solo por diversión, era hora que su travesía nos trajera las respuestas que yo tanto ansiaba desde que tengo uso de memoria.

—Me dijeron que trajiste a una chica ¿Nuevo juguete? Sabes que nadie debe saber sobre el infierno, los humanos son tan supersticiosos.

—Ella no es cualquier humana.

—A no, ¿Entonces qué es?

—Si te lo digo ahora, todo pierde su misterio ¿No quieres averiguarlo de a poco o al menos por tu cuenta?

Sus palabras me aclaran un poco más la teoría que tenía con la llegada de Asmodeos y esa chica, si resulta ser cierto, ni siquiera puedo pensar con claridad cuando la euforia me escala por la garganta pidiendo que sea verdad.

—Donde está ella.

—En las puertas selladas.

—¡Estas loco! Nadie puede entrar ahí. Nosotros como demonios ni siquiera podríamos salir ilesos de ahí y tú mandas a una simple humana.

—Cálmate yo sé lo que hago. Esa será su prueba.

—Esa niña no durará nada ahí. Tú mismo sabes lo que está resguardado en ese lugar.

—Cerbero.

LILITH

Llegó al extremo del castillo donde Asmodeos me dijo que estaría su cetro, encuentro la puerta que el menciono y me sorprende su inmenso tamaño, es como si fuera tallada en una enorme piedra. El lugar parece solitario como si nadie hubiera venido aquí desde hace mucho.

No sé cómo abrir la puerta, Asmodeos no me dijo nada sobre eso solo dijo: "tú puedes abrirla" eso no me ayuda en nada. Busco por el lugar esperando encontrar una llave tirada por el suelo o debajo de la alfombra, pero estos demonios no son humanos. Me acerco a la puerta y coloco mis manos sobre ella, sintiendo lo frío de la piedra.

La puerta descubre un aura brillante como si fuera una barrera, mis manos son capaz de atravesarla y las puertas se abren de par en par. Entro en ese oscuro pasillo que no sé a dónde me llevará, pero lo descubrí pronto.

Llegó a una gran sala, es inmensa y parece infinita. Hay cantidad de cosas aquí, espadas, collares y muchas otras cosas de valor. Y en su centro hay una bola negra que parece respirar. Hasta ahora la sala me parece indefensa no comprendo el miedo de Asmodeos de venir aquí.

Me paseo con paso sigiloso por el lugar porque la bola negra parece tener vida y no quiero despertarlo. Asmodeos dijo que yo sabría cuál era el cetro pero hasta ahora no siento nada que me indique que lo encontré.

La sala parece no tener fin y que si sigo caminando en línea recta no me tomaré con ninguna pared. Pero algo más allá me atrae de forma peligrosa, camino hasta la oscuridad en el que el pasillo se ciñe. Hay un gran espejo, con el marco tallado con finos rasgos de oro o eso aparenta.

A simple vista no refleja nada, ni a mí misma que estoy parada al frente. Pongo mis manos sobre el cristal y ahí sí que logró verme, pero es como si no fuera yo. Había una Lilith con vestido negro, algo parecido a una corona negra y rubíes rojos incrustados, ella infunde valentía, pero dentro de todo lo negro se perciben un par de alas blancas que oculta tras su espalda.

Un ruido parecido a un zumbido palpita en mis oídos, viene del espejo eso lo sé. Me aparto de forma brusca y retrocedo.

—¡Cuidado!

No logro ni dar media vuelta cuando algo me manda a volar más allá del espejo y me estalló contra una pared. La bola negra resulta ser quien me ha golpeado con su cola, enfocó la vista y es un enorme perro de tres cabezas.

¡Yo sabía quién era! En la Biblia lo ponían como Cerbero, el perro del infierno. Tendría que sentirme amenazada o estar presa del miedo, pero para mí era como ver a un cachorro, mientras más miedo siento la presa, más rudo se portará.

Debía una carga en él, un profundo.

Cuando el perro empieza a correr hacia mí, siento que me levanto del suelo y viajo en una brisa cálida. Esos brazos me sujetan a el de la cintura. Era el chico del pentagrama ¡Era Lucifer!

Pero no parecía tosco y brutal como ese día, tampoco hostil y controlador como lo describía Asmodeos, solo parecía alguien salvando algo que no quiere perder.

Él trata de ir por aire para salir de la sala, pero Cerbero levanta la pata en un intento de bajarnos, lo consigue y caemos al suelo. El impacto es fuerte y todo mi cuerpo se impacta contra el mármol del suelo, el parece estar herido, pero no deja de aferrarse contra mí.




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