Amar a Lucifer

10. Haciendote libre de mi castigo

Avanzó para asomarme más a la basílica y cuando estoy frente a ella despliego mis alas para subir hasta la cima de esa torre que parece desolada. Desde ahí podía ver todo lo que nos rodeaba y a Lilith esperando entre los escalones de la entrada.

Mis pies tocan el borde del marco que finge ser una enorme ventana. El piso está hecho de mármol y la estructura tallada a mano, encojo mis alas para entrar.

Cada paso que doy resuena en el suelo, me bastan dar más de tres para encontrar al demonio que busco tirado en el suelo con sus alas extendidas por el lugar. Su cabello rubio no hacía juego para nada con el negro de sus alas.

Se mantiene con un brazo cubriendo parte de su rostro. A pesar de estar usando el desvanecer, cualquier ser que no sea humano. Sería capaz de verme.

—Los humanos suelen decir que Dios lo ve y sabe todo, pero que es Lucifer quien realmente sabe encontrarte.

—Mi pequeño hermano, siempre causando problemas. Como demonio me encanta tu malicia, pero como tu responsable me fastidia un poco.

—No tenías por qué venir por mí.

—No tenía, pero quería hacerlo.

—El gran Lucifer nunca se tomaría esas molestias.

—¿Por qué huiste?

—Ya no me necesitas. Tienes lo que querias.

En vista que no está dispuesto a darme la cara, hago aparecer mi cetro y lo empuño contra el suelo, las cadenas esparcidas en su cuerpo que apresan su alma a la mia resplandecen y lo hacen arrodillarse con dolor, solo ahí levanta su mirada a mi reprochando el hacerle eso. No me gusta usar esto con mis hermanos, pero a veces solo el temor genera respeto.

—Según se, tú y ella son amigos desde hace muchos, pero muchos años. Pero... la has traído a mi hasta recién ahora.

—Quería estar seguro que era ella.

—Siempre supiste que era ella, pero te lo guardaste para ti mismo. Y después escapas como un sucio cobarde cuando se demuestra que verdaderamente es la persona que buscábamos ante el ritual de las siete almas.

—Lo siento Lucifer.

—Yo también hermano, te envié aquí por la profecía del grimorio, donde anunciaba su regreso. Pude haber enviado a cualquier otro, pero confié ciegamente en ti. Por tus habilidades de sentir el aura de las personas, porque serias el que mejor sobreviviría en la tierra y se mezclaría con los humanos, pero sobre todo porque eres el único que la ama tanto como yo.

—No estaba tratando de traicionarte. Se que no soy rival para ti aunque eso no importaría porque mi amor por ella nunca fue de la manera que piensas, la quiero como te quiero a ti y a nuestros hermanos.

—Y por eso renunciaste a ella y la llevaste al infierno.

—La lleve porque esa era mi misión, cuando me enviaste a buscarla te prometí que no regresaría si no era con ella y lo cumplí.

—La quieres tanto, pero a un así la llevaste con la persona que la hizo perderlo todo. Es como llevar a una persona reencarnada de nuevo a la horca.

—No, si algo he aprendido de los humanos es que todo pasa por algo, solo deje que el destino siguiera su curso. Si no la lleve desde un inicio era porque en el fondo quería pasar más tiempo con ella, la única que está libre de prejuicios y es capaz de querer a un demonio como yo, que no sabe más que ultrajar el cuerpo de otros por su propio deseo.

—La abandonaste, sabes que ella insistió en venir aquí, venir por ti. Casi colapsa gritando tu nombre, rogando que no la dejes sola de nuevo. Los humanos son raros, se aferran a cosas que los dañan, pero tu... no eres un humano.

—No dejo de ser un demonio, que antepone sus caprichos.

—Hablemos Asmodeos, pero como hermanos. Dime que te gusta, que te disgusta. Cuéntame de ti y del origen de tus malas decisiones.

—No es gracioso.

—No tiene que serlo, solo tiene que ser convincente.

—¿Convincente?

—Inicio yo, Soy lucifer estrella de la mañana, tengo seis hermanos, soy viudo o al menos así lo dirían los humanos. Me gusta el calor que emana el fuego y amo las noches oscuras. Cuando fuera grande quería ser sacerdote. Pero me toco ser al que le echan agua bendita.

—Basta.

—Vamos, hazlo ahora tú. —aprieto más las cadenas en su piel para obligarlo a que hable.

—Soy Asmodeos Lust, soy tu hermano. Le temo al compromiso —se queda callado así que mejor pasa al final— y cuando fuera grande, quería ser libre.

Agacha la cabeza con rendición, transformo mi cetro en una guadaña y lo levanto para romper las cadenas que lo ataban a mí. El sonido de vidrio rompiéndose inunda el lugar y los pedazos que caen al suelo hacen que levante la mirada una vez más. hago desaparecer mi cetro, mientras Asmodeos recoge los pedazos de cadenas que se desvanecen en sus manos.

—¡Que has hecho!

—Te estoy dando lo que quieres, tu libertad.

—Solo tu Oz podía romper las cadenas de sumisión.

—Lilith tenía razón, hiciste esto por una sola cosa, por miedo... a perder la libertad que habías conseguido a su lado y en este lugar que parece gustarte. Se que tenerte recluido en el infierno para siempre no es una opción, aunque si era una de las mejores maneras para evitar que más demonios sean eliminados por los celestiales con la estúpida excusa de estar causando problemas. Asmodeos, yo como Lucifer soberano del infierno, te hago libre del pacto de dominio que ataba tu alma a obedecerme.




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