Amar a Lucifer

11. Un cuerpo maltrato y sangre bendita derramada

Hace mucho tiempo, años atrás. Cuando el viento soplaba fuerte y el poco sol que iluminaba al medio día apenas calentaba mi piel, vagaba por las calles de una ciudad hundida en viejas historias y gente muerta entre leyendas.

Limitada por el Vaticano, ese pequeño casi inexistente país que predicaba el amor de un creador que no es del todo perfecto, que repudiaba todo lo malo por el simple hecho de haber nacido del lado gris de la creación.

Seres como yo, se quemarían con solo poner un pie en su territorio, pero a un sabiendo que el agua bendita quema la piel de los demonios, me atreví a entrar a ese lugar. Donde adoraban de forma ciega a las deidades y repudiaban a toda cosa que no estuviera bañada en inocencia y pureza.

—Hey, date prisa Asmodeos. Los demás se están adelantando sin nosotros.

Habla uno de mis compañeros de clase mientras me pasa dando una palmada en el hombro. Dejo que los demás sigan sin mi estábamos aquí por un recorrido de fin de semestre en la universidad.

Este lugar era una obra tallada en piedra, con paredes pintadas de forma hermosa. Había representaciones de ángeles, querubines y demás celestiales. Mis hermanos celestiales se miraban plasmados en todo está obra de arte.

Y era una pena, que yo no estuviera ahí. Pero es claro, la maldad no es algo de lo que se pueda presumir y nadie en su sano juicio quisiera gastar tiempo en pintar a un demonio tan sucio y manchado como yo.

Cada paso que doy es para adentrarme cada vez más a este mundo que adora al creador de forma ciega. Con solo girar la cabeza hacia arriba también se podían ver corrales y techos con las mismas pinturas.

Dejo que el grupo de estudiantes avance sin mí y me quedo en medio de una sala vacía que exponía la pintura inmensa de lo que según había explicado el guía, era Dios tratando de alcanzar a Lucifer para llevarlo de nuevo al buen camino. Todos defendían que el creador hacía todo lo posible por estirar hasta el último centímetro de si para alcanzar a Lucifer pero que esté solo hacia el triste intento de hacerlo, pero no de quererlo lograr.

—Hermano mío, el mundo no puede estar más equivocado que ahora. Donde muchos claman por un juicio justo, a ti todo se te fue arrebatado por la codicia de los seres puros y libres de pecado.

Me sumerjo en la pintura, detallando cada trazo y la simpleza, pero a la vez complejidad del trabajo, un cuerpo desnudo y hermoso pero una mirada herida y llena de rabia.

—Es un debate constante, algunos la llaman, la lágrima de Lucifer y otros pocos. La conocen como la pintura del ángel caído.

La voz me sorprende y me hace voltear. Una chica con cabello negro y de baja estatura contempla la pintura desde más atrás mío.

—Ya veo.

—Lamento interrumpir.

No puedo ver bien su rostro porque lo tapa con la capucha de su abrigo, cuando estoy por acercarme más a ella algo impacta en mi espalda y me hace tambalear.

—Oye, que haces aún aquí. El recorrido ya avanzó más.

El mismo compañero de antes me abraza por la espalda, mis ojos buscan a la chica, pero ya la ven más lejos dirigiéndose a la puerta contraría de la que yo debía ir. Un par de palmadas más de parte de mi compañero me hacen quitar la vista.

—¡Vamos Asmodeos! Esperamos mucho para venir aquí, no nos perdamos el tour que bastantes euros nos hemos ahorrado.

Sin quitar la mirada de la puerta por donde se fue, me arrastran por el brazo para seguir con mi camino. Sin saberlo el porqué, el corazón me latía rápido como si anticipara algo. Tanto que mis oídos zumban y me costaba respirar.

***

Sin saber porque, pero había vuelto al anochecer. Donde las pocas estrellas seguían esparcidas por el cielo, muchas de ellas seguramente muertas hacen miles de años, pero seguían brillando. Mientras el viento hace volar mi cabello me detengo para ver al suelo y acariciarme el puente de la nariz.

—Estás loco, la presión por encontrar algo que puede estar perdido en un lugar de la tierra que nadie conoce, te está jodiendo la mente.

Me rio conmigo mismo, porque estaba hablado solo de nuevo. Un escalofrió me recorre el cuerpo y me obliga a abrazarme. Miro al cielo divagando en mis pensamientos.

Y la vi.

Cayendo del cielo como si fuera arrojaba al desastre junto con sus pecados. Y en mi interior solo sentí el impulso de arrojarme contra esa persona que caía al vacío sin ser consciente de ello.

Mi cuerpo, mis alas. Todo mi ser recibió con gusto su abrumador calor humano, pero se sentía extraño. Como si ya hubiera sentido su piel contra la mía hace mucho tiempo atrás.

Me mantengo en el cielo mientras la acomodo en mis brazos, tal vez era la luz de la luna que parecía hacer resplandecer su piel blanquecina y torturada.

Su frágil cuerpo lastimado y magullado por los duros golpes, dos heridas en su espalda en líneas paralelas a sus hombros. Mientras la tengo en mis brazos la siento tan liviana como una pluma, mi ropa se mancha por la sangre que salpica por todo su cuerpo desnudo.

Talvez en el fondo sabía que desde ese instante había nacido esa fascinación por los cuerpos más allá del deseo de poseerlos, yo quería adorar este cuerpo, plasmarlo de una manera en que mi mente nunca olvidará este momento, quería tatuarlo en mí.




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