Siento que voy en una caída libre que no tiene momento para detenerse, todo a mi alrededor es negro. Inmensamente oscuro que ni siquiera puedo ver mi propio cuerpo, solo que que estoy cayendo y que está sensación me hace doler el estómago.
Se siente como los juegos de feria cuando suben y bajan o esos sueños donde caes a un agujero negro y te hacen pegar un brinco. A medida que caigo sin noción del tiempo que llevo haciéndolo a lo profundo puedo ver un destello de luz que se hace cada vez más brillante, obligándome a cerrar los ojos con fuerza.
Dejo de sentir esa horrible sensación en el estómago y abro los ojos lentamente. Me sorprende encontrarme flotando en un lugar que parecía ser el epítome de la perfección. Todo era blanco, desde el suelo hasta el cielo, y las personas que me rodeaban eran hermosas, con alas blancas que brillaban como la luz del sol.
Era como despertar en otro sueño aún más sorprendente que el anterior, extiendo mis pies para tocar el suelo y efectivamente logró ponerme sobre ellos dejando de flotar.
—¿Te gusta? —pregunta una voz llena de emoción.
Renzo, quien había sido la última persona que vi antes de despertar cayendo por una abrumante oscuridad, sonreía a mi lado. Solo con la excepción del negro de sus ojos, todo de él si que encajaba con todos aquí.
—¿Dónde estamos? —pregunté, mirando a mi alrededor.— Este lugar es... increíble.
Renzo se rió. Aunque esa felicidad se apagó con una creciente nostalgia y tristeza.
—Estamos en el Cielo. —dijo, como si fuera la cosa más obvia del mundo— Antes te aburría estar aquí. Junto con Arkeon siempre debíamos estar pendientes de que no escaparas a la tierra.
Me quedé boquiabierta. ¿El Cielo? repetí internamente, intentando procesar la información.
—Pero... pero no es como lo imaginaba. ¿Que fue lo último que dijiste?
Renzo sonrió de nuevo.
—Nada importante. La mayoría de las personas no saben qué esperar cuando llegan aquí. —dijo y coloco una mano en mi hombro— Llévanos ahí.
Las palabras que quería decir quedan al aire, cuando de un momento a otro nos transportamos a otro lugar, esto a diferencia de esa villa llena de ángeles, parecíamos estar dentro de un lugar. Parecido al castillo donde vive Lucifer y sus hermanos solo que blanco y brillante en lugar de lúgubre.
Los pasillos en este lugar son blancos y parecen no tener fin y los techos tan altos como las grandes catedrales en Roma, Renzo sigue con su mano en mi hombro sonriendo mientras sus ojos siguen todo lo que me causa curiosidad.
Siento unos ojos que nos observan y al voltear a mi derecha me encuentro con un chico de alas grandes y armadura blanca y dorada. El cabello rubio y ojos azules. Con la boca abierta y sus ojos pasan de Renzo a mi sin parar.
—¿Que... carajos hiciste?
—¡Sorpresa! Mira a quien traje Arkeon.
—Entonces tú eres Arkeon. —Digo al recordar que Renzo lo menciono cuando dijo esas cosas extrañas antes.
La expresión de sorpresa se modifica a una eufórica por el simple hecho de llamarlo por su nombre. Se apresura a tomar mi mano con una amplia sonrisa.
—Volviste a decir mi nombre.
—¿Si? —miro a Renzo buscando no ser la única que crea está situación rara— Ustedes dos parecen conocerme muy bien.
Se miran entre si, Arkeon suelta mi mano y vuelve a tomar una postura de guardia dándome un saludo militar.
—Larga vida a la hija de la creación.
Saludan ambos y yo cada vez entiendo menos, todos parecen confundirme con alguien a quien parecer me parezco demasiado. Pero joder, yo era una simple humana que nunca tendría relevancia en un mundo que hasta hace nada pensaba que era imposible de existir.
—Creo que me confunden con alguien. —mi risa nerviosa me delata y ambos cruzan miradas.
—Tienes toda la razón. —dice Renzo y pone sus manos sobre mis hombros— no salimos demasiado a la tierra, y parece que en ese lugar hay muchas personas parecidas entre si.
—Aja, ajá. —le da la razón Arkeon.
—Bueno pero aprovechando el viaje, ¿Te quedas un poco más?
—Creo que mis amigos se preocuparan por mi.
—Tranquila, ellos estaban muy entretenidos resolviendo sus diferencias. No notarán tu ausencia en un largo tiempo.
—Bueno... Entonces creo que un par de minutos no harán daño.
Vuelven a verse entre si y Arkeon asiente. Atrás de ellos hay una puerta demasiado grande y dorada.
—Yo he visto esta puerta. —les digo y atraigo su atención— en la tierra, el arzobispado tiene la tradición de abrir puertas similares a esta cada ciertos años.
—¿Quieres abrir esta? —Arkeon hace un gesto cediendo el lugar.
Sentía nervios al estar frente a esto, pongo mis manos contra las puertas. A pesar de la grandeza estás se abren fácilmente con un leve empujón. A primera vista no se percibe nada, solo oscuridad. Los volteo a ver no entendiendo nada.
—Adelante. —Me anima de nuevo Arkeon.