Amar a Lucifer

13. Días pasados: el comienzo del fuego

Meet you at the graveyard — Cleffy

1920 Londres, Inglaterra

La observó en medio de la oscuridad de la noche, desde este tejado nadie podía verme. No hacía falta activar mi sigilo porque su curiosidad se lleva toda su atención y ni siquiera era capaz de percibir que alguien más la observaba un poco más arriba de donde esa pequeña revoltosa se encontraba vigilando a los humanos.

Lleva puesta una capa negra y sus alas han desaparecido pero el brillo de un celestial se refleja como un aura brillante por todo su cuerpo. Sus ojos verdes siguen de cerca cada movimiento que hacen las decenas de humanos dentro de ese mini palacio que para ellos es lo más grande que han visto.

Los hombres, acompañados de sus esposas que las ayudan a bajar de esos carruajes tirados por caballos. Llevan elegantes vestidos que desprenden lujo barato de un simple mortal. La música que viene del interior es simple y predecible, violines, violonchelos y voces agudas que amenizan a la banal sociedad londinense.

Tiene la boca entreabierta en gesto de asombro por los vestidos que llevan las damas. Me es difícil seguir el movimiento de sus ojos, si seguía viendo, seguramente terminaría mareado.

Sin pensarlo más, salto del tejado donde me encontraba y caigo sobre las tejas donde esta ella escondida viendo a los humanos en sus celebraciones. Rápidamente se pone en alerta y su primera acción es querer lanzarme un golpe que me atraviesa el cuerpo al no haber desactivado mi desmaterialización.

Lanza otros más hasta que entiende, que es imposible y que ambos no somos humanos, sino seres con habilidades.

La capucha de la capa se le resbala de la cabeza en el proceso y deja al descubierto su cabello negro y sus ojos verde se clavan en un intenso escrutinio.

—Tranquila pequeña prófuga. No vengo por nada malo.

—No eres humano. —remarca.

—No, al igual que tú.

—¿Por qué me sigues?

—Nada en especial, digamos que también disfruto de acechar a las personas en mi tiempo libre.

—No los acecho. —se defiende con vergüenza.

—Nunca dije que lo hicieras. Aunque supongo que estar solo aquí observando es... aburrido.

Desactivo mi desmaterialización y extiendo mi mano frente a ella. Sus ojos se deslizan de mi mano a mis ojos.

—Bailamos. —ofrezco.

—¿Que?

—Pienso que los bailes se disfrutan mejor cuando estás en ellos y no solo viendo en una esquina.

Horas Antes

Me desplazo por los pasillos al no tener nada más que hacer, todos mis pendientes del día estaban realizados. En mis momentos libres me gustaba vagar por los rincones del castillo celestial. No había quien pudiera molestarme, es más. Muy pocos ángeles solían hablarme.

Miguelo decía que era por la cara de pocos amigos que solía tener, Asmodeos decía que era porque les parecía estúpidamente hermoso, aunque tal vez solo a sus ojos eso era cierto. Claro que había un ángel más bello que yo. Alguien capaz de desafiar al todo poderoso.

Justamente la voz del último me hace detenerme detrás de las puertas del aula sacra. Me acerco a pasos sigilosos y puedo percibir el aura de tres personas diferentes. La más poderosa no es un secreto a quien pertenece, empujó suavemente una de las puertas para que me brinde una escasa vista al interior.

En su trono está nuestro líder sentado a sus anchas y visiblemente enojado. A sus pies yacen dos Legiones, dos ángeles antes, parte de la Orden de soldados celestiales de Miguelo, pero que ahora estaban a cargo de proteger y vigilar a lo más preciado que tenía el cielo.

No había forma de poder ser uno de ellos, porque a pesar de los miles de ángeles que habitamos los cielos, solo dos tenían ese rango. Elegidos por el todo poderoso, pero aceptados por la segunda deidad, el hijo.

Las dos legiones están arrodillados y castigados viendo al suelo y no a los ojos del todopoderoso. Mi tercer ojo me permite ver el interior de toda el aula sacra. Mi mente sabe que pasa, pero mi sed de información me paraliza hasta quedar saciada.

—¿Cómo pudieron perderla de vista? —escucho que dice con voz resonante— Son unos incompetentes. ¿Cómo se les puede escapar algo tan importante?

Me acerco un poco más, sin querer ser visto. Ambos levantan la cabeza para dar una respuesta a los reclamos de quien tienen enfrente, los reconozco vagamente con sus nombres o al menos los que he escuchado. Renzo y Arkeon, se miran entre sí, con una mezcla de miedo y vergüenza en sus rostros. Ninguno de los dos sabría donde esconderse ante la inminente furia.

—Lo siento, Señor. —dijo Renzo. — No sabemos cómo sucedió. Estábamos vigilando, pero...

—No me importan las excusas. —interrumpió el Todo Poderoso, con un tono de voz más alto que de costumbre— Quiero que vayan a buscarla. No regresen sin ella. ¿Entendido?

Arkeon asintió con la cabeza.

—Sí, Señor. Lo haremos.

Renzo también asintió.

—No fallaremos de nuevo, Señor.




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