Mis pensamientos revolotean como mariposas cautivas, sus ojos se clavan en mi alma y su distante familiaridad me hace sentir incompleto. Las voces alrededor de mi se pierden en el viento, la reunión me parecía menos importante que los pensamientos que trataba de poner en orden.
Todos discuten sobre soluciones a sus problemas entre ellos que mi presencia parece estar de más al no necesitarme enteramente para resolverlo. En medio del tumulto de voces escucho pasos apresurados que vienen en esta dirección los demás no se dan cuenta, pero yo si logro percibirlos aún con mucha dificultad.
Un ángel de bajo rango entra dando portazos, todos guardamos silencio ante su abrupta interrupción y su visible conmoción, respira de manera frenética y las mejillas se le han puesto rosadas, pasan segundos en los que busca aire para hablar.
—Miguelo… —dice, con los ojos fijos en el horizonte que ardía en tonos de fuego celestial— se llevó las tropas celestiales. Ya empezó el exterminio.
No supe qué responder. El silencio que siguió fue absoluto, como si hasta los ángeles contuvieran la respiración. El cielo, antes tan claro, ahora estaba cubierto de grietas doradas, cicatrices de una guerra que no comprendíamos del todo.
Mi estómago se revolvió. Pensé en los pactos antiguos, en las promesas grabadas en mármol sagrado. Pensé en todo lo que creíamos inviolable… y que Miguelo acababa de romper sin dudarlo.
—¿A dónde fue? —pregunté al fin, aunque ya conocía la respuesta.
El ángel solo bajó la mirada y murmuró:
—Al infierno. El dio el primer ataque, los demonios empezaron a defenderse.
—¿Hace cuando empezó la batalla?
—Hace unas horas, me informaron que llegó a los cuadrantes de entrenamiento y dispuso las tropas para que lo siguieran, nadie lo detuvo y solo supieron de la finalidad del movimiento cuando estuvieron entrando en el lado del infierno. Los demonios dispersaron su barrera así que están en campo abierto.
—¿Que tiene ese niño en la cabeza? Se acordó no atacar aún —reclama uno de mis apóstoles.
—Miguelo nunca desobedecería una de mis órdenes, algo debió pasar para que actuará así.
—Señor...
Vuelvo mi vista al ángel nervioso frente a mí, juega con sus dedos y mantiene la cara en dirección al suelo como si no fuera digno de verme.
—¿Sucede algo más?
—Si. —Hace una larga pausa que a todos nos deja en silencio nuevamente— La torre del olvido, fue atacada.
Mi rostro se vuelve en confusión y me pongo de pie para bajar los escalones hasta estar de pie frente al ángel que retrocede cuando llego a su lado.
—Dime que sucedió.
—Notificaron que los guardias encargados de custodiar están muertos, y... La señorita Evandria, también mi señor.
Esta nueva información me hacía posible atar más cabos sueltos, si Evandria estaba en este ataque despejaba cualquier duda de que Miguelo tuviera algo que ver en los acontecimientos.
—¿El cambia formas?
—Muerto mi señor, pero sus heridas fueron provocadas por algo filoso y también... Tiene mordidas en el cuerpo.
—Adamo...
Susurro solo para mi, dejó atrás al ángel y me dirijo presuroso al pasillo, mis apóstoles me siguen de cerca mientras camino frenético hasta mi lugar de trabajo para dejar todo en orden.
—¿Alguna orden mi señor?
Habla a mis espaldas uno de mis apóstoles, el más cercano después de Miguelo y Adamo. Giro brevemente la cabeza para verlo a él y a otros más en el umbral de la puerta.
—Llama a las dos legiones, serán mis guardias.
Los ojos se les abren como esferas de luz que se agrandan por tanto poder. Otro de ellos da un paso al frente y carraspea para aclararse la garganta.
—Mi señor, no estará insinuando que...
—Es exactamente eso, llámalas, iré personalmente al infierno. Si Miguelo fue el que inició esto sin un motivo claro, seré yo quien le ponga fin. ¿Dónde está Adamo?
—Nadie lo ya visto desde la reunión de los apóstoles mi señor. Pero si lo precisa, lo buscaremos por usted.
—No hace falta, avisa a las legiones. Quiero partir lo antes posible.
La respuesta de su paradero era evidente para mí, su traición en gran medida no la vi venir, pensé que lo había recompensado bien, pero parece que le fue poco o que nada de eso le gustó cómo para tenerlo en deuda conmigo para la eternidad. Tuve que haber aprendido la lección hace mucho, pero sigo confiando ciegamente en mis creaciones.
Todos se ponen a trabajar para cumplir mis órdenes. Termino con mis pendientes y me dirijo a mi habitación, cuando estoy dentro todo es tan claro que hasta la luz eterna parece molesta, tomo asiento brevemente a los pies de la cama. Contemplo absorto en lo que cuelga de la pared.
Hermoso.
Pero no me pertenece, aunque aún no lo habían reclamado.
Escucho como tocan tres veces a la puerta, me pongo de pie para salir, me encuentro de frente con Renzo y Arkeon, ambos visiblemente confundidos, pero me siguen sin renegar.