The Greatest — Billie Eilish
No sé en qué momento dejó de ser Lilith, mi Lilith. O tal vez siempre fue así y nosotros simplemente no lo vimos venir. Dicen que los buenos tienen un toque de maldad y que los malos también pueden ser buenos. Tanto en el mundo terrenal como en el espiritual es necesario este equilibrio para que sigamos existiendo.
La miro flotando frente a mí, suspendida a varios metros del suelo, con los brazos extendidos como si abrazara algo invisible. Su cabello se agita como si estuviera bajo el agua, y sus ojos… sus ojos ya no están aquí. Miran hacia la nada, vacíos, como si estuvieran enfocados en un lugar muy lejano. Un lugar que no puedo alcanzar.
La atmósfera se ha vuelto densa, como si el aire se hubiera vuelto plomo. Me cuesta respirar, cada inhalación quema un poco. El calor que emana de ella no es físico, es otra cosa—una presión invisible que aplasta el alma y hace temblar los huesos. El poder que acaba de liberar sigue vibrando en el ambiente, haciéndolo reverberar con una energía antigua, incontrolable.
El suelo a su alrededor está resquebrajado, las piedras levitan lentamente, girando a su alrededor como satélites desorientados. Todo su ser irradia algo… primitivo. Inhumano.
—Lilith...
La llamo por su nombre, una, dos veces. Pero no reacciona. Es como si estuviera atrapada dentro de sí misma, perdida en ese trance que la ha arrancado del mundo.
Y, lo admito, por primera vez en mucho tiempo… tenía miedo.
Miedo de haber desencadenado algo que no sabía cómo volver a guardar en su jaula.
La energía a su alrededor pulsa una vez más, con un ritmo casi orgánico, como el latido de un corazón colosal e invisible. Y con cada latido, el suelo tiembla un poco más. Mis pasos se sienten pesados, como si el mundo mismo tratara de sujetarme para que no me acerque. Todo en mi interior me grita que me detenga… pero no puedo.
Es Lilith, mía.
La misma que se reía en medio del dolor, la que discutía conmigo sobre su libertad a medianoche, la que juró que nunca dejaría que esto pasara.
Y ahora aquí está. Convertida en el epicentro de algo que no debería existir. Pero que yo cree.
Me acerco un paso. El aire chispea, cargado de estática, y una grieta se abre bajo mis pies. No me detengo. Otro paso. Siento cómo su poder empuja contra mi pecho como una ola gigante. Apenas puedo mantenerme en pie.
—Lilith… —mi voz suena apagada, distorsionada, como si el sonido se doblara a su alrededor—. Soy yo. Mírame. Por favor.
Sus labios se mueven, apenas. No sé si es mi imaginación o si realmente intenta decir algo. Pero en ese instante, sus ojos cambian. Por una fracción de segundo, una chispa de conciencia titila en ellos.
Y entonces, todo explota.
Una ráfaga de energía se desata desde su cuerpo, empujándome con tanta fuerza que salgo volando. Mi espalda golpea contra una columna derruida. El aire se me escapa de los pulmones. Me toma unos segundos recuperar la visión, aturdido.
Cuando al fin logro enfocarla de nuevo, sigue flotando. Pero ahora sus ojos están clavados en mí. Y esta vez, hay algo más que vacío en ellos.
Hay lágrimas.
Y eso es lo que más me aterra.
La legiones llegan a mi lado y se colocan como mis custodios, veo Miguelo volar hacia mi y ponerse frente a frente ofreciéndome su apoyo para recomponerme. Miguelo no hablaba si no era necesario, y cuando lo hacía, cada palabra pesaba más que un golpe.
El silencio entre nosotros se prolongó, tenso como una cuerda al borde de romperse. Me acerqué con cautela, aún con el zumbido de la batalla retumbando en mis oídos. La tierra aún olía a ceniza.
—No debió hacer eso mi señor —dijo, sin levantar la voz, pero con una firmeza que heló el aire entre nosotros.
Fruncí el ceño, sin entender del todo a qué se refería.
—¿De qué estás hablando?
—Del segundo sello —respondió. Dio un paso hacia mí—. Fue usted, ¿cierto? Fue usted quien lo rompió. Y libero su poder.
Mi garganta se secó de golpe. Por un instante, el mundo pareció detenerse. Ni siquiera intenté negarlo.
—No tuve otra opción —musité.
—¿No la tuvo? —repitió, con incredulidad y furia contenida—. Lo siento mi señor, pero me parece tonto.
—Ella creo a Adamo, asi que era justo que ella acabará con él. Si hiciste algo mal, eres el responsable de arreglarlo.
Miguelo cerró los ojos por un instante, como si intentara contener algo que amenazaba con desbordarse. Luego me miró, no con odio… sino con algo peor: furia.
—Ella confiaba en usted. Nosotros confiábamos en usted. Pero lo que ha desatado… no se puede deshacer. El segundo sello era el límite. Ahora ya no hay nada que la detenga. No hay poder que le haga frente.
Quise responder. Quise decir que no todo estaba perdido. Pero en el fondo… sabía que Miguelo tenía razón. La mirada perdida de Lilith el temblor del mundo, el poder que había sentido —eso no era solo una reacción. Era el principio de algo mucho más oscuro.