Amar a Lucifer

30. El tercer sello roto, alma

Fuelle —The other side

—¿Estas seguro de esto?

—Ella se ha sacrificado por mi sin dudarlo. —mis ojos arden de tanto llorar desde que no está, este lugar me roba una mísera sonrisa al recordar cuando la salve del mismo perro demoníaco que ahora vuelvo a buscar.

—Espero todo te salga bien hermano mío.

Asiento ante los deseos de Asmodeos y veo a mis demás hermanos detrás de mi. Ellos abren de par en par las puertas. Con solo poner un pie dentro escucho el rugir de la bestia de tres cabezas, pero no retrocedo solo me armo de más fuerza y sigo caminando al interior la neblina me quema la piel.

Pero no hay dolor que se compare a una segunda vida sin ella, ese siempre sería el peor de mis padecimientoss.

Diviso a la bestia en posición de ataque a metros de mi, sus dientes se muestran con filo y un gruñido hondo escala por su garganta, los tres pares de ojos rojos son el reflejo de la sangre hirviendo en los círculos del infierno. Profundos, agonizantes y sin salida.

Un ladrido sonoro me deja paralizado por un momento, no hago ningún movimiento brusco sabiendo que en cualquier momento se tiraría al ataque.

La piel de mi rostro empieza a doler con fuerza ante la toxicidad de la neblina, activo mi forma de demonio y mis cuernos emergen. El aumento del aura ayudaría a que el daño fuera menor. La atmósfera se vuelve más cargada de energía pesada y maligna, el guardián del infierno abre su hocico en un gruñido y el fuego dentro ilumina su interior.

—Se que no te caigo bien, después de todo. Es por mi que estás encerrado aquí. Pero no me atrevería a venir aquí si no supiera que eres el único que puede ayudarme.

Una de las cabezas ladra y las otras dos se ponen en guardia para atacar. Haciéndose levemente hacia atrás para tirarse en mi dirección.

—¡Lilith! —ante la mención del nombre las orejas del perro se levantan dispuesto a escuchar con atención— ella es tu dueña, es por ella que existes y también es por ella que te mandaron para ser el vigilante de las puertas que conducen al infierno, lo sé. A mi también me desterró el creador para no tener nada que le recordara a su hija.

Estiró la mano hacia enfrente y doy un paso hacia adelante, el perro gruñe pero no me hace daño, aún. Me río sin gracia mientras siento de nuevo las inmensas ganas de llorar, aún viéndome débil me dejó quebrar lentamente frente al guardián del infierno. Camino lentamente y este aunque gruñe me deja llegar hasta él y tocarlo.

Su piel emana un fuerte calor capaz de derretir el hielo más enorme de la creación. Poso mi mano en su hocico, por encima de su boca, cerca de su nariz. Sus ojos me enseñan múltiples almas que se queman en los círculos del infierno por sus atroces pecados, pero también me muestran una esperanza para salir de mi dolor.

Inclino mi cabeza hasta que mi frente toca su pelaje.

—Guiame a ella, a ese lugar donde el bien y el mal existen en equilibrio. Ayúdame a traerla de vuelta para que tú y yo por fin seamos libres.

Me alejo súbitamente cuando él se tira al suelo en un gesto de que me está dejando subir a él. Su gruñido se transforma en un gemido tierno y su cola se mueve de un lado a otro barriendo el suelo.

Me subo en su lomo y el empieza a caminar hacia la profundidad de la inmensa habitación, pero tontamente aunque empieza caminando y corriendo nunca llegamos a un tope. Simplemente la luz que mates estaba sobre nosotros se desvanece y la oscuridad nos da la bienvenida.

La oscuridad no me incomoda. He caminado entre sombras más densas que el luto, y he visto cosas que quiebran la cordura de quienes se atreven a mirar demasiado. Pero esto... esto no es simple oscuridad. Es una nada espesa, viva, que te respira encima como si el mismo abismo te olfateara el alma.

Cerbero con sus tres cabezas tensas, gruñendo en direcciones distintas. Sus patas golpean el suelo invisible con un eco que no debería existir en un sitio donde no hay paredes, ni cielo, ni fondo.

No hay camino. Solo caminamos. No sé cuánto tiempo ha pasado desde que cruzamos. Podrían ser segundos, o siglos. Aquí no hay tiempo. Solo esa sensación persistente de que algo nos observa desde donde no debería haber nada. El tipo de sensación que se clava en la nuca como un cuchillo invisible.

Entonces, algo cambia.

No lo veo. Lo siento. Como si la oscuridad hubiera pestañeado.

Una línea de luz, delgada como un susurro, se abre delante de nosotros. No es una luz cálida, no. Es azul, pálida, temblorosa… como una herida recién hecha en la tela de esta realidad.

Mi inquietud crece y la de Cerbero también, tanto que empieza a correr con tanta desesperación que parece que el inexistente suelo no nos alcanza para llegar. A lo lejos se visualiza una sombra en movimiento. Mil emociones me atrapan y sin pensarlo uno de mis pies se apoya en el lomo de Cerbero y me ayuda a tomar impulso en el aire al tiempo que extiendo mis alas y vuelo con desesperación a lo que aguarda en la lejanía.

Cuando estoy a unos metros el eco se rompe con el ladrido brutal de Cerbero, mi corazón se detiene, el zumbido en mis oídos cesa y me detengo de golpe al sentir miedo. Me quedo paralizado, con las alas en movimiento cayendo lentamente al suelo.

Su cuerpo danzando con el aire, perdida en mil o en ninguna realidad, sin sentir dolor, ni angustia. Sin recordar o vivir, cruzando de un lado a otro en una línea que ahora es clara en el suelo, donde un lado es totalmente blanco y el otro negro, ella mantiene un pie en cada extremo. Tenía razón, su alma huyó a donde siempre encontráis paz.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.