Amar a Lucifer

21. Días pasados: el quebranto de una trinidad Pt.2

La última palabra es la que me hace retroceder y soltar su mano por completo. Me pongo rígido en mi posición y me alejo algunos pasos más allá de la cama.

—Lo siento, no volverá a pasar. —trato de mantener una sonrisa temblorosa que no delate que ha herido algo en mi interior.

Ella se levanta de la cama y se aproxima rápidamente a mí.

—Adamo lo siento.

Su palma toca mi mentón y una punzada de dolor me hace retroceder un poco, uno de los tantos golpes que recibía de vez en cuando no había sanado del todo.

—Yo también lo siento Lilith.

Trato de alejarme, pero su mano firme aprisiona mi mandíbula y su baja estatura le ayuda a ver mi piel, su ceño se frunce y busca mi mirada.

—¿Quién te hizo eso?

—Olvídalo.

—¡Adamo! —llama totalmente mi atención al ser la primera vez que alza la voz— ¿Quien fue?

—Uno de los soldados celestiales. —susurro.

—¡Arkeon, Renzo!

No entiendo nada cuando llama a las dos legiones que siempre aguardan atrás de esas puertas o de su espalda, ambos abren las puertas y la miran expectantes a su orden.

—Llamen a mi padre, quiero una reunión con él.

—Lilith —empieza el peli blanco— está reunido con el general Miguelo en este momento.

—Dile que quiero hablar con el urgentemente.

Las dos legiones se miran entre sí y vuelven a cerrar las puertas, me toma nuevamente del mentón y examina miles de veces el mismo golpe amoratado, hasta que la apartó harto del contacto.

—Déjalo, ya sanará.

—¿Hace cuánto sucede esto?

—No mucho.

—No deberías mentir, eres malo en eso. Sé que te dejo solo mucho tiempo y no debí hacer eso así que déjame compensarlo.

—¿Como lo harás?

—Pídeme algo que anheles.

Mala idea Lilith, si me pides que elija, no sabré que pedir, porque simplemente lo quiero todo y una sola cosa me es poca. En cambio, tú, sueles obtener todo lo que pides a manos llenas, así empieza la envidia y no hay nada que pueda matar ese sentimiento.

—Enloqueciste. —trato de irme, pero me toma de la mano.

—Hablo muy en serio, pide y yo te lo daré, después de todo eres...

—Tu trofeo.

—No, eres mi amigo.

—Tu sombra. —corrijo.

—Deja de decir eso.

—¿Dejar de decir la verdad?

—¿Eso también te han hecho creer los demás? Déjame decirte algo y es que en esta vida solo yo misma se lo que eres para mí así que todo lo que digan los demás siempre serán mentiras. Pide...

No te quejes después pequeña Lilith, eres tú quien no le ha puesto límites a mis deseos.

—Alas.

—¿Alas? —pregunta sorprendida y estoy esperando su negativa cuando las legiones vuelven a abrir las puertas de la habitación.

—Lilith.

—Dime Renzo.

—Te está esperando en la sala del trono.

Me toma del brazo y me lleva sin parar por todos los pasillos hasta encontrarnos fuera de la sala del trono, me suelta y arregla su vestimenta. Las dos legiones son las encargadas de abrirnos paso y entramos sin titubear, frente a nosotros el creador permanece sereno recostado en su trono. Extiende la mano hacia Lilith que camina hacia ella y la toma quedando los dos frente a mí, escalones arriba.

—Mi querida Lilith, ¿Qué es lo urgente?

Agachó la cabeza cuando ellos empiezan a susurrarle entre si, hubo intercambios de una pequeña conversación que termina luego, los ojos del creador caen sobre mí.

—¿De verdad deseas eso?

—Yo... Siento si es una petición grosera mi señor.

—Mi ángel. —Vuelve a referirse a Lilith— pon tus manos juntas, y ahora canaliza parte de tu poder en las palmas.

El creador que a menudo llevaba una máscara de seriedad se daba el lujo de quitársela frente a su única y preciada hija, le habla con cariño, la acaricia con amor y la mira con devoción, muy distinto a como nos mirara a alguno de nosotros nunca.

Lilith junta sus manos y su mirada sería indica que se está concentrando, su aura emana de su cuerpo y se canaliza en sus palmas creando una esfera dorada de su poder. El creador extiende su mano a esa bola dorada que parece un torbellino contenido de cuentos dorados y lo detiene cuando parte de su aura se introduce en el poder y una mezcla de dorado y blanco forman pinceladas.

Lilith camina con cuidado hacia mí, temiendo que todo se desarme. Me quedo estático y ella introduce lentamente la bola de poder en mi pecho, siento como todo en mi se enciende acalorado, un dolor en la espalda se vuelve constante. Tanto que mis ojos se enrojecen.

—Tranquilo...

Me susurra Lilith y siento mis huesos removerse dentro, el calor sale por mi espalda con una lentitud que podría matar mi paciencia en segundos, todo lo que siento se pausa de golpe. Lilith retrocede con una sonrisa que la delata y cuando veo por detrás de mi hombro una pared blanca estorba a mi visión, aunque las paredes sin duda no tenían esta suavidad y blancura.




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