El gallo del vecino cantó con una potencia exagerada justo a las seis de la mañana. Ricardo, medio dormido, se revolvió en la cama. Al abrir los ojos, lo primero que vio fue el techo de madera de una habitación desconocida.
—No… no puede ser que esté amaneciendo en este lugar. Creí que era una pesadilla —murmuró, con la voz ronca.
Se sentó en la cama, mirando la ventana con resignación. La luz del amanecer se colaba entre las cortinas. Luego, algo llamó su atención: en una silla, perfectamente doblado, había un uniforme escolar de camisa blanca, corbata roja y pantalones azul marino.
—Genial —dijo con sarcasmo, apretando los dientes.
Se levantó con desgano y salió al pasillo, despeinado, con cara de pocos amigos. En la cocina, Matías ya estaba cocinando y silbando alegremente.
—Buen día, príncipe encantador —saludó sin mirarlo—. El baño está ocupado.
—¿Quién se mete al baño a esta hora? —gruñó Ricardo.
—¿Quién más? Margarita. Dice que tiene que apurarse para ir al colegio y que no se va a retrasar por “un invitado molesto”.
Ricardo resopló y se sentó en la mesa, cruzando los brazos.
—Te estás quejando demasiado para alguien que duerme gratis —le respondió Matías mientras batía unos huevos.
—¿Y mi mamá?
—Fue con mi mamá al negocio. Mateo fue con ellas, pero volverá en un rato. Tiene que ir al colegio también.
—Ah.
Pasaron algunos minutos. Ricardo intentó tener paciencia, pero el sonido del agua corriendo lo sacaba de quicio. Se levantó y caminó hasta la puerta del baño.
—¡¿Podés apurarte?! ¡Ya pasó media hora!
Desde dentro, se oyó la voz de Margarita, con tono tranquilo y sarcástico:
—¿Tan temprano y ya molestás?
—¡La que está molestando eres tú! ¡Ya sal!
La puerta se abrió de golpe. Margarita apareció con su uniforme puesto: camisa blanca impecable, pollera azul oscuro, corbata bien atada, el cabello rizado recogido en una coleta alta. Lo miró con sus intensos ojos verdes, sin una pizca de simpatía.
—Eres un pesado.
Ricardo dio un paso atrás, tragando saliva. No estaba listo para otro golpe.
—Jeje… buenos días, Margarita —dijo con una sonrisa nerviosa.
Ella pasó a su lado como una tormenta silenciosa. Ricardo suspiró aliviado y entró al baño.
—Por fin…
Al poco rato, todos estaban en la mesa. y Mateo ya había vuelto. Margarita comía con calma, como si todo estuviera en orden. Ricardo bajó con su uniforme puesto, el cabello atado en una coleta baja y los zapatos brillando.
Se sentó al lado de Mateo, aún sobándose la mandíbula del golpe de ayer.
—¿Dormiste bien, Ricardo? —preguntó Mateo conteniendo la risa.
—Todavía me duele la cara… pero sí —respondió, lanzando una mirada de reojo a Margarita.
—¿Ah, sí? Yo dormí como un bebé —dijo ella, sonriendo con fingida inocencia.
Mateo se rió.
—Esto va a ser divertido — dijo Mateo para si mismo.
—Si sobrevivís a una semana, te voy a respetar —agregó Matías desde la cocina.
Ricardo resopló y tomó su vaso de jugo sin decir nada.
Luego de unos minutos.
Margarita caminaba rápido, con su mochila colgada al hombro y los audífonos puestos. Ricardo la seguía a una prudente distancia, refunfuñando entre dientes.
—¡Apuráte que llegamos tarde! —gritó ella sin siquiera mirarlo, sacándose uno de los auriculares.
—¡No es culpa mía si tú te tomaste medio año en el baño! —respondió él, ajustándose la mochila.
Margarita se detuvo de golpe en la esquina y lo miró de reojo con una ceja levantada.
—¿Qué? —dijo Ricardo, incómodo.
Ella solo se volvió a girar y siguió caminando, murmurando para sí:
—Ay Mateo… ¿por qué me dejaste sola con este estúpido?
El colegio ya se veía a unos metros. Era un edificio de ladrillo rojo con portones de hierro, y una fila de alumnos comenzaba a entrar. Apenas cruzaron la entrada, varias miradas se giraron hacia ellos.
Algunos chicos saludaban a Margarita, otros simplemente la observaban con respeto.
—¿Quién es ese con ella?
—¿Un primo?
—¿Un nuevo alumno?
—¿¡Será su novio!? ¡¿Margarita con novio!?
La amiga de Margarita, una chica con trencitas y gafas grandes se acercó, emocionada.
—Un castigo —respondió Margarita, sin detenerse—. Me lo mandó el universo para probar mi paciencia.
De repente, un muchacho alto, bien peinado y exageradamente perfumado se acercó con paso firme, seguido por un grupo de chicos.
—Buenos días, mi bella flor —dijo con tono dramático—. ¿Será hoy el día en que por fin me aceptes?
—Ay, Brahian… En tus sueños —respondió Margarita con cara de fastidio.
Ricardo soltó una risa burlona.
—Ja, se ve que eres muy popular con los hombres.
—No molestes —gruñó ella, sin detenerse.
Brahian, al escuchar a Ricardo hablarle con tanta confianza, frunció el ceño, retrocedió un paso y le dijo con voz de “hombre dolido”:
—¡Oye tú! ¿Por qué le hablas así a mi hermosa Margarita? ¡Te ordeno que te presentes!
—¿Tú me ordenás? ¿A mí? —replicó Ricardo, levantando una ceja.
—¡Así es! —declaró Brahian, inflando el pecho.
—Soy Omer Ricardo Mendoza, tengo 17 años, iré a primer curso, mido 1.85 y practico boxeo y artes marciales mixtas. ¿Y tú?
—Soy Brahian López, tengo 19 años, voy a tercer curso, mido 1.85 también… y practico karate —dijo con orgullo.
—Ah, mirá tú. Un placer... —dijo Ricardo con una sonrisa irónica, dándole un codazo a Margarita—. Mira, este tiene pinta de que es un buen pretendiente para ti.
—¡No toques a mi flor! —gritó Brahian.
—¡¿Qué hice ahora?! —exclamó Ricardo.
—No te preocupes, mi hermosa flor. Me desharé de este animal por tocarte… y por dormir en tu casa —dijo con tono melodramático.
—¿¡Qué!? —gritó Margarita.
—Y bueno el empezó. Yo solo respondo. Dijo Ricardo.
—¡PONTE EN GUARDIA! —gritó Brahian, levantando los puños.
—¿Vamos a pelear? ¿En serio? —preguntó Ricardo, sorprendido.