Amar A PuÑo Limpio

CAP 4 ALGO CAMBIÓ AQUI.

Luego de todo, Ricardo fue a la casa, se sentó en el comedor, agarró una bolsa de papas y empezó a comérselas con enojo. Luego se atragantó y fue rápido a la cocina por un vaso de agua. Lo puso en su lugar con furia.

—¡Maldita sea! ¿Pero quién se cree esta boba? Yo la trato como se debe y ella me golpea con todas sus fuerzas. Quisiera darle su merecido... ojalá no fuera mujer —dijo antes de salir de la cocina.

Pero no sabía que su mamá lo había escuchado. Cuando él salió, ella se escondió. Ricardo pasó de largo y ella quedó desapercibida.

—Qué suerte, no me vio —dijo ella.

Pero se atragantó con algo. Mariana empezó a darse golpes en el pecho.

—Uh... —dijo Ricardo, alzando una ceja y volviendo a la cocina—. ¿Se puede saber qué estás haciendo?

—Eh... hola cariño, yo...

—Tú sabes bien cuánto me irrita que me espíen —gritó Ricardo, yéndose de ahí.

En otro lugar, en la habitación donde tenían la bolsa de boxeo, Margarita estaba practicando con su hermano Mateo.

—¡Jayaaaa! —gritó Margarita, lanzando un golpe que Mateo esquivó. Ella lo tomó por las mangas del abrigo que él tenía puesto, y Mateo hizo lo mismo.

Margarita recordó lo que Ricardo había dicho con enojo:

> —No entiendo por qué Brahian gusta tanto de ti, si no tienes nada de atractiva. Margarita, deberías leer más revistas de moda para ser más femenina y fotogénica.

Margarita le dio un golpe con todas sus fuerzas en la cara a Mateo. Él cayó al suelo.

—¡Ay, perdóname Mateo! ¡Matías, ven rápido! —dijo Margarita, llamando a su otro hermano.

En la sala, Mateo estaba acostado, inconsciente, con la mejilla más roja que un tomate.

—Margarita —dijo Matías.

—¿Qué?

—No debes golpear a los chicos.

—¿Qué? ¿No puedo? Tú, Mateo y papá me dijeron que debo saber defenderme.

—Lo sé, pero Margarita, un día de estos terminarás matando a alguien.

Margarita se quedó en silencio.

—Mar, prométeme que no volverás a golpear a un muchacho... o al menos que no lo harás tan seguido.

—No puedo.

—No es correcto.

—Bueno...

Luego de unos minutos:

—Margarita, ve a la tienda a traerme un kilo de carnaza, cebollas y tomates, por favor.

—¡Siii!

Margarita salió para comprar lo que se le encargó y miró al cielo.

—Qué atardecer tan hermoso...

Mientras tanto, dentro de la casa, la madre de Ricardo y la de Margarita estaban tomando té.

—A decir verdad, la relación entre Ricardo y Margarita está empeorando —dijo Isabel.

—Sí, esto no es bueno —respondió Mariana.

Ambas suspiraron.

—Debemos hacer algo, Mendoza —dijo Isabel.

—Sí, y rápido —respondió Mariana.

Mientras Margarita caminaba hacia la tienda, miró por donde Ricardo suele pasar.

—Insensible —dijo, recordando.

> —Pareces hombre.

> —¿Quién lo dice?

> —Tarada.

> —Antipático.

> —Boba.

Margarita le sacó la lengua a Ricardo.

Y en otro lugar, Ricardo hacía lo mismo mientras caminaba hacia la casa. También miraba el camino por donde Margarita suele pasar.

—Pesada...

Mientras caminaba, se cruzó con Margarita. Se miraron por unos minutos.

—¿Qué tanto miras? —dijo Ricardo.

—¿De qué?

Margarita siguió caminando.

—Si no cambias esa actitud de marimacha, jamás conseguirás novio.

Margarita se detuvo, lo miró y corrió hacia él para golpearlo, pero se detuvo.

—Para desgracia mía, le prometí a Matías que no golpearía a ningún chico.

Ricardo la miró con aburrimiento, se giró para seguir caminando y agregó:

—Con que dejes de golpear chicos no te servirá de nada. Tampoco te hará más bonita.

Margarita lo fulminó con la mirada.

—Matías seguro entenderá que tengo que defenderme ante esa ofensa.

Margarita corrió hacia Ricardo.

—¿Así que no soy nada bonita, eh?

Y empezó a golpearlo. Luego lo llevó a un doctor de confianza de la zona.

—Ay, ¿pero quién te hizo esto? Parece que fuiste atacado por una manada de chicos. Tienes el hombro luxado y varios golpes. ¿Quién te hizo esto?

—Ah, pues... —dijo Ricardo.

—La causante de mis heridas es una chica muy pero muy fea —dijo con voz seca.

Margarita lo echó de la cama y luego miró al doctor, avergonzada.

—¿Fuiste tú, Margarita? Dime.

—Bueno... —dijo Margarita, avergonzada.

—¿Por qué se hace la inocente? —pensó Ricardo.

—¡Jajaja, lo sabía! —dijo el doctor.

Ricardo pensó: “¿De qué se ríe? No le veo lo gracioso”.

—Desde que vi tus heridas, supe muy bien que fue Margarita quien te golpeó. Yo sé cómo pelea ella... y cómo curar a sus víctimas —dijo el doctor, comenzando a arreglarle el brazo, las piernas, en fin, empezó a hacerle quiropraxia.

—Tú debes ser Ricardo. Además, también sé que eres el prometido de Margarita.

—¿Qué?

—Sus madres lo decidieron. Claro, es normal, aún son jóvenes para casarse —dijo el doctor Joaquín.

—Yo soy... —dijo Margarita, pensando para sí misma: “Una niña, después de todo”.

Al terminar la quiropraxia:

—¡Oiga, basta! Me duele —exclamó Ricardo.

—¿Qué? ¿No me digas que aún te duele algo, Ricardo?

—No... no me duele nada.

El doctor se fue a lavar las manos al lavabo que estaba cerca.

—El doctor Joaquín es el mejor de todos —dijo Margarita con alegría.

—Uh... —dijo Ricardo, extrañado por el tono de voz de Margarita.

En otro lugar, en la casa:

—Oye Matías, ¿acaso solo comeremos ensalada de papas?

—Mandé a Margarita a la tienda, pero todavía no vuelve.

—¿Por qué se habrá retrasado?

—¡Mamá! ¡Tía Mariana! ¡Vengan, la cena está lista!

—No, Matías —dijo Isabel.

—¿Ya pensaste en algo, Mendoza?

—Aún no...

—Pero ya llevamos horas pensando...

Ambas volvieron a suspirar.

Luego de unos minutos, el doctor estaba despidiendo a los dos en la puerta.



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En el texto hay: romace comedia drama

Editado: 24.08.2025

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