Isabel entró al cuarto de Margarita y, sin previo aviso, le quitó las sábanas y abrió las cortinas.
—¡Amor, despierta! Ya son las 6:30 a.m. ¿Acaso no pusiste tu despertador?
—No... lo olvidé.
—Si sigues durmiendo, el desayuno se enfriará —dijo Isabel, dirigiéndose a la puerta.
—Mmm... ya voy —respondió Margarita con los ojos cerrados.
Luego bajó las escaleras para ir al baño, pero se llevó la sorpresa de que estaba ocupado. Se acercó y tocó la puerta.
—¿Quién está adentro?
Desde dentro se escuchó la voz de Ricardo:
—Yo estoy dentro. ¡Espera tu turno!
—¡Tengo que usarlo ya, Ricardo!
—¡Que esperes, marimacha!
Ella prefirió no empezar una discusión tan temprano y fue hacia el comedor.
—Buen día, familia —dijo aún con los ojos cerrados.
—¡Margarita, tu cabello, por Dios! —dijo Isabel—. No te has arreglado aún.
—Margarita, estás peor que un espantapájaros —dijo Mateo riéndose.
Ricardo ya había salido del baño y estaba a espaldas de Margarita. La miró y comenzó a reírse.
—¡Jajajaja! Margarita, ¿acaso te peleaste con el peine o tienes un nido de pájaros ahí? ¡Jajajaja!
Margarita estaba muy molesta. Levantó la mano para golpearlo, pero la bajó y fue al baño para arreglarse.
Ricardo siguió riéndose.
—Parece un nido de pájaros...
Mariana le dio un golpe en la nuca a Ricardo.
—¡Ya basta!
—¡Ayyy! ¿Qué te pasa, mamá?
—Siéntate y cómete tu desayuno. No puedo creer que te comportes así. Te crié para ser un caballero. ¡Ay, 17 años de mi vida desperdiciados!
—Ay, mamá, qué drama —dijo Ricardo.
—Tranquila, Mariana —dijo Isabel.
Margarita terminó de arreglarse: se peinó el cabello, se puso su uniforme, se perfumó, se cepilló y bajó al comedor.
—Ya estoy lista. ¿Mejor? —preguntó con un leve tono de indignación.
—Ay, Mar, tranquila. Solo estaba jugando contigo, hermana —dijo Mateo.
Ella se sentó al lado de Ricardo y comenzó a comer.
—Oye, Ricardo, ¿qué tal va tu tobillo? —preguntó Matías.
—¿Uh? Ah, sí, ya puedo moverme bien otra vez —respondió Ricardo—. Pero no me hubiera golpeado si Margarita no me hubiera intentado golpear.
Margarita se quedó con la cuchara en la boca.
—¿Le pegaste a Ricardo, Margarita? —preguntó Matías—. ¿Otra vez?
—¡Claro que no! Yo... solo me defendí —dijo bajando la voz.
—¿Defenderte de qué, si no te estaba haciendo nada? —dijo Ricardo.
—¡Me estabas ofendiendo, estúpido!
—Margarita, ya habíamos hablado de eso. Me lo prometiste —dijo Matías.
—Sí, ya lo sé... pero está en mi ser. No puedo dejarlo.
Matías suspiró.
—De acuerdo —dijo, moviendo la cabeza en desacuerdo.
—Además, lo hago para defenderme. Si no lo hago, seré débil.
—Que moderes tu forma de pelear no te hará débil, cariño. Mira a tus hermanos: ellos son bastante fuertes y moderan esa fuerza —dijo Isabel.
—Pero...
—Tiene razón, Margarita. Moderar tu fuerza no cambiará nada —dijo Ricardo.
—¿Ven? ¿Ven cómo es?
—¡Ricardo! —dijo Mariana con voz recta.
—Bueno, ya me callo. Pero quiero que se disculpe conmigo, porque por su culpa me torcí el tobillo.
—¿Qué? —dijo Margarita.
—Cariño, hazlo. Es para que las cosas sigan más tranquilas.
—Bien... Ricardo, lo siento por hacerte caer y haberte golpeado.
—Acepto tus disculpas.
—Problema resuelto —dijo Isabel con voz tranquila.
—Bien, ya vámonos, Mateo —dijo Margarita.
—Sí. Ven, Ricardo —dijo Mateo.
—Ya voy —agregó Ricardo.
Ya en el colegio, luego de dos horas, era el momento de la clase de deportes. Margarita, su amiga Catalina y sus compañeras estaban jugando voleibol, mientras que Ricardo y sus compañeros estaban con el profesor de gimnasia.
Ricardo hizo una voltereta en el aire, aterrizando sobre sus pies.
—Bien, el siguiente —dijo el profesor.
Ricardo fue a sentarse al lado de sus compañeros.
—Oye, ¿de dónde aprendiste a ser tan ágil, Ricardo? ¿Acaso aprendiste gimnasia en Ciudad del Este?
—Claro que no. Se llama artes marciales mixtas.
—Ahhh —dijo su compañero.
Luego la mirada se dirigió hacia donde las chicas estaban jugando. El compañero de Ricardo dijo:
—Qué suerte tienes, amigo mío.
—¿Uh? ¿De qué hablas, Víctor? —respondió él.
—¿Cómo que de qué hablo? ¡Estás comprometido con Margarita, una hermosa chica!
—¿Qué le ves de linda? Es muy fea.
—¡Lávate la boca con jabón, Ricardo! No hables así de ella.
—Ahhh —dijo Ricardo, ya que el muchacho lo estaba casi ahorcando con el brazo por el cuello. Luego algo llamó su atención.
—¡Mar, tira un buen saque! —dijo Catalina.
—¡Cuenta con ello! —respondió ella.
Margarita tiró el saque y cayó dentro de la cancha.
—¡Veintitrés! Faltan dos —dijo Margarita, tirando el otro saque.
Volviendo a lo de Ricardo, él miró a Margarita junto con Víctor, que lo tenía por el cuello.
—¡Ya suéltame! —dijo, zafándose del agarre del muchacho.
Margarita tiró los dos saques faltantes y ganaron.
—¡Siiiiii! —gritaron todas emocionadas.
Margarita tenía una sonrisa tan dulce que Ricardo se sorprendió al ver su rostro.
—Qué bonita es —dijo Víctor.
—¡Ash, qué tonto eres! —dijo Ricardo, cerrando los ojos. Luego los abrió y se quedó mirando a Margarita, sonrojado levemente.
Sacudió la cabeza y volvió a mirar a Víctor.
—Deja de decir tonterías. Ella es una chica fea, además muy violenta, hasta cuando recién se levanta. Y además parece que está intere... ¡Ahhhhhhh! —dijo Ricardo antes de recibir un pelotazo que Margarita tiró "accidentalmente".
—¿No que habías aprendido artes marciales mixtas? Deberías haberlo esquivado fácilmente —dijo Víctor.
—Estaba distraído —dijo Ricardo, con la mejilla roja como tomate.
Luego del colegio, ellos iban hacia el consultorio del doctor Joaquín.