Después de unos días. Héctor volvió a buscar a Ricardo. Fue de noche, para que nadie lo viera. La lluvia caía con fuerza cuando llegó a la casa de Margarita, donde Ricardo dormía profundamente. Su madre también dormía en la cama contigua. Héctor entró por la ventana, empapado y decidido.
—Ahora sí, Ricardo —murmuró, lanzando un golpe.
Pero Ricardo se giró justo a tiempo y lo esquivó. Héctor insistió, atacando con más fuerza, pero Ricardo se movía ágilmente, esquivando cada golpe. La madre de Ricardo se despertó, molesta, y sin decir una palabra, los tomó a ambos y los lanzó por la ventana. Luego volvió a acostarse como si nada hubiera pasado.
Ricardo se incorporó, adolorido.
—¡Ayyy! ¿Qué pasó? ¿Por qué estoy afuera?
Frente a él, Héctor lo observaba bajo una sombrilla.
—¿No te cansas? ¿Ni dormir en paz me dejas? Además, ¡está lloviendo! ¿Te volviste loco?
—Vine a vengarme de ti.
—¿Cuántas veces me lo vas a repetir?
—¡Hasta que lo aceptes y pelees como se debe! —gritó Héctor, lanzándole otro golpe.
Ricardo lo esquivó y pateó la sombrilla. Héctor la soltó, empapándose, y corrió hacia la casa. Ricardo lo siguió hasta el comedor, pero Héctor se escondió debajo de la mesa.
Ricardo se agachó para buscarlo… y se quedó paralizado.
—¿Un conejo?
El animal lo miraba con furia y se lanzó a morderlo.
—¡Ahhh! ¿Qué te pasa? —exclamó Ricardo, empujándolo al suelo—. ¿Eres tú, Héctor?
El conejo lo miró con ojos azules brillantes. Margarita, alertada por los gritos, bajó corriendo con sus hermanos y sus mamás.
—¿Qué es ese escándalo? —preguntó Isabel.
—Ricardo, te volviste loco —dijo Mariana.
—¿Qué pasó? ¿Acaso entró alguien? —preguntó Matías.
—¿Fue un ladrón? —añadió Mateo.
Al ver a Ricardo forcejeando con el conejo, Margarita se lanzó sobre él y lo apartó.
—¡Eres un monstruo! ¿Cómo puedes pegarle a un dulce conejito?
—¡Margarita, no sabes quién es!
—¡Déjalo en paz! Pobre conejito… yo te voy a cuidar —dijo, abrazándolo y dándole un beso en la frente.
Los ojos del conejo se abrieron de par en par, brillando con sorpresa y una tímida sonrisa.
—Solo es un conejo, ¿de acuerdo? No pasó nada. A dormir —dijo Matías, subiendo las escaleras con el resto.
Ricardo lo miró como se mira a quien te roba toda la atención.
—Eres una cochina… ni siquiera sabes la procedencia de ese espécimen —dijo, molesto, y se fue.
Margarita se llevó al conejito en brazos, lo secó con una toalla y lo envolvió con ternura.
—Bien, ya estás limpito. Ahora… ¿qué tal si te pongo un nombre? Hmm… Peter. Sí, te llamaré Peter.
Lo llevó a su cuarto y lo acomodó en su cama para que durmiera con ella.
Minutos después, Ricardo volvió a entrar por la ventana. Al ver a Héctor —ahora Peter— acurrucado junto a Margarita, lo tomó por sorpresa. Pero Margarita abrazó al conejo con fuerza.
Ricardo intentó separarlos, y Peter salió volando. Ricardo cayó sobre Margarita, quedando a centímetros de su rostro. Se sonrojó. Margarita, sin despertarse, solo se dio la vuelta.
Ricardo se apartó, furioso, y miró al conejo.
—Esto no se queda así.
Se abalanzó sobre Peter, pero tropezó con algo y Margarita despertó.
—¿Qué haces aquí, Ricardo?
—¿Yo? Nada…
—¿Qué haces con mi conejo?
—¿Cuál conejo?
—¡Ese que tienes en las manos! ¡Dámelo!
Margarita saltó de la cama y le dio un golpe. Peter se escondió detrás de ella.
—Te escondes tras una mujer… deberías darte vergüenza —dijo Ricardo, mirando al conejo.
—¡Déjalo en paz, Ricardo! ¡Sal de mi habitación!
—Dame ese conejo y me iré.
—¡No lo haré! ¡Sal de aquí!
—¡Que no!
—¡Que salgas!
Margarita le dio otro golpe y lo empujó fuera de la habitación.
—¡Ya vete!
—Está bien…
—¡Esto no se queda así, conejo!
—¡Ya déjalo!
—¡Vete ya!
—¡De acuerdo!
Cuando Ricardo se fue Margarita fue a acostarce de nuevo.
Hector en forma de animal se metió entre las frazadas, resignado, pensando:
> “Un día me vengaré de ti, Ricardo por tu culpa soy así… pero ahora no porque soy una bolita de pelos. Maldita sea…”
Y Margarita, abrazando al animal dijo.
—tranquilo no dejaré que el te golpee.