La noche era espesa, y la luna apenas iluminaba el cuarto de Ricardo.
En sus sueños, la oscuridad lo envolvía. Podía escuchar un rugido salvaje que parecía provenir de él mismo. Sus manos, transformadas en garras, se estiraban hacia alguien… una figura borrosa, femenina. No lograba distinguir el rostro, pero sabía que era importante. El aire se llenaba con un grito desgarrador.
Ricardo corría en medio de un bosque retorcido, pero cuanto más avanzaba, más perdía el control. Sus ojos rojos brillaban, su respiración era pesada y su voz… ya no era humana.
—¡No! ¡No quiero esto! —gritaba, pero su voz salía como un gruñido monstruoso.
De pronto, la figura se acercó. Una silueta de chica. Extendía sus manos hacia él. Ricardo intentó detenerse, pero su cuerpo no le obedecía. La bestia dentro de él rugió y saltó contra ella.
Antes de ver el final, Ricardo despertó sobresaltado, jadeando y con el corazón a punto de salírsele del pecho. El sudor frío le corría por la frente.
—No… —suspiró—. No otra vez… —se llevó la mano al rostro, temblando.
Se levantó y fue directo al baño. El agua fría de la ducha lo ayudó a despejarse, pero la sensación de amenaza seguía aferrada a él como una sombra imposible de arrancar.
Ricardo bajó y se sentó al lado de Margarita.
—Buen día —dijo ella.
—¿Uh?, ah sí… buen día.
—¿Qué te pasó anoche, Ricardo? Estabas dando vueltas en la cama —dijo Mariana.
—¿En serio?
—Así es. ¿Tuviste una pesadilla?
—Solo soñé que Margarita me golpeaba y me dejaba en coma, así que… sí, tuve una pesadilla.
Margarita, al escuchar esto, cerró los ojos enojada.
—Ya terminé —dijo, dejando el plato del desayuno en la mesa.
—Ya me voy —añadió antes de levantarse.
—¿Ves lo que provocas? —dijo Mariana.
—¿Qué? —Ricardo tomó otro bocado, pero al notar las miradas de todos encima, cerró los ojos y suspiró—. De acuerdo, ya voy.
—Ahora los alcanzo —dijo Mateo.
Ricardo salió de la casa y comenzó a caminar hasta que vio a Margarita.
—¡Margarita! —gritó.
Ella aceleró el paso.
—Oye, perdón, ¿de acuerdo? Solo estaba jugando.
—No tienes que decirme por qué lo hiciste.
—Pero…
—¡Ya cállate!
Ellos siguieron caminando en silencio.
Ya acercándose al colejio.
En la entrada, Brahian estaba recostado contra la pared y, a su lado, había una chica que parecía estar haciéndole un berrinche. Tenía el cabello rizado, color azulado, y unos ojos que parecían analizarlo todo.
—Ya te dije que no, Mía —dijo Brahian con un gesto de fastidio.
—¡Pero…! —insistió la chica que parecía llamarse Mía.
—Que no.
—Eres muy malo, Brahian…
Entonces Mía vio a Ricardo mientras caminaba con Margarita.
La chica lo observó fijamente, como si el tiempo se detuviera. Apenas lo vio, sus mejillas se tiñeron de un leve rubor.
—H-hola… —dijo con voz dulce.
Ricardo arqueó una ceja, incómodo, pero trató de ser educado.
—Hola.
Mía sonrió con más confianza y se inclinó un poco hacia él.
—Eres Ricardo, ¿verdad?
—Sí —respondió él.
A Mía le brillaron los ojos al oírlo.
—¡Lo sabía! Yo me llamo Mía.
—Je, mucho gusto —dijo Ricardo, incómodo.
De pronto, Mía tomó su brazo y apoyó la cabeza en su pecho.
—Ricardo, te amo —dijo con voz dulce.
—¿¡Qué!? —exclamó Ricardo impactado—.
Perdón, señorita, ni siquiera te conozco.
—Eso no importa. Mi hermano te aborrece, siempre dice tu nombre y hasta tiene una foto tuya con una estaca en la cabeza.
—Gracias por la información —dijo Ricardo, arqueando una ceja.
—¿Hermano…? —intervino Margarita sorprendida—. ¿Brahian es tu hermano? No lo creo.
—Así es, Margarita, mi flor primaveral —dijo Brahian acercándose a ella y entregándole otra flor—. Ella es mi hermana menor. Y si ama a Ricardo, doy mi consentimiento para que se casen.
—¡Gracias, hermanito! —dijo Mía abrazando más a Ricardo.
—Mira, ya tiene prometida. Me alegro —dijo Margarita.
—Así es, Margarita —respondió Brahian, tomando sus manos—. Ahora tú y yo por fin podremos estar juntos sin que nadie nos moleste.
Ricardo suspiró. Sentía esa mirada clavada en él, intensa y un poco invasiva.
—Escucha… —sus ojos se endurecieron—.
Ya tengo novia. Y además, estoy comprometido con ella.
Mía abrió los ojos sorprendida.
—¿Quién es?
Ricardo arrebató a Margarita de las manos de Brahian.
—Mira, es ella. Muy bonita, ¿no? Se llama Margarita.
—¿¡Qué te pasa!? —dijo Margarita cerrando los ojos, enojada.
—Solo lo hago para que me deje en paz.
—¡Eres un imbécil! ¿Y por qué yo?
—Porque no es mentira que estamos comprometidos —susurró Ricardo.
—Eres un bobo… —dijo Margarita, pero terminó sonriendo y siguiéndole el juego.
El comentario cayó como un balde de agua fría. Mía parpadeó, impactada.
En eso, Mateo llegó.
—¿A qué es todo esto? —preguntó.
—Oh… ya veo… —murmuró Mia bajando la mirada.
—¡Tú, Margarita, te reto a una pelea! —dijo Mía.
—¿Qué? ¿Están retando a mi hermana? —soltó Mateo.
—¡Sí! ¿Dónde y cuándo quieras! —aceptó Margarita.
—Te veo en el gimnasio del Colegio Corazón Sagrado, mañana a las 6 de la tarde. No te dejaré tan fácil, Ricardo, mi amor. —Dijo Mía antes de irse.
—¿Y esta qué? ¿Acaso Ricardo estaba con ella? —dijo Mateo—. Bueno, mejor entro a clase.
Brahian miró a Ricardo y luego a Margarita.
—Mi bella flor, solo deja que mi hermana se quede con él.
—Yo encantada —dijo Margarita.
—¿¡Qué!? —exclamó Ricardo.
—Se ve que es una prometida excepcional —respondió Brahian.
—Margarita, ¡estás loca!
—Che tavi pero ndahaei nderehe (sí estoy loca, pero no por ti).
—Margarita, por favor…
Brahian suspiró.
—Mi hermana no se rinde tan fácil. Cuando quiere algo, no descansará hasta conseguirlo. Además, sus batallas no son normales.