Era un día domingo soleado, con los pájaros cantando alegres. Era uno de esos días en que Margarita iba a patinar sobre ruedas.
Margarita y Ricardo estaban patinando para ver quién lo hacía mejor.
—Margarita, Ricardo, vengan a centrarse a comer algo —dijo Catalina, la amiga de Margarita.
—Sí —respondieron los dos.
Estaban el amigo de Ricardo y las dos amigas de Margarita. Estaban comiendo helado hasta que Margarita le dio algo de la sandía que estaba comiendo José.
—¡Qué puerca, Margarita! ¿Cómo le das sandía al conejo? —dijo Ricardo.
—¿Qué tiene? Él quiere comerlo, además José ya no se lo va a comer, o si.— dijo Margarita mirando a José.
—No claro que no respondió él.
—¡Ay, Margarita!— dijo Ricardo.
—¡Ash! —dijo Margarita, llevando una cucharada de helado a la boca.
Luego Ximena preguntó:
—Oye, Margarita, ¿y qué tal las cosas con tu novio?
Margarita casi se atraganta con el helado y habló enojada:
—¡Qué no es mi novio, Ximena!
—Ah, no… ¿y entonces qué es?
—Que no somos nada, ¿ok? —gruñó Ricardo.
Margarita hizo una pausa, luego fue al baño y el resto del grupo fue a patinar. El conejo se quedó en la mesa. Después de unos minutos, Margarita volvió y ya no encontró a Peter allí.
—¡Peter! ¡Peter! —dijo buscándolo, pero ya no estaba.
Margarita, con la voz quebradiza, se acercó a sus amigos y posó su cabeza sobre el pecho de Ricardo.
—¿Qué, Margarita? ¿Qué quieres? —preguntó Ricardo.
—Ricardo… Peter… —murmuró ella.
—¿Qué pasó con él?
—No está… se extravió, me lo robaron —dijo Margarita, alzando la voz.
—Ay tranquila, seguro debe estar por aquí —dijo Ricardo.
—¡Qué no está! —replicó Margarita, hasta que vio a una chica con el cabello largo y ondulado, con un cuerpo hermoso… una chica que tenía un conejo igual a Peter. Margarita fue rápido hacia ella.
—¡Peter! —susurró Margarita para ver cómo reaccionaba el conejo.
El conejito quiso saltar hacia ella, pero la chica se lo impedía.
—¡Oye, deja al conejo! —dijo Margarita.
—Qué no, no lo dejaré, es mío. — dijo la chica.
—Es mi conejo, yo sé bien cómo es.— dijo Margarita.
—Claro que no, este conejo es mío y se llama Sol —dijo la chica.
—¡Sol, estás loca! Se llama Peter —agregó Margarita, tratando de quitarle el conejo.
De pronto, detrás de ella apareció un muchacho bien parecido, con cabello castaño y ojos color miel. Tomó al conejo y se lo dio a Margarita.
—Toma, preciosa, disculpala —dijo ese joven, a unos milímetros de Margarita.
—¡Qué guapo! —murmuraron las amigas de Margarita—. Ricardo miró al muchacho con ojos fulminantes, y José solo lo observaba.
—Gracias —dijo Margarita.
—Eres un imbécil por darle mi conejo a esa chica, tarado, desgracias estúpido —dijo la chica, parecía que ellos dos eran muy cercanos.
—¡Ya cállate! —gritó el joven.
La chica hizo una pausa y luego habló.
—Yo encontré ese conejo, así que es mío.
—Qué no, yo llevo con este conejo desde hace mucho. — dijo Margarita.
—Solo fueron cinco semanas —agregó Ricardo.
—¡Cállate! —agregó Margarita.
—Ah, sí… entonces te reto a una batalla.
—¿Quieres pelear conmigo?
—No soy tan sucia, te reto a un duelo de baile.
—¿Qué? —dijo Margarita.
—Te espero aquí mañana a la noche —dijo la chica antes de irse.
El joven solo se dio la vuelta para ir detrás de la chica, pero antes le tiró un beso a Margarita.
A Ricardo no le agradó el tipo; le despertaba algo que lo hacía enojar.
—¡Ahhh ya! —exclamó la amiga de Margarita, chasqueando los dedos—. Ya sé por qué se me hacían tan conocidos; ellos son.