—Son los ases de la Academia Danza de Dragón —dijo Catalina, señalando con admiración.
—¿Academia Danza de Dragón? —preguntó Margarita, frunciendo el ceño.
—Sí, Margarita. Son Rafael Aquino y Estrella Ferreira —explicó Catalina.
—No importa quiénes sean —dijo Margarita, con determinación—. No le dejaré a Peter a esa chica. Ricardo y yo ganaremos su competencia de baile.
—¿Qué? —exclamó Ricardo, sorprendido.
—Sí, tú —replicó Margarita, tomando a Peter (Héctor) en brazos mientras se dirigía a la casa, con Ricardo caminando detrás de ella. Sus amigos decidieron despedirse y volver al día siguiente.
Ya en la casa, Margarita se detuvo en la habitación donde colgaba su bolsa de boxeo y colocó la música de “Bailando” de Enrique Iglesias.
—Vamos a practicar —dijo ella, decidida.
—¿Practicar qué? —exclamó Ricardo, siguiéndola con curiosidad.
—Nuestro baile —respondió Margarita, ajustando la postura de Héctor frente a ella.
Comenzaron a moverse al ritmo de la música, pero rápidamente se dieron cuenta de que no era sencillo. Ricardo tenía dos pies izquierdos y Margarita tampoco estaba coordinada. Cada paso torpe y cada giro mal calculado los hacía tropezar, casi chocando entre ellos.
—Esto no funcionará —exclamó Margarita, frustrada.
—Es verdad, esto no va a funcionar… y mucho menos contigo —replicó Ricardo, con un dejo de sarcasmo que no ocultaba su nerviosismo.
Margarita apretó los dientes, a punto de replicar, cuando algo captó su atención: Héctor apareció en la habitación, con una sonrisa confiada y un brillo desafiante en los ojos.
—¿Qué tal si tú y yo lo intentamos, Margarita? Yo seré tu pareja de baile —propuso Héctor.
—Uh… de acuerdo —dijo Margarita, sorprendida pero decidida, tomando la mano de Héctor.
Héctor presionó play en la canción y el ritmo de “Rockabye” de Clean Bandit y Anne-Marie llenó la habitación. Margarita y Héctor se miraron con determinación; la música marcaba cada paso que debían dar.
Héctor tomó suavemente la mano de Margarita y la levantó, guiándola en un giro amplio, haciendo que la falda de ella se abriera como un abanico. Margarita sentía cómo su peso cambiaba en cada movimiento, apoyándose en Héctor, mientras él sincronizaba cada paso con el compás de la música.
Se deslizaban por el piso como si flotaran sobre él. Margarita trató de mantenerse firme, pero Héctor le dio un pequeño empujón en la cadera, simulando un choque, y ella respondió con un golpe al aire que él interceptó con la palma de su mano, casi como si lucharan mientras bailaban. Cada contacto era breve, rítmico y perfectamente calculado, como parte de la coreografía.
—¡Más rápido! —gritó Héctor mientras la música subía de intensidad.
Margarita giró sobre un pie, levantando la pierna en un patín aéreo, y Héctor la tomó por la cintura, ayudándola a girar sin perder equilibrio. Luego ella le dio un golpecito con el hombro, y él respondió con un movimiento de contraataque, moviéndose hacia atrás con pasos cortos, tocando el suelo con precisión, casi como si cada choque fuera parte de un combate coreografiado.
Héctor la hizo girar de nuevo, esta vez entrelazando sus brazos, y Margarita dio un salto hacia atrás, cayendo suavemente en un giro lateral.
—¡Cuidado! —exclamó Margarita, esquivando un empujón simulado que Héctor le dio con la cadera. Cada paso de la música era un desafío.
Ricardo los observaba desde un lado, los brazos cruzados y la mandíbula apretada. Cada giro, cada roce de manos y codos, cada salto y empujón controlado lo hacía sentir un calor incómodo subiéndole por el pecho. Se mezclaban celos con la fascinación involuntaria por cómo Héctor guiaba a Margarita con tanta facilidad y gracia.
En un momento, Héctor lanzó a Margarita hacia arriba. Ricardo reaccionó rápidamente, y empujó a Héctor y atrapó a Margarita sosteniendola en sus brazos.
—Creo que ya fue suficiente… vamos a cenar —dijo Ricardo, mientras Margarita le pedía que la soltara. Héctor permaneció solo en la habitación, observando la escena.
—¡Eres un idiota! —gruñó Margarita, apretando los dientes mientras Ricardo la llevaba.
Al día siguiente, todos estaban desayunando.
—¿Qué? ¿Los ases de la Academia Danza de Dragón los retaron? —dijo Isabel.
—¿Y van a competir por Peter? —agregó Matías.
—Así es —respondió Margarita.
—Oigan, si van a competir contra ellos por el conejo, deberían empezar a llevarce bien —dijo Mateo.
—Margarita y Ricardo se llevan bien, solo se molestan mucho —agregó Isabel. Ricardo estaba con el cabello suelto.
—Y eso qué… a mí no me importa en lo más mínimo lo que pueda llegar a pasar con ese conejo —replicó Ricardo.
—Ricardo, ¿por qué no te cortas el cabello ya? —preguntó Mariana, su madre.
—¿Qué? ¿Por qué? —respondió él.
—Es demasiado largo.
— No quiero
—No fue una pregunta. Además, tienes que estar presentable. Vamos, iremos a que te corten el cabello, hay una peluquería cerca.
—No voy a ir —dijo Ricardo, intentando irse, pero Mariana lo tomó del brazo.
—Bien por tu conducta, iremos ahora mismo —dijo Mariana, llevándolo a la peluquería.
El resto de la familia se estaba riendo levemente.
—Ya era hora —dijo Matías.
—Sí —agregó Mateo.
—Su cabello ya estaba como el de una mujer —comentó Margarita, riéndose.
—Ya basta, es lunes, empecemos bien —dijo Isabel.
Margarita y Mateo fueron al colegio y, después de unos minutos, Ricardo los alcanzó.
—Oigan, espérenme —dijo él, mostrando su nuevo corte curly crop.
Margarita lo miró, pero el cambio no le causó impresión. Mateo lo felicitó por su corte y Ricardo sonrió, satisfecho consigo mismo.
Después de unas horas en el colegio, al llegar a casa, Margarita se empezó a preparar.
—Ricardo, empaca tus cosas. Tenemos que irnos antes de las seis —dijo Margarita, vestida con un vestido corto muy bonito y su cabello bien peinado, adornado con una flor.