Amar A PuÑo Limpio

CAP 13: NO PASÓ NADA.

Margarita y Ricardo regresaban a casa. Héctor iba con ellos, aunque más bien de colado.

—¡Ricardo, dime algo! ¿Por qué carajos… por qué carajos me lanzaste a las gradas? —gritó Héctor, con la cara golpeada y lleno de moretones—. ¡Me pisaron!

—Estabas molestando demasiado, solo lo hice por eso —respondió Ricardo, caminando tranquilo cerca de las murallas.

Héctor se acercó a él con enojo.

—¡Pero pudiste habérmelo pedido amablemente, desgraciado!

—¿Lo hubieras hecho? —replicó Ricardo con una ceja levantada.

—Pues… no, pero no te costaba nada pedirlo bien —insistió Héctor, medio resoplando.

—Ay, ya cierra la boca —soltó Ricardo, acelerando el paso.

Héctor, molesto, lo siguió de inmediato. Margarita trataba de alcanzarlos:

—¡Oigan, espérenme!

Cuando por fin llegó hasta ellos, solo encontró a Ricardo y… Peter, el conejo.

—Eh, hola mi bolita de algodón. ¿Qué haces aquí? Ya me estaba preguntando dónde estabas —dijo Margarita cargándolo en sus brazos.

—¿Y Héctor? —preguntó después.

—Se tuvo que ir… ¿no es así, pequeño Peter? —respondió Ricardo con tono burlón, mirando al conejo.

—Uh, qué raro… Bueno, jaha sike ogape (vamos a casa).

—De acuerdo —dijo Ricardo, continuando el camino.

Caminaron en silencio bajo la luz de la luna. Margarita sostenía a Peter dormido contra su pecho, mientras Ricardo llevaba las manos detrás de la cabeza.

De pronto, Ricardo recordó la escena con Rafael.

—Ah, si quiero aclararte algo —dijo de repente—. Lo que hice cuando estabas en los brazos de Rafael no fue por celos.

—¿Crees que no me di cuenta? —respondió Margarita, alzando una ceja.

—Qué bien, porque en realidad odio a ese tipo de hombres que creen que pueden conseguir todo fácil.

—Claro, pero la verdad… no era asunto tuyo.

Ricardo se giró para quedar frente a ella y la miró fijo a los ojos.

—¿Ah sí? Y eso que me molesté en protegerte… ¿y así me pagas? Ricardo calló un momento y después agregó.

—No me digas… —replicó Ricardo.

—¿Qué cosas?

—Oye, Margarita… no me digas que te gustó ese muchacho.

—¡Ay, no digas tonterías! —respondió desviando la mirada y rebasándolo. Pero agregó con firmeza—: Si hubieras tardado unos segundos más, yo misma lo habría mandado al hospital.

Ricardo soltó una risa sarcástica.

—Ay, qué poco amorosa eres.

—Tal vez me vuelva amorosa con alguien que en serio lo merezca —remató Margarita.

Siguieron caminando en silencio. Ricardo entonces recordó el beso con Estrella; sacudió la cabeza, pero no pudo evitar mirar de reojo a Margarita.

—Oye.

—¿Qué?

—¿Viste lo que me hizo Estrella? —preguntó.

—No, ¿qué te hizo?

—¿En serio no lo viste?

—Pues no, ¿qué fue?

—Me dio un beso —dijo Ricardo, haciendo un gesto.

—Ah, qué bien.

—¡Uno en la boca! —aclaró él, poniendo cara de puchero.

—Qué afortunado —respondió Margarita con indiferencia, acariciando a un gato callejero que apareció en la vereda.

—¿Qué? ¿No te causa nada? —exclamó Ricardo.

—¿Qué podría causarme?

Ricardo la miró un momento, confundido, antes de murmurar:

—Pues… no sé.

Margarita sonrió mientras acariciaba al gato.

—Además, el hecho de que te besara tan fácilmente es porque no estás bien entrenado.

—¿Ah sí? ¿Y qué, acaso si hubiera sido tú no te habría pasado?

—Claro que no —respondió ella con firmeza—. Porque yo, a diferencia de ti, sí sé alejarme de lo que no me gusta.

Ricardo se quedó callado, sus ojos se tornaron más oscuros, como si algo dentro de él se hubiera encendido.

—Oye… —dijo de pronto, con un deje de enojo, y tomó a Margarita del brazo. Con un movimiento rápido la acorraló contra la pared, quedando a apenas unos centímetros de su rostro.

Margarita se sorprendió, quiso soltarse, pero Ricardo no se lo permitió. Peter, que estaba en su regazo, maulló confundido al sentir la tensión.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella, con el corazón acelerado.

—Demostrándote lo contrario a lo que dijiste —respondió él, clavando sus ojos en los de ella. Permanecieron así unos segundos, hasta que Ricardo se apartó bruscamente.

—Lo… lo siento. No creas que quería besarte ni nada.

Margarita, aún sorprendida, abrazó a Peter y se levantó con rapidez.

—Claro, jamás lo harías —dijo con seguridad, y siguió caminando hacia la casa.

Ricardo se quedó un momento quieto, preguntándose si lo que lo había movido era un simple impulso… o lo que tenia dentro de el . Finalmente, se levantó y la alcanzó.

—Mar, lo siento ¿de acuerdo? —dijo Ricardo, intentando encontrar la mi rada de Margarita.

—Sí, tranquilo... no pasó nada —respondió ella, firme, pero con la vista clavada en el suelo.



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En el texto hay: romace comedia drama

Editado: 18.09.2025

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