Ricardo sostuvo a Margarita y luego miró a Peter.
—Tu mísero conejo… se supone que estás aquí para defenderla —dijo con tono molesto.
Margarita empezó a parpadear y poco a poco abrió los ojos.
—Ay… ¿qué me pasó? —murmuró, sobándose la cabeza. Al darse cuenta de que estaba en los brazos de Ricardo, se apartó de golpe.
—¿¡Qué hacés!? ¿Por qué me tocás?
—Ni que quisiera hacerlo… —respondió él, crispado—. ¡Eres una estúpida! ¿Cómo se te ocurre pelear con ella sabiendo que ibas a perder?
Margarita lo miró con furia, los ojos chispeando.
—Solo me distraje… además, ¿por qué me hablás con tanta familiaridad? ¡Si ni siquiera te conozco!
—¿Cómo que no? Margarita, soy yo… —dijo Ricardo, incrédulo.
Ella retrocedió un paso, confusa.
—No…sé quién eres.
Peter se acercó a ella.
—¡Uh, Peter! aquí estas… ven aquí —dijo Margarita, agarrando a Peter.
Ricardo sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Algo estaba mal, muy mal. Peter estaba en los brazos de Margarita, quien la miraba confundido. Luego llegaron sus compañeras, incluyendo a Catalina.
—¡Margarita, te estábamos buscando!
—Solo estaba aquí —respondió Margarita.
—¡Oye, Margarita! ¿En serio no me recuerdas?
—No… oigan chicas, ¿ustedes saben quién es este muchacho?
—Margarita, ¿no lo recuerdas? —preguntó Catalina.
—Recordar qué…
—Él es Ricardo, tu prometido —dijo Catalina.
—¿Mi… qué? —exclamó Margarita.
—No recuerdo averme comprometido con él —dijo Margarita.
—Aunque no lo recuerdes, es cierto —añadió Ricardo.
Hubo una pausa. Margarita miraba desconcertada a Ricardo.
—¿como se llamaba? —preguntó Margarita.
—Ricardo —respondió Catalina.
—¡Ricardo, Ricardo ! —dijo Margarita, chasqueando los dedos—. No… no sé quién eres.
—Ahhh, eres una mentirosa, casi caigo.
—Ya terminó el juego, Margarita.
—¿Qué juego? ¡No jugaría con alguien que no conozco!
—Margarita, ya no es gracioso —dijo Ricardo, serio. Luego miró al conejo y lo tomó de las orejas, alejándolo de Margarita.
—¡Oye! ¿Qué te pasa? ¡Dame a mi conejo!
—Lo necesito un momento —dijo Ricardo antes de irse.
—Qué tipo tan extraño… Margarita.
—¿en serio no lo recuerdas?
—Ya te dije que no sé quién es.
Ricardo estaba con Peter. Él le tiró un poco de pimienta; Peter estornudó y se convirtió en Héctor.
—Bueno, empieza a hablar.
—¿De qué te hablaría yo?
—No te hagas el tonto. Margarita no se acuerda de mí.
— ¿El por qué no se acuerda de ti no sé?
—Si, no empiesas a hablar… te golpearé.
—Solo sé que esa chica sacó una bolsa de dulces, le metió uno en la boca a Margarita, y no vi más por qué esa chica me dio un codazo y caí inconsciente —dijo Héctor, sentado en el piso con los brazos cruzados.
—Entonces, ¿para qué estás cerca de ella? —dijo Ricardo, dándole un golpe en la cabeza.
—Ay, ya te dije lo que querías saber. Ahora dejame… tengo que investigar lo que le hizo a Margarita.
—Ah, no… animal, de eso me encargo yo.
Ire a hablar con dahiana más tarde.
Ricardo se fue y volvió al aula. Allí vio a Margarita sentada en su lugar habitual, pero ella ni se percataba de su presencia.
Al salir de la escuela, Margarita fue al mercado y Ricardo fue a buscar a Dahiana al colegio cerca, donde ella había dicho que estaba.
Cuando Dahiana salió, saltó a los brazos de Ricardo. Él solo se quedó quieto y, con voz grave, comenzó a hablar:
—¿Qué le hiciste a Margarita?
—¿porque? —dijo aún con los brazos alrededor de la nuca de Ricardo.
—Por alguna razón no me recuerda, y eso es desde que peleó contigo —respondió Ricardo.
Dahiana se separó de él.
—Ah, sí… le di uno de mis caramelos.
—¿Caramelos? —preguntó Ricardo, sorprendido.
—Sí. Le transmití al dulce que quería que esa chica se olvidara de ti, para que nos dejara en paz.
—¿Qué clase de caramelos son esos?
—Es un secreto.
Ricardo solo se quedó callado, mirando fijamente a Dahiana.
—Tranquilo, Ricardo. Yo tengo el antídoto justo aquí —dijo Dahiana, mostrando un bombón de chocolate en sus manos—. Te lo daré si por fin aceptas salir conmigo.
—Jamás lo haré, y eso deberías tenerlo muy claro desde aquella vez.
—Ya lo sé, solo quiero otra oportunidad. No descansaré hasta que aceptes y te enamores más de mí. Pero claro, si quieres que las cosas sigan así como están. Tampoco tengo problemas.
—¡Dame ese chocolate! —dijo Ricardo, tratando de quitárselo.
Dahiana metió el chocolate en una bolsita y lo guardó en su sostén.
—Tómala —dijo ella con una sonrisa malévola.
—¿Crees que tengo miedo de tocarte, mujer? —dijo Ricardo, crujiendo los nudillos.
Dahiana se sorprendió mucho y se tapó el pecho.
—Lo siento —dijo Ricardo—, solo dame ese chocolate.
—No —dijo Dahiana, tirando al piso el chocolate comenzando a pisotear la bolsa.
—¡Ricardo se quedó petrificado al ver eso!
—Margarita se quedará así, y tú tarde o temprano serás mío —dijo Dahiana antes de irse.
Ricardo se dio la vuelta, frustrado, y luego vio a Margarita caminando por un parque con una bolsa de regalo que había traído del mercado.
Se acercó a ella:
—Hola, Margarita.
—Hola —dijo Margarita, acelerando el paso, aún sin reconocerlo.
—Oye, espera… soy Ricardo, ¿de acuerdo? No te haré nada.
Margarita, aun con desconfiada, bajó la velocidad de sus pasos. Caminaban juntos en silencio pero hacia donde iban era el camino hacia el consultorio del doctor Joaquín, cuando llegaron.
—Ah, hola chicos, ¿qué hacen aquí? ¿Vienen a consultar?
—No, solo vine a traerle este presente por su cumpleaños.
—Ah, Margarita, ¿te acordaste?
—Así es, usted es el doctor de la zona y además también de la familia. ¡Cómo no me iba a acordar!
Ricardo interrumpió:
—Oiga, doctor Joaquín…