Amar A PuÑo Limpio

CAP 20:DE VERDAD LE TIENES MIEDO AL URUTAU

La noche caía tranquila. Margarita y Ricardo volvían del mercado con las compras que Isabel les había encargado. Todo iba bien hasta que, de pronto, Ricardo oyó un canto lastimero proveniente de un árbol cercano:

—Uh, uh… uhhhhhh…

Ricardo, que iba adelante con paso firme, se quedó helado. Los hombros le temblaron apenas y tragó saliva.

—E-eso… eso solo es un ava, ¿verdad? —preguntó sin mirar atrás.

Margarita arqueó una ceja.

—¿ A esta hora de la noche? Estás loco.

—¡No es eso! ¿Acaso no escuchaste nada? —respondió rápido, apretando los puños.

El canto volvió a sonar, más cerca, como un lamento que atravesaba la oscuridad. Ricardo pegó un salto y corrió a esconderse detrás de Margarita, agarrándole del hombro con tanta fuerza que casi la tumbó.

—¡¡Está aquí!! ¡Ese bicho me quiere comer el alma! —gritó, temblando.

Margarita lo miró boquiabierta y luego soltó una carcajada tan fuerte que casi se cae de rodillas.

—¿Eso? ¡Es solo el urutau, Ricardo! Es un pájaro.

—¡No es un pájaro cualquiera! —protestó él, escondiendo la cara tras su espalda.

Margarita no podía parar de reír.

—¡Increíble! ¿De verdad le tienes miedo al urutau?

Y cada vez que el pájaro cantaba, Ricardo pegaba un brinco y se aferraba más a ella, como un niño chiquito.

—Ya, camina rápido —ordenó Margarita.

Ricardo se apresuró hacia la casa. Al llegar, todavía temblaba y se quedó en la sala.

—¡Ahí está otra vez! ¡Ese pájaro está aquí! —dijo Ricardo al volver a escuchar el canto.

—Y dale con lo mismo —respondió Margarita entrando a la sala con un vaso de jugo—.

—¿Qué no te causa nada ese pajarraco? ¡Da miedo!

—Claro que no. Su canto es tenebroso, pero no es para tanto.

—¡Te lavaron el cerebro, Margarita! Tal vez esa ave come cerebros de la gente.

—Qué histérico eres… —resopló ella.

—La verdad Ricardo tiene razón —intervino Matías, entrando a la sala y sacándose el delantal—. Ese pájaro busca cerebros frescos, con ojos brillantes y gente apetecible… —agregó con voz sombría.

Ricardo pegó un grito y volvió a esconderse detrás de Margarita. Matías casi se mojó los pantalones de tanto reírse. En ese momento entraron los demás.

Isabel se sorprendió al ver a Ricardo detrás de Margarita.

—¿Qué pasa? ¿Por qué estás así?

—Aquí Matías lo asustó con el urutau —contestó Margarita.

Isabel soltó una carcajada.

—¡No puede ser! ¿No me digas que le tienes miedo al urutau?

—Ricardo todavía no superaste ese miedo —añadió Mariana, sentándose en el sofá.

Ricardo abrió los ojos, con una sonrisa torcida y gesto molesto. Inclinó la cabeza para mirar a Mariana:

—¿Y cómo quieres que lo haga si esa cosa me traumó?

— ¿cómo que te traumo? — pregunto Margarita.

—si mal no recuerdo una silueta de un pajarraco y con ese canto quiso comerme cuando era un niño.

— ¡Qué! Ricardo el urutau no come niños — agregó Margarita.

—Así lo recuerdo yo —dijo el con tono algo dramatico

—De acuerdo, pero no te pongas así— dijo Mariana

—Entonces no preguntes cosas evidentes —gruñón Ricardo, antes de quedarse en silencio.

—Bueno, bueno, ya basta, es hora de cenar —dijo Isabel.

—Yo preparo los cubiertos —añadió Matías.

—Yo te ayudo —respondió Mateo.

Mientras todos iban al comedor, Ricardo y Margarita se quedaron.

—No vendrá por mí, ¿verdad? —dijo Ricardo mirándola como un cachorro indefenso.

Margarita rodó los ojos y se levantó.

A la mañana siguiente, Margarita se despertó temprano para lavar la ropa. Era su turno. Revisó cada habitación y, al entrar en la de Ricardo, casi le dio un infarto: él estaba sentado en la cama, con unas ojeras enormes, como un zombi.

—¡Ay nde miserable! ¿Mba’épiko la ejapóva ko’ãa orapé? (¡Ay, miserable! ¿Qué haces despierto a esta hora?)

—No pude dormir en toda la noche por ese sonido…

—¡Y todavía con eso! Ya me tienes harta. ¿Dónde está tu ropa sucia?

Ricardo señaló el cesto cerca de la ventana. Margarita lo recogió y salió refunfuñando.

Ya amanecía. Todos se levantaban: Matías preparaba el desayuno, Mateo barría la entrada, Mariana e Isabel limpiaban. Ricardo, en cambio, estaba tirado en el sofá, como un alma en pena mirando al vacío.

Más tarde, Margarita fue a colgar la ropa y encontró una toallita de conejo.

—¿Qué hace esto aquí? Esto debería estar en mi habitación… —murmuró—. Se parece a Peter. Hablando de él, ¿dónde estará? Bueno, terminaré esto rápido.

Cuando regresó, Matías aspiraba la sala, Mateo hacía sus deberes y Mariana con Isabel habían salido al negocio. Margarita miró a Ricardo en el sofá.

—Ricardo.

—¿Eh? —respondió él, con cara de muerto.

—¡Maldita sea, ven conmigo!

—¿Adónde?

—Solo ven —dijo Margarita, tomándolo de la mano y sacándolo de la casa.

—Volveré dentro de unas horas —le avisó a Matías.

—No llegues tarde —contestó él.

Margarita subió a un bus con Ricardo detrás.

—Escucha, Ricardo, te voy a ayudar a superar ese miedo.

—Que no, estoy bien.

—¿Has visto alguna vez a un urutau?

—No, pero me imagino que es horrible.

—¡Ya cierra la boca! —lo interrumpió ella.

Caminaron unos metros hasta llegar a un recinto.

—Ya llegamos.

—¿Qué lugar es este?

—El lugar en donde vas a superar tu miedo.

Le vendó los ojos y lo empujó hacia adentro. Ricardo se agarraba de un palo como si su vida dependiera de ello.

—No quiero… déjame, te lo ruego, Margarita.

—¡Camina ya!

—¡Noooooo!

La gente los miraba como bichos raros, pero Margarita los ignoró. Una mujer se acercó:

—¿Necesitan algo, muchachos?

—Quisiera ver un urutau, señorita —pidió Margarita.

—Claro, por aquí.

Al escuchar eso, Ricardo intentó escapar, pero Margarita lo sostuvo con fuerza. La mujer les mostró un urutau. Margarita lo tomó en su brazo y lo acarició.



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En el texto hay: romace comedia drama

Editado: 11.10.2025

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