Amar A PuÑo Limpio

CAP 21 : APARECE EDUARDO EL HOMBRE CON EL GOLPE DE SERPIENTE

La mañana en la escuela parecía tranquila. Los pasillos se llenaban de voces, risas y pasos apresurados. Ricardo caminaba junto a Margarita, quien lo empujaba disimuladamente con el codo cada vez que él intentaba hacer algún comentario burlón.

—Dejá de fastidiarme —gruñó ella.

—¿Fastidiarte yo? Si soy un encanto —respondió Ricardo, riéndose.

Más adelante, Dahiana estaba apoyada contra una pared, mirando hacia otro lado con gesto nervioso mientras esperaba a Ricardo. No dejaba de pensar en lo que había dicho meses atrás. Eduardo se lo había tomado demasiado en serio: “Si vences a Ricardo, estaré contigo”. En su momento lo había dicho para apartarlo, pero ahora ese error la perseguía.

El timbre del recreo sonó y el bullicio se desató en el patio. Algunos chicos sacaron sus viandas, otros comenzaron a jugar a la pelota. Margarita se sentó en una banca y Ricardo a su lado. Pero la calma se interrumpió cuando apareció Dahiana, que fue directo hacia Ricardo.

—¿Qué hace aquí? —preguntó él, sorprendido.

—Ricardo, quiero pedirte un favor.

—¿Disculpa?

—Por favor, no pierdas ninguna batalla.

—¿Qué batalla?

—Solo te pido que no lo hagas.

—De acuerdo, no lo haré…

—Solo vine para eso, por favor no falles —dijo Dahiana dándole un beso en la mejilla antes de irse.

Ricardo se quedó algo tieso, luego se limpió la cara.

—¿De qué estará hablando ella? —dijo Margarita.

—No tengo idea —respondió Ricardo.

Minutos después, en la entrada del patio apareció un muchacho alto, de cuerpo atlético. Su cabello marrón brillaba bajo el sol, y sus ojos del mismo color, intensos, se clavaron directamente en Ricardo. Caminaba con paso firme, como un depredador acercándose a su presa. El murmullo entre los estudiantes no tardó en extenderse.

—¿Y ese quién es? —susurró alguien.

—No sé, pero se dirige hacia Ricardo. Ahora que lo pienso, desde que llegó han pasado muchas cosas —comentó otro.

Ricardo entrecerró los ojos, curioso y a la vez confiado.

—¿Y este quién se cree? —dijo en voz baja, apenas conteniendo una sonrisa desafiante.

Eduardo se detuvo frente a Ricardo. Una sombra de arrogancia se dibujó en su rostro.

—¿Tú eres Ricardo, verdad? —dijo con voz firme.

—El mismo que viste y calza —respondió Ricardo.

—Te estaba buscando —dijo Eduardo.

El ambiente en el patio se volvió tenso. Margarita se levantó de golpe y dijo:

—Disculpa, ¿tú quién eres y qué haces aquí?

—Soy Eduardo Castañeda, portador del golpe de serpiente —respondió él.

—¿Golpe de serpiente? —repitió Ricardo.

—Así es, y he venido a derrotarte.

—¿Tú, a mí? Por favor, ni siquiera sé quién eres para que vengas a buscar pelea conmigo.

—No lo hago por ti, lo hago porque mi hermosa Dahiana me dijo que, si te vencía, al fin me aceptaría.

—¡Ahh, con que era eso! —dijeron Ricardo y Margarita al unísono.

—Bueno, no importa, no tengo ganas de pelear. Y por si no te diste cuenta, estoy comiendo —dijo Ricardo.

—¡Deja eso y pelea!

—Que no, no lo haré.

—Ya escuchaste, Eduardo, vuelve otro día —intervino Margarita.

—¡No, no lo haré! O peleas ahora o no te dejaré en paz —insistió Eduardo.

—Podemos estar así horas, porque no pelearé —respondió Ricardo.

—¡Por favor, vete! —pidió Margarita.

—¡Que no! ¡Y no te metas! —gritó Eduardo mirándola con furia.

—¿Eh? —dijo ella sorprendida.

—¡Oye, no la trates así! —saltó Ricardo.

—¿No escuchas que no se calla?

—Ella te está pidiendo amablemente que te vayas.

—Pues yo no me iré.

—De acuerdo, pero no es excusa para hablarle de esa manera, ¿entendido? —dijo Ricardo con voz grave y seria.

—¿Qué acaso no te gusta que le hable así?

—La verdad no, y a ella tampoco le gusta que le hablen de esa forma.

—¡Ya basta, nos estamos saliendo del tema! ¿Vas a pelear o no? —rugió Eduardo.

—No.

—Bien, entonces te haré pelear.

Eduardo tomó a Margarita de la cintura . Ella trató de zafarse con todas sus fuerzas, pero como él mismo dijo, “golpe de serpiente”, parecía envolverla como un reptil.

—¡Margarita! —gritó Ricardo.

—Te espero esta noche en el parque que está a siete cuadras de aquí —dijo Eduardo con voz fría, sin soltarla.

Margarita siguió forcejeando, pero el agarre era demasiado fuerte. Finalmente, perdió el conocimiento.

Ricardo dio un paso al frente y todo el patio se quedó en silencio. Los alumnos observaban como si estuvieran viendo un espectáculo.

—¡Suéltala ahora! —ordenó Ricardo, con la voz tensa.

Eduardo rió sin alegría.

—¿O qué? ¿Vas a pelear conmigo ahora?

—Sí —respondió Ricardo sin dudar—, esta noche en el parque. ¡Ahora suéltala!

Eduardo lo miró de arriba a abajo, evaluándolo.

—Bien, te espero Ahí. Pero me llevo a esta chica, por si no vienes.

—¡Que la sueltes ya!

—No lo haré —respondió Eduardo, alejándose con ella.

—¡Maldita sea! —maldijo Ricardo, carraspeando y tomándose la nuca. ¿cómo le iba a decir a la familia que se habían llevado a Margarita? Cerró los puños con fuerza.

—No puedo dejar esto haci —pensó con rabia.

Al salir del colegio, Ricardo no pudo quitarse la ira de encima. Esa tarde, la casa se convirtió en un hervidero de planes.

—Yo voy contigo, cuñis —dijo Mateo, decidido—. No te dejaré ir solo al parque.

—Yo también voy —agregó Matías.

Héctor, que había aparecido otra vez, y había escuchado lo que dijo Ricardo, se acercó con seriedad.

—Yo también iré —dijo.

—Es muy bueno de su parte que quieran venir, pero la pelea es conmigo, no con ustedes. Así que iré solo. Además, también es mi culpa que se llevaran a Margarita —respondió Ricardo.

La tarde pasó entre tensión y entrenamiento improvisado: Ricardo practicaba después de mucho de no Hacerlo. Practicaba el cómo usar el peso y el impulso en lugar de solo su fuerza bruta.



#6386 en Novela romántica
#2761 en Otros
#737 en Humor

En el texto hay: romace comedia drama

Editado: 11.10.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.