Amar A PuÑo Limpio

CAP 22: MARGARITA QUE HICISTE, EL REGRESO DE UN ANTIGUO.

Era un hermoso sábado. El sol brillaba, los pájaros cantaban, y como de costumbre, se escuchaba a Margarita gritarle a Ricardo.

Ellos estaban en el negocio familiar, ayudando a Mariana e Isabel.

Ricardo salió de la cocina con la cara tiznada de hollín, mientras Margarita tosía detrás de él.

—¡Eres un imbécil! ¿Cómo vas a descuidar el fogón? Coff, coff —reclamó Margarita.

—Solo fui a buscar un palo para mover la leña del fuego, y cuando volví la masa ya estaba quemada. Luego llegaste tú y, cuando lancé agua, todo se volvió negro —respondió Ricardo.

—¿Y ahora qué le diré a mamá? —exclamó Margarita desesperada.

—Solo dile que se puede reponer.

—¡Imbécil! ¡Mamá trabajó mucho en eso!

En ese momento, Isabel entró en el local.

—Ya volvimos… ¿Qué es ese olor? ¡Ugh, qué pasó aquí?

—Sí, ¿qué pasó? —preguntó Mariana, que la acompañaba, abriendo las ventanas—. Solo fuimos a buscar los dulces para la decoración del pastel y ahora está todo lleno de humo.

—Ay, mamá… —dijo Margarita.

—¿Qué pasó? —preguntó Isabel alarmada.

—La base del pastel se quemó —respondieron Ricardo y Margarita al unísono.

—¡Ay, no!

—Lo lamento, mamá… —dijo Margarita con culpa.

—Sí, tía, lo siento, fue mi culpa. No debí poner tanta leña al fogón —añadió Ricardo.

Mariana se acercó a Isabel para darle ánimos.

—Vamos a hacer más. Sí, vamos, que podemos.

—Sí, vamos.

—Tranquilos, volveré a hacerlo. No se preocupen —dijo Isabel con calma.

—Bien, limpien el desastre de la cocina mientras nosotras hacemos la masa —ordenó Mariana.

—¡Sí! —respondieron los dos al mismo tiempo.

Después de unas horas, por fin el pastel estuvo terminado. Tenía colores preciosos y una decoración delicada encima.

—¡Terminamos! —dijo Isabel con orgullo.

—Me alegra, mamá, te quedó precioso —comentó Margarita.

—Bien, pongamos esto en la heladera y ya vámonos a casa. El lunes vendrá el dueño.

—Bien —asintió Margarita.

Al salir del negocio, Margarita dijo que iría a comprar un helado. Mariana, al escucharla, le entregó un poco más de dinero a Ricardo para que la acompañara y trajeran más.

Margarita estaba sentada esperando su pedido, con Ricardo al lado.

—¿De qué pediste? —preguntó ella.

—Pedí de chocolate y split —respondió Ricardo—. ¿Y tú?

—Pues pedí frutilla granizada, bombón y maracuyá.

—¿Cuánto te dio de dinero tu mamá?

—Treinta y cinco. ¿Y a ti?

—Cuarenta. Si me falta, me vas a colaborar.

—Por algo me mandaron, ¿no? —rió Ricardo.

Cuando llegó su turno, tomaron sus pedidos, pagando en total cincuenta. Caminaban comiendo sus helados.

—¿Ya hiciste el trabajo para el miércoles? —preguntó Ricardo.

—¿Cuál?

—El de Física.

—Sí, ya lo hice.

—Ayúdame, plis —dijo Ricardo con tono suplicante.

Margarita rodó los ojos, pero terminó aceptando.

En ese momento, un muchacho bien parecido pasó cerca. Margarita lo miró: se le hacía conocido, pero no le dio importancia. Sin embargo, el chico se detuvo, se dio la vuelta y pronunció en voz clara:

—¿Rosaura?

Margarita se detuvo en seco. Sus ojos se abrieron de par en par al reconocer aquella voz. Lentamente giró la cabeza.

Ricardo también se volvió, su expresión endurecida.

El muchacho sonrió y se acercó para abrazar a Margarita.

—Hola, Rosaura. ¡Tanto tiempo!

Ella se quedó quieta, sin reaccionar, hasta que él la rodeó con los brazos y luego se apartó.

—¿Y esa cara? ¿No te acuerdas de mí?

—C… claro que me acuerdo de ti —balbuceó Margarita, nerviosa.

—Ay, Saurita… hace tanto que no te veía. No has cambiado mucho. Bueno, tal vez te encogiste, y no lo tomes a mal, pero eso me gusta más.

Ricardo se aclaró la garganta, interrumpiendo.

El muchacho lo miró y sonrió.

—Oh, perdón. Hola.

—Hola, soy Ricardo. Mucho gusto —respondió serio.

—Mucho gusto. Tú eres el prometido de Margarita, ¿verdad?

—Así es… para su mala suerte.

—No digas eso. ¿Verdad que no debería decir eso, Margarita? —dijo el muchacho con una sonrisa que incomodó a ambos.

Margarita permaneció en silencio.

—¿Y adónde iban? —preguntó él.

—A mi casa —respondió Margarita rápidamente.

—Perfecto. Yo iba a comprar helado, pero mejor voy con ustedes. Cerca de tu casa hay una heladería, así que de paso me pongo al día contigo.

El trayecto se sintió eterno.

—Y dime, Margarita, ¿qué pasó en este último año, eh?

—Pues nada nuevo… solo que al fin cambiaron a la maestra de Ciencias.

—¡Qué bien! Por fin.

—Sí…

Hubo un silencio incómodo. Finalmente, Margarita preguntó:

—¿Y por qué volviste después de un año? ¿Y cómo sabes que Ricardo y yo estamos comprometidos?

—Pues ya no había nada interesante por esos lares, así que volví. Además, siempre es bonito recordar el país natal. Y sobre lo otro… tengo mis contactos, Margarita. Lo sabes muy bien.

El chico la miró con unos ojos dominantes, como si hubiera algo más entre ellos.

Ricardo se tensó, incomodado. Margarita también se sentía nerviosa, y Ricardo aprovechó para preguntar:

—¿Y de dónde se conocen?

—Uh… —dudó Margarita.

—El era mi compañero el año pasado… —respondió con voz insegura.

—Así es —dijo él con firmeza—. Margarita y yo fuimos compañeros el año pasado hasta que viajé a Estados Unidos. Tuvimos que separarnos, ¿no es así?

—S… sí.

—Ah, ya veo… —dijo Ricardo, con los labios apretados—. Bien, ya llegamos.

—Fue un gusto volver a verte, Margarita. Pero no creas que te libraste de mí… igual iré a visitarte al colegio —dijo el muchacho con una sonrisa arrogante.

—Y también fue un gusto conocerte, Ricardo… prometido de Margarita.

—Igualmente… —respondió Ricardo sin terminar la frase, extendiendo la mano—. ¿Tu nombre era…?

El muchacho sonrió con aire de superioridad, estrechándole la mano con firmeza.



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En el texto hay: romace comedia drama

Editado: 11.10.2025

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