El cielo amaneció despejado, pero en el aire se sentía algo distinto, como si el día prometiera traer problemas nuevos.
Margarita lo notó apenas puso un pie en la escuela: un grupo de chicas cuchicheaba frente a la puerta del aula, todas mirando en una misma dirección con rostros encendidos.
—¿Y ahora qué pasa? —murmuró, empujando suavemente a una compañera para mirar mejor.
Entre la multitud avanzaba una nueva estudiante. Era delgada, con el cabello castaño y un brillo particular en los ojos azulados. Su andar era seguro, casi desafiante, y el uniforme le quedaba impecable.
—¿Quién será? —preguntó una de las chicas.
—Dicen que viene transferida de Ciudad del Este… —respondió otra, soñadora.
—Permiso, esta es mi clase —dijo Margarita entrando.
La chica estaba justo frente a ella.
Margarita frunció el ceño. No sabía por qué, pero algo en ese chico la inquietaba.
El profesor apareció junto al recién llegado.
—Estudiantes, les presento al nuevo compañero. Espero que lo traten bien —dijo—. Su nombre es Muriel Duarte.
El murmullo fue inmediato.
—¿Muriel? ¿No es nombre de hombre ?
—Capaz es nombre extranjero —comentó otro.
Muriel sonrió apenas, cruzando las manos detrás de la espalda.
—Espero llevarme bien con todos.
Sus ojos buscaron a alguien entre la multitud… hasta que se detuvieron en Ricardo, que estaba llegando , con una manzana en la mano y la corbata torcida.
Muriel no dijo nada, solo murmuró en voz baja:
—Al fin te encuentro, Ricardito.
Ricardo no escuchó bien y pasó de largo para sentarse.
—¿Por qué no me esperaste? —preguntó dirigiéndose a Margarita.
—Te dije que te dejaría si no te apurabas.
—Pesada.
—¿Qué dijiste?
—Nada… oye, ¿quién es la nueva?
—Se llama Muriel.
—¿Muriel? Pero ese es nombre de hombre.
—Tal vez —respondió Margarita girando la cabeza hacia el frente para prestar atención a la clase.
Ricardo, mientras sacaba sus cosas, seguía pensando:
“¿Qué fue lo que dijo hace un momento? ¿Muriel?”
Durante el receso, todos salieron. Ricardo se tiró en un banco, descansando, cuando Muriel se acercó y se plantó justo frente a él.
—¿Qué, me tapás la vista? Estoy viendo el partido.
—Pelea.
—¿Qué?
—Que pelees conmigo.
Ricardo suspiró.
—Ay, esta historia se me hace familiar —dijo con los ojos cerrados—. Disculpá, ¿nos conocemos? Tenés demasiada confianza para hablarme así.
Muriel sonrió con una chispa en la mirada.
—Claro que nos conocemos, por eso te hablo así. Pero parece que tu memoria es tan floja como tus horarios.
—Okey… no sé quién eres, pero no me gusta que me hables así —dijo Ricardo, poniéndose serio.
Muriel soltó una risa y se inclinó.
—Entonces supongo que tendré que refrescarte la memoria… ¡Pelea!
—No voy a pelear con alguien que ni conozco.
Y mucho menos si es mujer.
Sin previo aviso, Muriel tomó un bastón que estaba cerca del banco y lanzó un golpe rápido. Ricardo lo esquivó por reflejo, y en segundos ambos estaban en posición de combate.
Margarita, que pasaba por allí, vió lo que estaba pasando y corrió hacia ellos.
—¿Qué hacen? ¡Esto no es un dojo!
—Tranquila, solo quiero que recuerde —respondió Muriel, avanzando con pasos firmes.
La pelea duró apenas unos minutos. Ricardo, con un movimiento rápido, la desarmó y la hizo girar.
El silencio fue absoluto.
Ricardo la miró con incredulidad.
—¿Te rindes?
Muriel, solo recogió el bastón y volvió a atacarlo. Ricardo solo la esquivó hasta que ella se cansó.
—¿Qué te pasa? ¿Crees que me rendiré tan fácil?
— ¿Por qué querés pelear conmigo? —preguntó él.
—¿Aún no me recuerdás?
—¿Por qué lo haría?
—Qué descarado… soy yo, Muriel, tu amiga de la infancia.
Ricardo parpadeó.
—¿Qué amiga?
—En serio… ¿no recuerdás el puesto de comida,... el vori vori?
Ricardo la miró serio unos segundos, hasta que chasqueó los dedos.
—¡Ah! ¡Muriel! ¡Tanto tiempo! —dijo acercándose para abrazarla.
Ella se apartó con una sonrisa firme.
—hasta que al fin recuerdas.
Muriel sacó de su bolsillo una cinta roja, algo gastada.
— Vine por esto ¿Te acuerdas, verdad? Dijiste que si te ganaba en combate, te casarías conmigo cuando crecieramos.
—¿Qué? ¿Yo dije eso?
—Así es. Y lo dijiste muy en serio.
Margarita observaba en silencio. Su corazón latía con fuerza y una sensación amarga le recorrió el pecho. No entendía por qué, pero ver a esa chica la incomodaba.
Ricardo se rascó la nuca, incómodo.
—Muriel, eso fue hace mucho, no creo que…
Ella lo interrumpió con una sonrisa tierna.
—No te preocupes, Ricardo. Solo vine a recuperar lo que me pertenece.
Con esa frase, se giró, dirigíendoce a clases.
Ricardo la siguió con la mirada, murmurando para sí:
—Pero… yo ya estoy......
Margarita, a su lado, se quedó en silencio. Por primera vez, no supo qué sentir.
El receso terminó y ellos volvían a sus aulas.
—¿Por qué apareció ahora? —murmuró entre dientes, cruzándose de brazos.
—¿Qué dijiste? —preguntó Margarita, aún sin mirarlo.
—Nada… —contestó él rápido, aunque se le escapó una media sonrisa nerviosa—. Solo que esto se puso raro de golpe.
—Sí, raro aunque todo es raro últimamente —repitió Margarita —. No sabía que tenías tantas promesas de matrimonio pendientes…
Ricardo la miró de reojo, algo incómodo.
—No empieces, Margarita, era una broma de niños. Yo ni siquiera lo dije en serio.
—Ah, claro… seguro tampoco sabías que ahora vino “a recuperar lo que le pertenece” —repitió ella, imitando con ironía la voz de Muriel—. Qué conveniente.
—¿Qué te pasa? —preguntó él, alzando una ceja—. ¿Estás celosa?
—¿Yo? ¡Por favor! —dijo enseguida, dándose vuelta y apretando los libros contra el pecho—. No tengo por qué estarlo.