Capítulo 26: Noche de máscaras
El colegio estaba lleno de risas, luces y decoraciones improvisadas. Aunque en Paraguay no se celebraba mucho Halloween, los profesores decidieron hacer una excepción: una “noche de disfraces” para cerrar octubre con algo distinto.
Margarita había ido con un vestido blanco simple, parecido al de una princesa, y un antifaz dorado que le cubría los ojos y parte de la cara.
Ricardo, en cambio, apareció con una capa negra y una máscara que cubría la mitad de su rostro.
—¿Y tú qué eres? —le preguntó ella al verlo.
—No sé —dijo él, encogiéndose de hombros—. Lo encontré entre mis cosas.
—Ah, o sea que es improvisado.
—Así es —replicó.
El gimnasio se llenó de música, luces naranjas y risas. Los alumnos bailaban, otros jugaban a asustarse, y algunos —como Margarita— se refugiaban cerca de la mesa de dulces.
Todo parecía ir bien hasta que Dahiana entró. Llevaba un vestido oscuro y largo, con detalles plateados, y una máscara que parecía hecha de cristal. Su presencia llamó la atención de todos, aunque Ricardo no se inmutó.
—¡Mirá quién vino! —dijo alguien—. Es esa chica que suele venir a verte, Ricardo.
—Parece salida de una película —agregó Catalina.
Margarita la observó con incomodidad. Dahiana se acercó con paso lento y seguro hasta donde estaban Ricardo y ella.
—Hola —saludó Dahiana con una sonrisa suave—. Qué linda fiesta.
—Sí —respondió Margarita, seca.
—Ricardo, ¿bailamos? —preguntó Dahiana, sin mirarla.
Ricardo la miró. Margarita se quedó en silencio.
—No, gracias —terminó diciendo él.
—Anda —insistió Dahiana.
—No, Dahiana, ¿porque vienes a molestar? ¿ Además alquién te invitó? —preguntó Ricardo, incómodo.
—Vine porque es una fiesta libre —respondió ella—. Además, uno de esos muchachos de tercero me invitó.
—¿Quién? —inquirió Margarita.
Dahiana señaló a Brahian, que se acercaba vestido como un vampiro.
—Hola, mi bella flor de campo —dijo Brahian, tomando de la cintura a Margarita.
Ricardo sólo se quedó mirando, con otro bocadillo en la mano.
—¿Qué querés? —dijo Margarita, apartándolo con un golpe.
—Siempre con tu carácter fuerte y dulce —dijo Brahian, recomponiéndose—. Quiero que bailes conmigo.
—¿Qué? ¿Y por qué habría de hacerlo? —replicó Margarita.
—Porque este año no terminará sin que te quede conmigo, además él bailara con ella—dijo Brahian, hablando de Ricardo y Dahiana en tono desafiante.
—Disculpa pero yo aun no dije nada.
—No me importa lo que tu pienses, Mendoza —contestó Brahian—. No terminaré este año sin que Margarita sea mía.
—¿Qué? —exclamó Margarita.
Brahian jaló a Margarita hacia sí para bailar. Ella hizo todo lo posible para zafarse, pero él no la soltaba. Ricardo, por fuera, no se inmutaba; por dentro le hervía la sangre.
En eso Dahiana tomó a Ricardo y comenzaron a bailar, dahiana se quedo mirando el dícelo de la máscara de Ricardo y dijo.
—¿Sabés qué es lo curioso? —susurró ella—. Las máscaras a veces muestran más de lo que esconden.
Ricardo frunció el ceño. —No digas estupideces.
—¿Estupideces? Te escondés detrás de esa cara seria… pero no podés engañar lo que sentís.
Ricardo dio un paso atrás, incómodo. La sonrisa de Dahiana era perfecta, pero había algo en sus ojos que le produjo escalofríos.
Minutos después, cuando la música cambió, Ricardo volvió a la mesa de bocadillos con Margarita, que se había librado de Brahian.
—¿Te diviertes? —preguntó él.
—No —respondió ella, desviando la mirada.
—Creí que sí —dijo él.
Se quedaron callados un momento, observando cómo los demás reían. Entonces Margarita rompió el silencio:
—¿Sabés? Halloween no se suele celebrar en Paraguay pero ahora viendo a todos nuestros compañeros es divertido hacer algo diferente —dijo, explicando—, además los disfraces son una excusa para jugar. Cada uno tiene personalidad, igual que las máscaras: no sólo esconden, también protegen.
—¿Qué? —preguntó Ricardo.
—Protegen lo que puede doler —respondió ella, quitándose el antifaz y mirándolo directamente a los ojos.
Por un segundo, el ruido se desvaneció. Las luces titilaron y una ráfaga de viento apagó algunas velas decorativas. Ricardo y Margarita quedaron frente a frente.
A lo lejos, entre la multitud, Dahiana los miraba como si hubiera conseguido lo que quería. Entonces, con un gesto imperceptible, lanzó un hilo —fino, rojo— que se ató al dedo de Ricardo. Él entró en un trance: se dio la vuelta, miró a Dahiana y caminó hacia ella. Dahiana también se acercó y se interpuso entre Ricardo y Margarita.
—No quiero que te acerques a Ricardo, ¿de acuerdo? —murmuró Dahiana—. Él es mío, siempre lo fue, y ahora se irá conmigo a donde yo vaya, porque me ama. Así que no te acerques.
Ricardo no reaccionaba. Sus ojos parecían vacíos, y el hilo rojo que salía de la mano de Dahiana brillaba débilmente bajo la luz del gimnasio.
—¿Qué? —preguntó Margarita, retrocediendo un paso.
—Lo que escuchaste —respondió Dahiana con una sonrisa helada—. Además, sólo volví a despertar lo que ya estaba en él.
—¡¿Qué?! —gritó Margarita.
Dahiana levantó la mano y el hilo se tensó. Ricardo, como si estuviera hipnotizado, se interpuso entre ambas.
—No. te le acerques —dijo él con voz amenazadora.
—¿Qué? ¡Oye, espera! ¿Quién te creés para hablarme así, imbécil? —Margarita intentó golpearle el rostro, pero él la tomó del brazo, aprentándolo.
—¡Me estás lastimando, Ricardo! Suéltame.
De pronto, Ricardo le dio una bofetada a Margarita y la tiró al piso.
El viento volvió a soplar y las luces comenzaron a parpadear con más fuerza. Algunos alumnos se reían, creyendo que era parte de algun espectáculo de la fiesta, sin saber lo que ocurría. Catalina, que sabía que aquello no era una actuación, se acercó a Margarita, preocupada, al igual que José.