Unos días después , Ricardo se despertó aún con la mejilla hinchada por el golpe.
Cuando bajó a la cocina, Héctor ya estaba ahí, desayunando con la excusa de que “Ricardo tenía algo suyo”.
—Por fin bajás —dijo Mariana.
Ricardo solo asintió.
—Buenos días. ¿Qué hacés aquí, Héctor?
—Vine porque dejamos una pelea pendiente.
—¿Pelea? —preguntó Mariana—. ¿Cómo que pelea?
—Sí, ¿a qué te referís? —dijo Isabel.
Héctor suspiró.
—Perdón por mentirle diciendoles que Ricardo tenía algo mío, pero tenía que hacerlo. Si no, no me iban a dejar pasar.
Margarita cruzó los brazos.
—Héctor, creí que eso de la pelea ya había terminado.
—No, Margarita. Esta… aún no termina.
Ricardo respiró hondo.
—Es demasiado temprano, Héctor —dijo Ricardo —. Esperá una hora, ¿sí? Es un día muy lindo como para empezar así.
Mateo intervino con una sonrisa burlona:
—Ricardo, eres un cobarde.
Ricardo se giró lentamente.
—¿Qué dijiste?
—Lo que escuchaste —dijo Mateo—. ¿Tenés miedo? ¿O estás débil por el golpe que te dio Margarita?
Margarita desvió la mirada.
Ricardo murmuró:
—Oh, créeme… que si ella hubiera sido un hombre… ya la hubiera mandado al hospital.
Margarita cerró los puños.
—¿Así? Pues ponete en guardia. Seré yo la que te va a mandar al hospital.
—¿Ah, sí? —Ricardo se acercó.
—Sí —respondió Margarita, acercándose también.
Sus cabezas chocaron y empezaron a forcejear.
Matías intervino rápidamente:
—¡Ya basta! La pelea es entre Ricardo y Héctor. No te concierne a ti , Margarita.
—Él empezó —murmuró ella.
—Tranquila Margarita —dijo Héctor—. Voy a esperarte, Ricardo.
Pasaron unas horas.
Ricardo se sentó junto a una roca en el patio, esperando a Héctor.
Cuando éste salió, levantó los puños.
—Bueno. Ponete en guardia.
—Bien —respondió Ricardo.
Ambos se posicionaron.
El primer choque fue seco, fuerte.
Ricardo lanzó una patada rápida que Héctor logró esquivar.
Héctor contraatacó con un golpe al abdomen, pero Ricardo bloqueó con el antebrazo.
Las miradas de ambos se encendieron.
Ya no era un simple enfrentamiento. Era un choque de orgullo.
—No te distraigas —advirtió Héctor.
Ricardo avanzó calculando. Amagó, giró y lanzó un golpe al rostro… cuando sintió algo tocarle la espalda.
Se giró, pero no había nadie.
—No te distraigas —repitió Héctor golpeandolo en la cara.
Ricardo intentó golpear, pero su puño se volvió débil y cayó al piso.
La familia miró confundida.
—¿Qué? —preguntó Mariana.
— ¿Eh? … —Ricardo miró su mano—. Que fue eso. — pensó.
—Qué paso Ricardo… —Héctor frunció el ceño. — Que acaso ya perdiste.
Ricardo lo miro.
— Claro que no, otra vez — repitió Ricardo.
Se volvieron a pocicionar Ricardo dio el primer golpe pero su golpe fue muy débil, Héctor lo golpeaba y Ricardo no podía defenderce con cada golpe y paso que daba Héctor el pasto del patio se levantaba. Cuando Héctor le dio un último golpe a Ricardo este impacto contra el árbol.
— ¿Qué te pasó?, Ricardo, Tenías la fuerza de un roble… qué ahora eres un debilucho.
Ricardo estaba confundido porque su fuerza era tan débil, miró a Héctor con algo de ira y hablo.
— otra vez
Cuando Ricardo dijo eso los dos se volvieron a pocicionar Ricardo avanzó y Héctor le dio un golpe directo a la mandíbula, el cual lo hizo caer al suelo inconciente.
La fama se apresuró a acudir a su ayuda y lo llevaron a la sala.
Una hora después, despertó en el sofá.
—¿Qué me pasó? —preguntó sobándose la cabeza.
—Héctor te dio un golpe y caíste inconsciente —explicó Mariana.
—¿Yo? ¿Inconsciente?
—Así es —respondió Héctor desde la puerta, con las manos en los bolsillos.
Ricardo se quedó petrificado.
Se levantó, aún con la cara hinchada, y preguntó los detalles.
— Encerio qué te paso — dijo Mariana preocupada.
— Solo sentí un toque en la espalda pero cuando voltee no había nadie
— De la nada mi fuerza se fue.
— Porque no vaz a ver al doctor Juaquin — dijo Isabel también preocupada.
Ricardo asintió y se levantó aun adolorido y fue directo al consultorio del doctor Joaquín.
Ricardo llegó y saludo al doctor.
—Buenos días —dijo Ricardo entrando.
—Hola, Ricardo. ¿Qué pasó?, hace mucho que no venias.
Ricardo le explicó lo ocurrido con detalle.
— Ah si? Dejame ver—Joaquín lo revisó, tocando el centro de su espalda.
—¿Sentiste el toque exactamente aquí?
—Sí… ahí mismo.
Joaquín frunció el ceño.
—Sí, alguien te tocó.
—¿En serio?
—Sí. Pero no parece ser por fuera… sino por dentro.
Ricardo se quedó rígido.
—¿Cómo que por dentro…?
—Tenés un punto de presión alterado. Pero no es externo. Es interno.
Ricardo palideció, recordando a la bestia.
—¿Hay forma de vuelva a estar bien?
—Claro que sí. Pero los ingredientes son difíciles de conseguir.
Joaquín buscó un libro grueso y escribió una lista.
—Traeme esto.
Ricardo tomó la lista.
—Lo conseguiré.
Ricardo volvió a la casa. Al volver, encontró a Héctor todavía allí.
—¿Y? —preguntó él.
—Debo preparar una medicina.
— Medicina?
— Si
— Porqué — dijo Mariana
— Parece que me golpee, y por eso mi fuerza es débil — dijo Ricardo nervioso. Pero Cuando tome la medicina, ya voy a estar bien —respondió Ricardo buscando dinero.
Mariana lo llevó aparte.
—Encerio. ¿Qué te dijo el doctor? —susurró.
—Puede ser por la bestia, mamá. Me tocó… internamente.
—¿Qué?, ¿Ellos pueden hacer eso?
—Parece que sí. Pero voy a conseguir lo que necesito.
Ricardo bajó las escaleras.
Y escuchó algo que lo hizo detenerse.
Héctor hablaba con Margarita.
—Margarita…