Ricardo volvió a sentir algo que no sentía desde hacía mucho.
Una punzada en el pecho una molestia.
O tal vez… incomodidad. Pero Solo sabía que ver a Theo tan cerca de Margarita le revolvía el estómago.
Mientras tanto, Theo y Margarita seguían cocinando y riéndose cada vez que él decía alguna tontería.
En eso, Muriel se inclinó hacia Ricardo.
—Mmm… parece que alguien está interesada en Theo —comentó ella, como hechando leña al fuego.
Ricardo frunció el ceño.
— ¿Qué?, ah si, no me importa —respondió, demasiado rápido.
Muriel levantó una ceja.
— ¿ah no?,
— No
—ujum.
Muriel estaba buscando la ocación perfecta para mantener a Ricardo cerca y lo que estaba pasando con Margarita y Theo era perfecto.
Los profesores llamaron al resto de los grupos y pronto todos estaban comiendo.
La fogata crepitaba, el cielo estaba lleno de estrellas y, por un momento, el campamento parecía tranquilo.
Hasta que llegó la hora de irse a dormir.
—Chicos, mañana tenemos actividades desde temprano —anunció el profesor Rubén—. A sus cabañas.
Todos empezaron a caminar hacia las cabañas.
En el camino, Theo se acercó de nuevo a Margarita.
—Ey, Mar —la llamó suavemente—. Un poco más tarde Iré a ver de donde puedo conseguir helado lo llevaré a la habitación.
Ella asintió.
—Sí, esta bien.
Ricardo casi se atraganta con su propia saliva.
José lo vio.
—Bro… estás rojo —le dijo.
—Es el frío —respondió Ricardo, cruzado de brazos.
—Pero hace calor —dijo José.
—Entonces es… alergia —dijo Ricardo.
—A qué —preguntó José.
—A… todo —respondió Ricardo, ya irritado.
Al llegar a la cabaña, los grupos se separaron, aunque se podían escuchar voces de todos lados, risas, chistes, pasos apurados.
En la cabaña del grupo 3, José se tiró a la cama.
—Estoy muerto.
Ricardo no contestó.
Estaba mirando por la ventana.
Desde allí se veía la cabaña 5.
Y enfrente, Theo hablaba con Margarita.
Nada raro, solo estaban comentando algo del día y riéndose.
Pero a Ricardo le ardía el pecho igual.
—¿Qué es esto…? —susurró él, confundido.
José lo escuchó.
—¿Qué dices?
Ricardo se dio vuelta de golpe.
—¡Nada! —explotó él—. ¡Solo que… Theo habla demasiado!
José se rió.
—Hermano… él siempre es así..... Oh, estás cel—
—NO —lo interrumpió Ricardo, rápido—. No estoy nada.
Pero su cara decía lo contrario.
Del lado de afuera, Muriel observaba desde otra cabaña, escondida detrás de una cortina.
—muy bien, Ricardo será mio pronto… —murmuró.
Como si ya estuviera planeando algo.
Mientras tanto, en su cabaña, Margarita terminó de acomodar su mochila.
Catalina la miraba con una sonrisa traviesa.
—Mmm… ¿Te gusta estar con Theo, ah?
—¿uh? Si —respondió Margarita, aunque estaba sonrojada—. Hace muy buena compañía.
Catalina suspiró dramáticamente.
— ya llegó por quien lloraban— dijo Theo entrando con un balde de helado en las manos
— siii llego el helado —dijo Margarita acercandose. — iré a traer unos vasos — siguió Margarita dirigiéndose a la cocina.
En el segundo día el sol apenas había salido cuando el profesor Rubén empezó a tocar un silbato como si estuviera en guerra.
—¡Arriba! ¡Arriba todos! ¡Hoy tenemos la competencia de orientación! ¡A ponerse las zapatillas!
Algunos alumnos se levantaron tranquilos.
Otros parecían zombis.
Y otros… directamente lloraron.
Ricardo se cayó de la cama.
—Agh… —gruñó, todavía medio dormido.
José lo miró desde la cama.
—Bro, ¿es mi impresión o dormiste todo tenso?
Ricardo se enderezó.
—Dormí normal.
—Hiciste un ruido así —dijo José, imitando un gruñido celoso.
—¡no hice eso! —explotó Ricardo.
Pero sí lo había hecho.
Afuera, todos los grupos se reunieron para comenzar.
La profesora Estela explicó:
— A partir de ahora no habrán grupos, solo los habrá cuando vayan a dormir a sus cabañas, desde ahora pueden esparcirse y hacer equipo con quienes les plazca. La competencia consiste en encontrar banderines escondidos en el bosque, usando un mapa. Cada grupo debe traer mínimo tres. El primero en regresar gana una tarde libre en el lago.
Todos los alumnos gritaron emocionados.
Catalina levantó la mano.
—Profe, pregunta: si me pierdo, ¿puedo usar mi celular?
—No, Catalina.
—¿Y gritar ayuda?
—Sí.
—Ok, gracias —dijo, satisfecha.
Los grupos se separaron.
El grupo 5 siguió junto y avanzaron primero: Margarita, Catalina, Theo y Fabián.
Theo caminaba adelante, tranquilo, con el mapa en la mano.
—Creo que el primer banderín está cerca del arroyo —dijo él.
—Bien —respondió Margarita, siguiéndolo—. Vamos entonces.
Catalina los miraba como si estuviera viendo un capítulo nuevo de su telenovela favorita.
—Mmm… la tensión —susurró.
Desde atrás, Ricardo apuraba a su grupo para acercarse al de Margarita.
—¡Rápido José !
—Bro, si corremos así nos vamos a romper algo —protestó José.
— Entonces camina rápido.
Muriel, por supuesto, estaba pegadísima a Ricardo, ella se avía agrupado con el por lo que la profesora dijo.
—Yo camino rápido contigo, Ricardo —dijo con tono dulce.
—Bien —respondió él.
El grupo 5 llegó al arroyo.
Theo señaló entre unos arbustos.
—Ahí hay algo rojo.
—¡El banderín! —gritó Margarita.
Theo se agachó y lo tomó.
—Uno para nosotros —dijo sonriendo.
—¡Vamos! —celebró Fabián.
En ese momento, detrás de ellos, escucharon:
—¡OIGAN!
Margarita se giró.
Ricardo venía corriendo como si estuviera escapando de un oso.
—¿Qué pasa? —preguntó ella.
Ricardo frenó, tratando de recuperar el aire.
—Solo… dejen el banderin.