Estaba acostada en la cama, llorando con una foto entre las manos, éramos papá y yo, la última foto que nos sacamos, hace seis meses que se fue y sigue doliendo como si hubieran pasado dos días, todavía no entiendo porqué se fue de nuestras vidas, dejándonos solos, nunca pensé que la vida me arrebataría a una de las personas más importantes para mí, nunca pensé que la vida sería tan cruel.
—Hija, levantate, por favor, tenemos que despedirnos de la familia...—dice casi en modo de súplica, sentándose en la orilla de mi cama.
Me incorporé, ella secó mis lágrimas y agarró la foto que tenía entre mis manos—. Voy a salir un rato, quiero despejarme y capaz que vaya a ver a Juan. Necesito estar un rato con él y..., después vengo para saludar a los abuelos. Llego antes de que salga el avión, te lo prometo mamá.—ella me sonríe con angustia y beso su cachete.
Voy al baño, me lavo la cara con agua bien fría para que mis ojos bajen un poco la hinchazón, me solté el pelo y lo peiné, me maquillé un poco para que no se me note lo mal que me veía porque me veía realmente mal.
Ojeras enormes, los ojos rojos e hinchados, los labios igual por lo que tuve que disimular con labial rojo, no muy fuerte, apenas para que parezca que solamente era maquillaje. Me gustaría no tener que salir para que nadie vea mi aspecto pero mi mamá y mi hermano insisten en que salga de mis cuatro paredes, por lo que decidí ir a ver a mi novio.
Me acomodé la pollera y la pupera que traía, salí del baño y noté los cordones de mis zapatillas desatados, odio que me pase eso.
Saludé a Cam, y salí de casa. No sin antes de que me interrogue de a dónde iba y con quién, le conté para que se quedara tranquilo, agarré mi bici y salí hacia la casa de mi novio.
Empecé a andar por las calles de Buenos Aires, el viento en mi cara era confortable, mucho. Me hacía sentir un poco de paz.
La noche anterior había guardado toda mi ropa y mis pertenencias en mis valijas, ayer no lo había visto porque con todo esto de la mudanza no tuve tiempo, solamente nos iríamos mamá y yo, Cami, mi hermano mayor, se va a quedar porque decidió que iba a volver a Francia, cuando se enteró lo de... papá, vino lo antes que pudo y no volvió a irse, pero decidió que ahora que nosotras nos íbamos, él iba a hacer lo mismo.
Era chef de uno de los mejores restaurantes de París, cuando se enteró de aquél logro, no lo pudo creer, y mis padres y yo estábamos muy orgullosos de él.
El vuelo a Neuquén salía a las siete de la tarde por lo que prometí volver a las cuatro para poder saludar a mis abuelos.
Me encantaba pasear en bicicleta porque el aire revoloteaba en mi cara y el viento veraniego de marzo se hacía presente en cuanto empecé a andar en esas dos ruedas.
Era una de mis mejores curas para el dolor y la falta de paz que tenía dentro.
Una vez que llegué a su casa, de ella salían Teresa y Javier, sus padres, quienes apenas me vieron bajar de la bici, me recibieron con una sonrisa.
—Hola Sari, nosotros nos estamos yendo, pero Juan está adentro.—me informa Tere.
—Gracias.—dije después de darles un beso.
Entré y ellos se fueron. Su casa era enorme, por lo que pasé por el living y subí las escaleras, ya en el segundo piso, empecé a escuchar ruidos... Ruidos provenientes de la habitación de mi supuesto novio, abrí un poco la puerta y lo vi..., los vi.
A él.
A ella.
Mi supuesto novio y supuesta mejor amiga, teniendo sexo en la cama de Juan, en la que estuve yo muchas veces. Compartiendo momentos lindos, risas, películas, picnic, todo. Y él ensuciaba sus sábanas con ella.
Mi corazón se rompió y las lágrimas amenazaban con salir.
Estaba tan vulnerable que no me costó nada dejar salir las lágrimas.
Si él me hubiera metido los cuernos con otra persona, no me hubiera importado, o quizás no mucho, pero... ¿Con ella? Mi mejor amiga, Carolina, ella, que había estado con medio Buenos Aires. Ella, que estaba más usada que baño público, ¿enserio? Cayeron muy bajo.
Salí de ahí dando un portazo a su puerta para que se enterasen que los había pescado justo y bajé corriendo las escaleras, escuché la puerta de la habitación abrirse y unos pies que me seguían escaleras abajo.
—¡Sara!—su voz se hace notar.
Abro la puerta de la calle y cuando estaba por agarrar la bicicleta, su mano en mi brazo me hace girarme para mirarlo.
—¡Soltame!—dije soltándome de muy mala manera de su agarre.
Tras que estaba para la mierda, él era tan descarado para lastimarme todavía peor, era un mierda, en él buscaba el consuelo que no encontraba en ningún lado, en él buscaba la paz que hace seis meses no sentía, y me lastima de esta manera.
Y lo peor es que lo amé mucho, demasiado, y ese fue mi error, entregarle todo de mí, a quien no se lo merecía.
—Por favor, Sara, hablemos, te lo pido. No te vayas así.
—¿Y cómo querés que me vaya? ¿Saltando y cantando que la vida es bella? Pedazo de pelotudo.—lo insulté con rabia, secando con fuerza mis lágrimas. Vi por encima de su hombro y ahí estaba esa puta de mierda—. Son tal para cual, no los quiero volver a ver. Yo venía a...—la voz se me entrecortó—. Venía a despedirme de vos, a buscar paz, un poco de felicidad, ¿sabés por qué? Porque estaba empezando a olvidar qué es la felicidad. Y con lo que acabo de ver, me dan a entender que la vida, al igual que las personas, son crueles. ¡Mi papá se murió! ¡Solamente esperaba que vos seas mi consuelo! Y mientras yo estaba retorciéndome de dolor en el suelo, ¿vos te revolcabas con ella? ¿Enserio?—pregunté irónica.
—Sara...
— ¡"Sara” las pelotas! En un par de horas y me voy, y lo último que quiero es verte. Verlos. Para mí, a partir de hoy, están muertos.
Lo alejé empujando su pecho, volví a ver a Carolina y no tenía ninguna expresión, solamente vi como una sola lágrima, muy chiquita, se resbalaba por sus ojos, es más, fue tan chiquita, que creí habérmelo imaginado, pero no dijo ni hizo nada.