Mi amor
El timbre sonó indicando que el recreo había comenzado. Salí del salón directo a los lockers para sacar el cuadernillo de Italiano y guardar el de matemáticas, cuando alguien se unió a mis pasos. Dos chicas, las había visto en la clase. Ambas me sonríen.
—¡Hola!—dicen al unísono, les sonreí.
—Hola.—respondí con una sonrisa de labios apretados, pero para nada fingida. Nos paramos frente a mi locker y saqué mi libro dejando el otro adentro.
—Soy Cloe y ella Cassie.—se presentan.
Cloe era rubia, y su pelo hondulado hasta el hombro, tenía los ojos miel y era alta como yo. 1.63, quizás.
Cassie; por su parte era blanca, con su pelo cobrizo igual que el mío, a la altura de sus hombros, hondulado y tenía flequillo. Sus ojos eran verdes y era más alta que nosotras, pero no tanto, quizás uno o dos centímetros de más.
Salimos del pasillo de los lockers y fuimos a la cafetería donde los tres chicos que conocí antes estaban esperándonos. Me senté frente a Renzo, mientras que Cassie se sentaba en sus piernas y le daba un beso. Abrí los ojos con sorpresa pero enseguida lo disimulé. Cloe se sentó a mi lado.
Hablamos de diferentes cosas, me preguntaron cómo era Buenos Aires y si me gustaba. Yo respondía a todas las preguntas, no me molestaba, mientras contaba sobre mi antigua escuela, el teléfono vuelve a sonar, rechacé la llamada de nuevo. Juan. No podía ser otro ser más insoportable. Desde que me había mudado me vivía llamando, y nunca le atendí.
No puedo creer que sea tan caradura para llamar como si nada, después de rechazar su llamada, recibí dos mensajes suyos, los cuales no me tomé molestia de leer.
—¿Por qué no contestás? Puede ser alguien importante.—negué frunciendo el ceño.
—No, no es nadie importante. Ya me fijé.
Asiente y seguimos conversando con los demás.
***
Terminó mi primer día de clases en mi nueva escuela y con mi mamá volvimos a casa.
No fue como lo imaginé; las personas eran buenas, amigables, e hice amigos. O por lo menos, personas que me enseñaron la escuela y no me dejaron sola. Eso fue lo que más temí que pasara.
—¿Querés que merendemos? — pregunta mi mamá apenas deja el bolso en el sillón. Asentí.
Ambas fuimos a la cocina y nos sentamos en la mesa mientras ella preparaba el mate. Me levanto y busco en la alacena algo para comer, encontré unas medialunas que sobraron de la mañana.
Me senté y mamá me sonríe sin sacar su atención de lo que hacía —. ¿Cómo fue tu primer día? — me tira una mirada rápida y se levanta a poner la pava a calentar.
—Bien, qué sé yo, mejor de lo que esperé a decir verdad, pero... No sé, todavía me cuesta adaptarme al cambio. — dije desanimada.
—El cambio va costar, es lógico, pero vos vas a poder con esto, siempre pudiste con todo.
—La diferencia es que antes estábamos todos juntos. Ahora es todo diferente, nada va a ser como antes. No estoy tan segura ahora de poder con todo. — dije mirando mis manos que estaban en la mesa.
La siento cerca y segundos después sus brazos me rodearon.
Fue más difícil en ese instante, porque la angustia volvía a apoderarse de mi ser. Era difícil verme en el espejo y no reconocerme, estaba demacrada y lo peor es que tenía que esconder eso bajo el maquillaje y al final del día, terminaba sola, en la oscuridad de mi cuarto, y explotaba.
No me gustaba llorar frente a las personas, verme débil, dejar salir todo aquello que me mataba por dentro.
Terminamos nuestra merienda y le dije que iba a hacer tarea, una excusa para poder desarmarme sola un rato.
Entré a mi nuevo cuarto y cerré la puerta tras de mí. Apoyé la espalda en esta y me dejé caer al suelo y lloré; lloré hasta quedarme sin lágrimas, lloré por papá, por el forro de mi novio, por la traición de mi mejor amiga. Pero lloré por todo lo que tendría que haber llorado y no lloré.
Me levanté del suelo y busqué entre los cajones una botella que había comprado ayer de licor y la abrí, tomé un gran trago y mis lágrimas seguían cayendo sin cesar.
No me acuerdo cuanto tiempo estuve así, pero me terminé la botella, con dificultad la dejé al lado de la cama y enseguida tuve ganas de vomitar todo el alcohol que había en mi sistema, fui al baño de mi pieza para no preocupar a mi mamá y porque me quedaba más cerca, me acerqué al inodoro gateando en el suelo y solté todo lo que había dentro mío.
La puerta de mi cuarto se escucha —. Sari ¿estás...? ¡Hija! — la escucho acercarse —. ¿Pero qué hacés en este estado otra vez? — no dije nada, sino que empecé a llorar.
Tira mi pelo para atrás para sacarlo de mi cara y se agacha para abrazarme —. Shh... — dice calmándome mientras me abraza y acaricia mi pelo —. Todo va a estar bien.
Lo único que se escuchaba era mi llanto y su voz intentando calmarme.
Estuvimos un rato así y después me dejó para que me bañe. Lo hice sin apuro, dejé que el agua cayera por todo mi cuerpo mientras flashes aparecen en mi cabeza.
Salí media hora después con ropa cómoda, un short clarito que me quedaba un poco holgado y una musculosa rosa pastel que me quedaba justo en el ombligo.