Ojitos tristes
Después de la llamada que tuve con juan no volví a dirigirle la palabra, cada vez que pasaba por al lado mío lo ignoraba deliberadamente, dos o tres veces por semana iban a cenar a casa, y eso me irritaba. No por sus padres, yo los adoro, sino por su presencia.
Ya era Mayo y el frío empezaba a sentirse, no me quiero imaginar en pleno invierno, pero sí estoy segura que ni porque quisiera se parece al invierno de Buenos Aires, allá es más llevadero.
Otro día más que me tenía que preparar para ir a la escuela, ya revisé tres veces el placard y ni idea de qué ponerme, está bien que tampoco tengo un shopping adentro del armario, pero no me decido. No hacía ni mucho calor ni mucho frío, había viento. Después de buscar por veinte minutos me decidí por un jean negro roto en las rodillas y doblé los puños haciendo que me quedara arriba de los tobillos y un buzo rosa que me quedaba largo, en los pies mis zapatillas Converse negras y blancas con plataforma.
Me peiné y me hice dos trencitas para después unirlas formando una corona de trenzas y abajo me dejé el pelo suelto.
Desayuné yo sola porque mi mamá se fue a hacer unos trámites antes de ir a trabajar y me tenía que ir caminando.
«Mis padres hoy no trabajan, ¿querés que pase por vos?»
Me escribió Juan. No sé si es estúpido, o solamente lo hace a propósito, claramente lo dejé en visto. Terminé mi café y fui por mi mochila.
Apenas abrí la puerta principal, la figura de Juan apareció frente a mí. Lo examiné unos segundos sin decir nada y con la mano en la puerta.
—¿Qué hacés acá?—me puse seria y enarqué una ceja.
—Vine por vos. Como no me respondiste pensé que se te había olvidado hacerlo y querías que venga por vos.—solté una risa. Odiaba que de verdad pareciera una buena e inocente persona, mentía tan bien que me hervía la sangre.
—Sí, quizás olvidé responderte.—dije irónica—. No te respondí porque no se me daba la gana ni de responderte, ni de irme con vos. ¿Te hago un cuadro para que lo entiendas mejor?—ladeé la cabeza.
—No tenés por qué ser tan sarcástica, Sa, simplemente quiero hacer algo bueno por vos, así no tenés que irte caminando.
—¿Querés hacer algo bueno por mí? Alejate. Ya me lastimaste suficiente. No quieras arreglar algo que está roto. Y ni muerta me subo al auto con vos. ¿Okey?
Agarré las llaves de la casa, lo empujé por el pecho para que se haga para atrás y cerré la puerta, metí las llaves en mi mochila y empecé a caminar.
Llegué a la escuela veinte minutos después. No me encontré a ninguno de mis amigos en el pasillo así que fui sola hacia el aula.
La mañana fue dentro de todo tranquila, es más, bastante tranquilo que me asustaba, pero... no sé por qué tenía un mal presentimiento desde que me levanté, y aumentaba en este momento.
Empecé teniendo Italiano y después matemáticas, la profe de esta última nos mandó a hacer ¡veinte ejercicios! Está re loca, no me gusta hablar así de los profesores pero es así. Me parece que estaba aburrida, pensé con sarcasmo. Cuando fuimos a la cafetería aproveché para adelantar e hice cinco ejercicios mientras escuchaba a los chicos hablar sobre los entrenamientos y los partidos, de hecho, nunca hablaban de otra cosa.
Este fin de semana jugaban contra un equipo de Plottier, y el siguiente con uno de Buenos Aires.
Los chicos fueron unos dulces que nos invitaron a sus partidos y nos dijeron que todos los puntos que hagan nos lo iban a dedicar, mas tiernos todavía.
De vez en cuando mi mirada cruzaba la de Renzo, u otras veces con la de Juan, que, estaba en nuestra misma mesa y hace poco entró en el equipo, según el entrenador, como uno de los mejores.
Después de tomar algo en la cafetería a las once de la mañana, teniendo media hora de recreo, volvimos a clases. Trabajo y Ciudadanía. Dos horas más y después tuvimos otra media hora para almorzar. Salimos de clases a las una y media.
A las dos menos cuarto empezaba el taller de música y danza. La profe Lula no llegó. Eran las dos y media, faltaban quince minutos para terminar la clase pero tampoco llegó. Si se hubiera suspendido nos hubieran avisado antes.
Justo en ese momento, otra mujer junto con el director entraron al aula. Los murmullos empezaron cuando el director nos dijo que la profesora había sido despedida, y que la mujer que lo acompañaba era la nueva profesora.
Era de unos cuarenta y cinco o cincuenta años, no estoy segura, pelo marrón hasta los hombros hondulado y ojos castaños. Los quince minutos antes de terminar, el director nos dejó con ella para presentarnos y tomó lista para conocernos.
—Primero voy a tomar lista para conocerlos, y segundo, voy a ponerlos en pareja, van a tener que preparar una coreografía con una canción, a elección, la que ustedes quieran, cualquier duda me la hacen saber la próxima clase.
Empezó a tomar lista y cuando llegó a Renzo, lo miró de una manera rara, como si ya lo conociera, mientras todos hablaban se le acerca y se lo queda mirando literal, muy raro.
—Vos no me conocés pero... yo soy amiga de tus padres, una vieja amiga y me hace muy feliz conocerte. — dice abrazándolo. Miro de reojo a los chicos y estaban igual que yo.
Él le sigue el abrazo sin saber muy bien qué hacer. Después empezó a ponernos en pareja, a mí con Renzo. Cuando nos señaló, nosotros nos miramos de reojo y me sentía nerviosa. ¿Tenía que bailar con él?
«La respuesta era más que obvia, ¿no te parece?»
Atacó mi subconsciente.
Una vez que terminó de elegir a las parejas nos despedimos y empezamos a salir de su clase.
Seguía anonadada por la reacción de aquella profesora hacia Renzo.
Él me había dicho que sus padres estaban separados hace un año y medio y que supuestamente estaban mejor así, antes de que sigan peleando todo el tiempo.