Todo lo que siento es que te amo
Entré a mi casa lo más rápido que pude, estaba furiosa. Enojada. Franco y mi mamá estaban atrás mío persiguiéndome.
—Sara, ¿podés escucharnos?—me di la vuelta y los encaré. Apoyé mi mano en la cabecera del sillón.
—¿Qué me vas a decir, mamá? ¿Que todo este tiempo lo supiste y nunca me dijiste nada? Él tiene derecho a saberlo, Franco.—él asiente cabizbajo.
—¿Te puedo pedir por favor que no le digas nada?—me dice jugando con sus dedos.
Me quedé callada, viéndolo, hasta que por fin levanta su mirada.
—Yo...
—Sara, te lo está pidiendo por favor, él es el padre, tiene derecho de decidir cuándo, cómo y dónde decírselo. Si te está pidiendo que vos no lo hagas, debés respetarlo.—rodé los ojos.
—Entonces... ¿Él vivió toda su vida sin saber la verdad? Es injusto.
Franco suspira y agacha la cabeza frustrado—. Por favor, Sara, es lo único que te pido. No lo hagas por mí, hacelo por él. Por la amistad que tienen.—suspiré. Si supiera...
—Yo...—no sabía si aceptar o no. Por un lado no quería mentirle, pero por otro... él tiene derecho a saberlo de la boca de su propio padre—. Tiene que saberlo cuanto antes.—aclaré y él asiente.
No dije más, sino que subí las escaleras hacia mi cuarto. Cerré la puerta y empecé a desvestirme para ponerme ropa más cómoda. Me puse un short gris de tela y una pupera blanca. La casa estaba ambientada y no hacia tanto frío.
Una vez que terminé de cambiarme de ropa, estaba por agarrar una ruana de uno de mis cajones para envolverme ya que un poco de frío sentía, pero si me abrigaba, me agarraba calor. Así de bipolar era a veces. Mi mamá toca antes de entrar a mi cuarto, hizo una línea con sus labios y cerró la puerta detrás de su espalda.
—Sé que para vos es difícil mentirle a tu amigo.
—No tengo por qué hacerlo, no quiero mentirle.
—Y no lo hagas.—pone sus manos en mis brazos—, porque no le estás mintiendo, simplemente... le estás ocultando la verdad. Si él no te pregunta, no es una mentira.—sonríe con la intención de aliviarme.
—Es lo mismo, mamá. Le estoy mintiendo. Y no quiero.—me di la vuelta dándole la espalda mientras fingía que acomodaba la cama. Ella me vuelve a girar.
—Hija—intenta hablar pero la interrumpo.
—¿Ya me vas a decir qué pasa entre Franco y vos? ¿O vos sí me vas a mentir a mí?—me crucé de brazos. Ella se queda callada viéndome a los ojos, no sé cuántos segundos nos quedamos así, así que pensé que ya no iba a responder.
—Nada, Sara, ¿qué va a pasar? Somos amigos.—la miré con una ceja alzada.
—Mamá, quiero la verdad.—sentencié.
—¿Habría algún problema conque entre él y yo pasara algo?—pregunta y yo reí irónica.—Digo, yo soy viuda y él divorciado.
—¡¿Y lo decís con tanta tranquilidad?!—levanté un poco la voz. Ella solo me veía a los ojos. Yo no pude evitar que los míos se pongan llorosos.
Me senté en la cama y ella intentó acercarse.
—Si no te molesta, mamá, quiero estar sola, por favor.—dije con la mirada en el suelo, no quería hablar con ella ahora. Cuando se fue, me puse a llorar.
Ella planeaba estar con otra persona que no fuese mi papá, hacía unos meses que él se había ido y ya quería involucrarse con otra persona.
No es que Franco me caiga mal, pero... ¿Justo él? El papá de Renzo. Tenía que ser una broma.
La puerta de mi cuarto fue tocada y yo di el okey para que pasen, levanté la mirada y la veo entrar a mi abuela. Ella sonríe y cierra la puerta con lentitud.
—Vengo a hablarte como la vieja experimentada que soy. Como la madre de tu madre.—me quedé viéndola hasta que al fin se sentó frente a mí en la cama.
—¿Viniste a hablar sobre mi mamá y Franco?—ella no dice nada, pero ahí obtuve mi respuesta—. Si es así, no quiero nada.—respondí sin mirarla.
—¿Sabés? Hay muchas cosas en vos que me hacen acordar a tu abuelo.—mis ojos y los suyos se encontraron. Sonríe y le da una palmada al dorso de mi mano, la que estaba en mi pierna—. Sobre todo la terquedad. En eso son dos gotas de agua.—sonreí—. Sus ojos los veo en los tuyos. Tan lindos y soñadores.—dice con la mirada perdida y brillante—. Me acuerdo de él como si lo hubiese conocido ayer.—seguramente es lo que estaba recordando con la mirada perdida y ahora llorosa.
—¿Lo extrañás?
—Aunque no parezca, sí, lo extraño demasiado.—sonreí—. Él era el amor de mi vida.—mis ojos se nublaron por las lágrimas.
—Que lindo debe de ser eso.—ahora pone toda su atención en mí—. Tener al amor de tu vida con vos, para toda la vida. Amarse incondicionalmente, así como vos y el abuelo. Un amor que duró justo como lo dice el padre antes de casar a alguien, «hasta que la muerte los separe». ¿Fue así?—ella asiente y pone mi mano entre las suyas.
—Incluso en su lecho de muerte me miraba como cuando teníamos diecisiete años, no paraba de recordarme el día en que nos conocimos. Toda la vida me miró así. Desde el primer día, hasta el último.—sonreí y una lágrima se me escapó, pensé que ya había terminado, pero siguió—: Sara, no te enojes con tu mamá, nadie es culpable por sentir lo que siente, y eso vos lo sabés más que nadie.—lo sé...—Así que, no hagas que ella sea infeliz, mi amor. Tu mamá es joven, tiene mucha vida por delante, perdió a tu papá y todos sufrimos mucho, ella sigue sufriendo. Pero tuvo la oportunidad de seguir, volver a amar, y eso nadie tiene derecho a quitárselo, ni siquiera vos. Ella te ama, y a tu papá lo va a amar, incluso vivo o muerto, pero no por eso tiene que cerrarse a conocer a alguien.
Mientras ella hablaba, yo luchaba con todas mis fuerzas para no llorar, pero fue imposible. En ese momento, mientras mi abuela me hablaba, me sentí la peor mierda del mundo.
—No quiero que ella sufra.—dije con la voz quebrada, ella me mira con ternura y me pasa la mano por la cara para secarme las lágrimas.