Mi amor es todo tuyo
La nieve caía de una manera tan lenta que era preciosa, ya estaba todo el suelo blanco dándole un tono frío a la ciudad y me fascinaba.
Bajé las escaleras del cuarto y fui a la cocina, estaba tan acostumbrada a ver la casa llena de gente que en ese momento me pareció raro que nadie esté por esos pasillos. Mamá y Franco deben estar trabajando. Me preparé un café y me quedé mirando por la ventana la nieve caer.
Era maravilloso. A la mente me vino una imagen de mis amigos y yo jugando en la nieve, riendo, jugando a la guerra de nieve chicas contra chicos, haciendo ese tipo de cosas que hacen los adolescentes normales, pero ahora el grupo estaba incompleto, en ese momento sentí como una lágrima caía por mi mejilla al recordar lo que pasó hace casi tres semanas.
—No es bueno que te castigues así.—dice Renzo sacándome de mis pensamientos, fue el momento en que me di cuenta que ya no era una sola lágrima la que caía, sino varias y mi cara estaba empapada.
—¿Por qué no debería castigarme? Es mi culpa que Nahu ya no esté y el dolor que siento en el pecho me lo merezco.
Dejé la taza en la mesada para recibir su abrazo. No pude contenerme, el nudo en la garganta que sentía cuando empecé a imaginarnos a todos fue desapareciendo poco a poco.
—Yo perdí a uno de mis mejores amigos, a mi hermano, pero sé que a él le hubiese gustado que sigamos adelante, que no nos perdamos en el camino solo por sentir dolor, es lo que me dijo antes de subirnos al avión.
—¿Qué?—fue lo único que pude decir. Pone sus manos en mi cara para que lo miré y así brindarme calidez.
—Él sabía a lo que se estaba enfrentando, y antes de subir me dijo que si todo se tornaba más peligroso de lo que estábamos esperando, que no dudara en sacarte de ahí, a vos y a las chicas, si tenía que elegir, que no lo dudase y que no mirara atrás. Pero eso no pasó. Cuando ya no quedaban más matones de los cuales defendernos bajamos la guardia, ahí estuvo nuestro error, nos confiamos en que ya estabas a salvo, en que todos lo estábamos, pero no fue así.—mis ojos volvían a aguarse—. Pero no es tu culpa, mi amor, no es la culpa de nadie, en todo caso el culpable de todo esto ya está muerto.—lo abracé para poder terminar de llorar en sus brazos.
Si hay alguien en esta vida que merecía vivir y ser feliz ese era Nahu, dio todo y estaba dispuesto a morir si fuese necesario, y aunque no lo fue ni lo vio venir, murió igual, y por mi culpa. Eso es lo que me genera más odio por Juan y por mí.
Me quedé un rato más con él y después fui al cementerio, necesitaba desahogarme y tenía que hacerlo con el responsable de todo, pero obvio que a Renzo no le dije la verdad, solamente que iba a visitar a Cassie.
Cuando llegué al cementerio me arrodillé frente a su lápida para mirarla con frialdad y con odio.
—Ojalá te pudras en el infierno, maldito.—sequé una lágrima con brusquedad—. ¿Estás satisfecho con el resultado? Seguro que sí porque eso es lo que sos, una basura que no merece ni que esté acá gastando saliva y tiempo para venir a putear tu memoria.—di un golpe de puño cerrado al suelo donde su cuerpo yacía—. Pero necesito desahogarme para no morir por culpa de las palabras que tengo atragantadas en mi garganta.—las lágrimas salían cargadas de rabia—. Nunca pensé que ver a alguien muerto por su propio veneno me iba a dar tanta satisfacción, porque justamente es eso lo que pasó.—estaba tan encabronada que iba secando las estúpidas lágrimas que no paraban de salir de mis ojos, salían de manera brusca y las secaba de igual manera y hasta a veces me dolían los cachetes pero no me importaba.
Solté un grito desgarrador y me incliné en el suelo sobre su lápida, estaba tan dolida y enojada, tanto con él como conmigo, que sentía las inmensas ganas de pegarle unos cien tiros más solo para desahogarme.
—¡Lo mataste, hijo de puta!—grité con horror y lágrimas sin abandonar la posición de antes—. ¡Tanto que amenazabas con matarme y no tuviste los huevos suficientes para hacerlo! ¡Y terminó siendo él!—empecé a golpear su cuerpo con puños que incluso ya sentía que mis manos estaban doliendo—. ¡Te odio, hijo de puta!—mientras gritaba y lloraba alguien me aleja de ahí.
Seco mis lágrimas y al fin visualizo a los padres de la mierda a la que estaba insultando en su tumba.
—Ya Sara, ya. Tenés que parar con esto, pese a todo lo que hizo sigue siendo mi hijo el que está ahí.—dice Teresa mal que me pese defendiéndolo.
Me levanté del suelo como fiera para atacar, aunque ellos no tuvieran la culpa.
—¡¿Pese a todo lo que hizo?!—repetí indignada—. ¡Él era un puto psicópata asesino!
—¡No digas eso!—sigue defendiéndolo, Javier intentaba hacer que nos calmemos.
—¡¿Estoy mintiendo?! ¡Casi mata a mi novio, me secuestró a mí y después tuve que volver con él para que no lastimara a las personas que me importan!—enumeré.
—¡Lo hizo porque te amaba! Él nunca te hubiese lastimado.—ojalá fuese mentira lo que mis oídos estaban escuchando.
—Menuda manera de amar le enseñaste.—respondí sarcástica.
—Vos fuiste quien no lo amó como a él le hubiese gustado.
Era el colmo tener que escuchar eso.
—¡¿Yo no lo amé como a él le hubiese gustado?! ¡Me puso los cuernos con mi supuesta “mejor amiga”!—solté una risa irónica.