Después de que mamá me retara a ¡Mi! (obviamente) Comimos juntos. Decidí que nos quedábamos unos días más con ella. Necesitaba tenerla cerca y ella amaba tener la casa llena de gritos y peleas de niños inundando el ambiente.
Mientras termino de lavar los platos, los chicos se van a acostar con la abuela, porque su cuarto es el único que tiene televisor y pueden mirar un poco de dibujos antes de dormirse.
La mañana del lunes, llevo a Mateo y a Tomas al colegio, hablo dos palabras con la directora y me voy prácticamente corriendo antes de que empiece a decirme algo de Fede, con cara de pena. No es que no quiera escuchar de él, sólo que es muy reciente y tengo que hacer millones de cosas. Si decaigo pierdo las ganas de salir y los trámites se atrasan más y más.
Vuelvo a casa de mamá con bastantes cosas. Amo mi casa mis cosas pero me hace daño, me trae muchos recuerdos y me destroza. No es lo mismo si él no está ahí.
Decidí ir antes al trabajo de Fede, hablar con su jefe que me ha llamado para pedirme que vaya a verlo, pero trate de ser breve para no llenarle de lágrimas el despacho. Me tenía preparada una caja de cosas del escritorio que solía ser de Federico; entre varios papeles y archivadores, encuentro un portarretrato con una foto de nosotros cinco, sentados en el pasto todos felices. El recuerdo de ese dia inunda mi mente, como nos gustaba salir aunque sea un rato el fin de semana al parque y disfrutar el aire libre. En ese entonces todo era perfecto, éramos Ajenos a lo que iba a pasar un tiempo después.
Una vez en casa de mamá, ordeno un poco la ropa de los chicos, sus juguetes en un cuarto vacío. La casa de mi madre, afortunadamente es grande, con tres dormitorios, por lo cual podemos instalarnos cómodamente. Cuando le consulte sobre la posibilidad de quedarnos con ella por un tiempo, acepto de inmediato, soy hija única y somos los que estamos. Ella odia la soledad como yo así que por ahora, va a ser así, nuestra nueva realidad.
Luego de varios días agarrando la rutina de nuevo, mamá se ofreció a llevar a los chicos al colegio y por la tarde a su entrenamiento de futbol. Mientras yo recorro sin descanso repartiendo currículos, para conseguir trabajo. Las deudas de la casa se siguen acumulando.
Horacio Cortez, el antiguo jefe de mi marido me había ofrecido ayudarme con una recomendación para conseguir un trabajo sin experiencia, ya que cuando termine de estudiar Administración de Empresas nunca trabaje, no porque no quisiera sino por los chicos, una vez que nacieron me dedique de lleno a ellos, y el sueldo de Fede nos daba para vivir, así que no se dio la oportunidad.
Revisando las páginas de trabajo suena mi celular, es Horacio.
Sigo con la mirada el monitor por acto reflejo. Siento como voy decayendo con esto de no conseguir ningún trabajo, soy consciente de que esta brava la situación pero todo se me junta y me inunda la tristeza.
Le digo que salgo de inmediato. Cierro la computadora y me encamino hacia la editorial que alguna vez fue la segunda casa de Federico.
A penas ingreso, Horacio sale a recibirme con los brazos abiertos y me hace señas para que lo siga a su despacho.
En un segundo se levanta de su asiento, rodea el escritorio y se sienta en la silla que está a mi lado. Lo observo mientras espero lo que sea que fuera a responderme, luego de mis palabras tan chocantes.
Permanezco en silencio un instante, porque es cierto así pienso de la mayoría, excepto de mamá porque sé que ella es la única que comprende cómo me siento de verdad. Con los demás hice eso, amigas, parientes, padres del colegio. Unos pocos insistieron varias veces, como vieron que yo no cedía se alejaron por completo.