Después de poner miles de excusas, por fin decido juntarme con las chicas. Han sido meses agotadores desde la enfermedad de Fede hasta ahora que nos tenemos que amoldar a su ausencia.
Quede con Vanesa en el café cerca de mi casa, donde siempre nos reuníamos. Me miro en el espejo retrovisor, reviso mi maquillaje, que volví a poner en mi rostro hoy, ya que antes no me interesaba arreglarme. Es algo a lo que me tuve que acostumbrar si o si por mis grandes ojeras.
Voy ingresando y no solo veo a Vanesa, sino que está también Lizz y Melisa con ella. Sus ojos brillan de alegría al verme, nos fundimos en un gran abrazo silencioso las cuatro.
Luego de unos minutos, Vane rompe el hielo.
Lizz y Meli solo asintieron. Todas nos hicimos amigas en la escuela, con Vane somos amigas desde que teníamos diez años, aproximadamente, y con Meli y Lizz de la secundaria. Son mis únicas amigas de siempre, ya que nunca fui sociable.
Decido romper yo, esta vez el silencio incómodo:
Nos reímos todas, no sabía que necesitaba esto, salir y charlar con mis amigas, y así sentir que de a poco vuelvo a ser yo. Mientras ordenamos café y unas masas finas, me cuentan de la reunión de ex compañeros del colegio, que Vane añora ser mamá y espera que pronto se le cumpla. Lizz sigue estudiando psicología, y Meli es la aventurera del grupo, ella se dedica a viajar y nos recomienda lugares que visitar y cual no. Yo les comento que los gemelos están bien, retomando de a poco y de mi nuevo trabajo.
Todas muy diferentes pero así encajamos. Nos quedamos varias horas charlando y recordando anécdotas de la escuela.
Pienso en mi mente, gracias a Dios por mis amigas, porque me tuvieron paciencia, bancaron que estuviera desaparecida, y cuando volvi me curaron con su entrañable cariño y contención.