Capítulo 1

Renata cerró la puerta de su departamento y, por un instante, se permitió escuchar el silencio. Un silencio que era demasiado grande, demasiado pesado. Siempre le había aterrorizado quedarse sola, y ahora, aunque estaba sola, tenía la sensación de que alguien la vigilaba: su propia conciencia.

Con Daniel, la cita había sido puntual, predecible, casi ritual. Él no pedía demasiado. Solo esperaba su presencia, su sonrisa calculada, sus palabras medidas. Con él, Renata cumplía. Pagaba una deuda invisible que pesaba en su espalda, una deuda que ni siquiera había decidido contraer. Lo hacía porque debía. Porque la culpa es un ancla que no permite huir.

Apenas dejó atrás el olor a su colonia y el murmullo de la conversación contenida, se encontró frente a Sebastián. Su mundo, brillante y agresivo, la esperaba con el filo de la ambición. Cada gesto de él era un recordatorio de todo lo que podía ser, de todo lo que podía controlar. Con Sebastián no había deber, ni culpa, ni recuerdos incómodos: había estrategia, cálculo, deseo funcional. Y sobre todo, había poder.

Renata caminaba entre los dos extremos de su vida como quien atraviesa un campo minado. Sonreía, hablaba, escuchaba… y en cada movimiento calculaba. Sabía que el más pequeño error podría descubrir su verdad: no amaba a ninguno de los dos. Solo amaba no estar sola.
Y mientras la noche se cerraba sobre la ciudad, Renata se preguntó, por primera vez sin excusas, si alguna vez sería capaz de enfrentarse al vacío que tanto había evitado.