Amar o morir 1 || La verdadera historia √

Capítulo 7 - PREFIERO

 

 

PREFIERO

 

Los rayos de sol me despiertan cuando entran por las ventanas de mi habitación. Hoy es el día, el día de la Cosecha. Me levanto de la cama y me meto en la ducha porque tengo que estar arreglada para cuando comience todo el espectáculo. Todos los habitantes debemos estar a la una en la plaza del Edificio de Justicia. Aunque los jóvenes entre los doce y los dieciocho tienen que presentarse para la elección de los nuevos tributos.

Al salir del baño me pongo el vestido azul cielo que mi madre me ha dejado encima de la cama, combinándolo con unos tacones negros. Mi pelo lo recojo en una coleta alta y me maquillo sutilmente, nada exagerado. Cuando termino bajo las escaleras de casa y me encuentro con mis padres en la entrada. Mi madre le está colocando bien la corbata a mi padre, mientras mi hermano se ata el cordón de un zapato. Al verme bajar, mi padre me sonríe orgulloso y mi madre me dice que estoy muy guapa. Después los cuatro salimos de casa rumbo a la plaza.

Durante todo el camino hacia la plaza no dejo de pensar en lo que puede pasar en los próximos días, en si podré ser capaz de ver los juegos, de ver a Cato enfrentarse a todas las pruebas que le esperan.

Al llegar uno de los agentes de paz me agarra del brazo y me arrastra hasta colocarme en la fila formada por mujeres. Me giro y veo que hacen lo mismo con mi hermano pero en su fila correspondiente. La fila se va moviendo y finalmente me toca a mí. Una mujer me pincha en el dedo para sacarme una muestra de sangre y dejar mi huella en una hoja de papel. Todos los años hacen lo mismo con el propósito de tener controlada a la población de cada Distrito. También es una forma de tenerme controlada, ya que si no asistes a la Cosecha puedes tener consecuencias muy graves. Termino el registro y me coloco con el resto de las chicas de mi edad en una fila de cara al escenario.

A la una en punto aparece el alcalde por la puerta principal del Edificio de Justicia junto a Enobaria y Brutus, los vencedores de anteriores juegos y los que se encargan este año de ser los mentores, además de una mujer extravagante venida desde el Capitolio. Esta última se encarga de hacer llegar a los tributos a todos lados cuando llegan al Capitolio, al menos eso me han dicho. La mujer acompañante del Distrito 2 se llama Annia.

El alcalde comienza a hablar y pone un video para contar la misma historia de todos los años: habla de la creación de Panem, el país que se levantó de las cenizas de un lugar llamado Norteamérica. Enumera la lista de desastres, las sequías, las tormentas, los incendios, los mares que subieron y se tragaron gran parte de la tierra, y la brutal guerra por hacerse con los pocos recursos que quedaron. El resultado fue Panem, un reluciente Capitolio rodeado por trece Distritos, que llevó la paz y la prosperidad a sus ciudadanos. Entonces llegaron los Días Oscuros, la rebelión de los Distritos contra el Capitolio. Derrotaron a doce de ellos y aniquilaron al decimotercero. El Tratado de la Traición nos dio unas nuevas leyes para garantizar la paz y, como recordatorio anual de que los Días Oscuros no deben volver a repetirse, nos dio también los Juegos del Hambre.

Las reglas de los Juegos del Hambre son sencillas: en castigo por la rebelión, cada uno de los doce Distritos debe entregar a un chico y una chica, llamados tributos, para que participen. Los veinticuatro tributos se encierran en un enorme estadio al aire libre en la que puede haber cualquier cosa, desde un desierto abrasador hasta un páramo helado. Una vez dentro, los competidores tienen que luchar a muerte durante un periodo de varias semanas; el que quede vivo, gana.

Coger a los chicos de nuestros distritos y obligarlos a matarse entre ellos mientras los demás observamos; así nos recuerda el Capitolio que estamos completamente a su merced, y que tendríamos muy pocas posibilidades de sobrevivir a otra rebelión. Da igual las palabras que utilicen, porque el verdadero mensaje queda claro:

“Mirad cómo nos llevamos a vuestros hijos y los sacrificamos sin que podáis hacer nada al respecto. Si levantáis un solo dedo, os destrozaremos a todos, igual que hicimos con el Distrito 13”.

Para que resulte humillante además de una tortura, el Capitolio exige que tratemos los Juegos del Hambre como una festividad, un acontecimiento deportivo en el que los Distritos compiten entre sí. Al último tributo vivo se le recompensa con una vida fácil, y su Distrito recibe premios, sobre todo comida. El Capitolio regala cereales y aceite al Distrito ganador durante todo el año e incluso algunos manjares como azúcar o cacao.

Esos son los Juegos del Hambre, y aunque piense que solo son una manera de hacernos saber quién manda, quiero ir, quiero ganar y llenarme de esas riquezas. Quiero hacerlo porque nosotros hemos crecido sabiendo que ir a los juegos y ganarlos es todo un honor. Nos lo han inculcado nuestras familias desde bien pequeños y, por ende, aprendemos a luchar desde bien jóvenes. Aunque es probable que después de que acaben estos juegos, no vea las cosas de igual forma. Sin embargo tendré que callarme y hacer creer a todo el mundo que mi sueño sigue siendo ir y ganarlos.




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