CUESTE LO QUE CUESTE
Cato me mira fijamente y espero a su respuesta pacientemente. La preocupación me está matando, nunca lo había visto así pero tengo que darle tiempo para que me cuente qué está pasando.
—Lo que me pasa Clove —su voz suena ronca por haber estado llorando— lo que me pasa eres tú —me dice finalmente acercándose cada vez más a mí.
Me mira a los ojos y yo me siento atrapada por ese océano profundo e intenso. Cada vez se acerca más a mí, sus labios rozan los míos, está a punto de besarme. Quiero que lo haga por lo que por instinto me inclino hacia él, acortando la distancia. Es un imán que me atrae y no me suelta.
Cierro los ojos esperando a que llegue el momento, el momento en el que nuestros labios vuelvan a juntarse. Pero los segundos pasan y el beso no llega. Abro los ojos sorprendida y veo que se ha alejado de mí un poco.
—No puedo —me dice con la voz rota, llena de dolor.
—¿Qué no puedes? —le pregunto sin saber a lo que se refiere.
—No puedo besarte —me mira a los ojos—, esto no está bien —veo que está nervioso.
—No lo entiendo —niego con la cabeza buscando una explicación— ¿Qué tiene esto de malo? ¿Qué es lo que te asusta? ¿Por qué te alejas de mí? —pregunto acercándome poco a poco a él.
—No quiero hacerte daño —me dice para después coger mis manos ente las suyas, entrelazándolas—. No soportaría hacerte daño. Lo mejor es que nos alejemos y nos olvidemos de todo —desvía la mirada de mí.
—Pero… si lo mejor es que nos olvidemos… —intento entenderlo— ¿Qué es lo que ha pasado hace un rato? ¿Por qué has subido aquí? No lo entiendo Cato, mira que intento entenderte pero no puedo —lo miro directamente a los ojos intentando hacerle ver que necesito que sea sincero conmigo.
—No me gusta Marvel, ya te lo he dicho —me dice tensándose—. Veo claramente cuáles son sus intenciones contigo y no quiero verlo cerca de ti —sus fracciones se endurecen.
—¿Estás celoso? —pregunto con una sonrisa traviesa en mi cara.
—No —niega rotundamente—, no estoy celoso —dice enfadado soltando sus manos de las mías.
—Lo estás —digo segura y veo como vuelve su vista a las calles del Capitolio—, sé que lo estás, no puedes negarlo. También sé que no quieres hacerme daño y lo entiendo. Estamos en una situación muy difícil, ambos tenemos que sobrevivir pero no puedes reprocharme nada Cato —digo algo más amable—. Tú y yo no somos nada —dejo clara la situación en la que estamos.
Cato se gira nuevamente para mirarme. Nos quedamos unos minutos contemplándonos, intentando ver más allá de lo que nuestras palabras no pueden decir.
—Lo sé —me dice—, sé que no puedo hacerlo pero me es inevitable —suspira con fuerza—. Tú eres muy importante para… —no consigue terminar la frase, se pega a mí y me deja un beso suave sobre la frente.
Ese gesto tan íntimo hace que no puedo evitarlo y rodeo su cuello con mis brazos para abrazarlo muy fuerte. Inspiro su aroma y apoyo mi cara en el hueco de su cuello, haciendo presión con mis labios en esa zona. Lo siento temblar ligeramente pero sentir sus brazos fuertes alrededor de mi cintura, sus labios rozando la curvatura de mi cuello y su respiración en mi piel, hace que se me erice la piel. Así, entre sus brazos, me hace sentir que todo está bien.
—Te quiero Cato, no lo olvides —susurro en su oído—. Te querré siempre, de aquí hasta el infinito —suspiro mientras acaricio su nuca con mi mano.
—Te quiero Clove —me responde—. Siempre te he querido y siempre te querré, de aquí hasta el infinito y vuelta —sus palabras hacen que mi cuerpo tiemble por completo y mis ojos se cristalicen.
Una leve sonrisa se me instala en la cara cuando me separo de él. Con mis manos acojo sus mejillas y mirándolo a los ojos me acerco para besarlo. Lo beso con ganas, saboreando cada milímetro de su boca porque sé que esta vez es muy posible que sea la última.
Nos separamos por la falta de aire al cabo de unos segundos y no puedo evitar que caigan lágrimas por mis mejillas. Cato sube una de sus manos y con una delicadeza que pocas veces le veo, me borra el rastro de agua que hay en mi rostro. Deja su mano en mi mejilla, me mira y se acerca para volver a besarme. Este beso es distinto al anterior, es mucho más corto pero lleno de amor.
—No lo olvides —me dice mirándome a los ojos.
De esta manera se aleja y desaparece de la azotea por las puertas del ascensor, quedándome sola. La brisa revuelve mi pelo y solo pienso en lo que va a pasar a continuación, en el futuro que nos depara.