PENSAR EN TI
Los rayos de sol entran por la ventana de la habitación provocando que abra los ojos poco a poco. Unas manos me acarician la espalda con delicadeza y se me dibuja una sonrisa tonta en la cara. Mi mente comienza a llenarse de las imágenes e instantes que viví anoche y la felicidad me inunda por dentro. Todo fue tan bonito…
Me acurruco mejor contra el pecho cálido que anoche me hizo temblar en todos los sentidos y me aferro con fuerza, escuchando el latido de su corazón. Sus manos siguen recorriendo mi piel, provocando que me estremezca.
Levanto ligeramente la cabeza para mirarlo y veo que su mirada está posada en el techo de la habitación, su expresión es seria y sé que está pensado, algo ronda por su cabeza. Al sentirme moverme, por instinto, sus brazos me aprietan más contra él, pero sigue en la misma posición por lo que le doy un beso en el hueco de su cuello, sobresaltándolo. Se gira y su mirada se encuentra con la mía. Sus labios se curvan en una perfecta sonrisa que no dudo en imitar. Nunca lo había visto así, con esa sonrisa tan radiante. Mi corazón comienza a latir con frenesí al sentirme completa.
—Buenos días pequeña —me dice con la voz ronca de recién levantado y después besa mi pelo.
—Buenos días —respondo pegándome más contra él, sin querer separarme lo más mínimo.
—¿Cómo has dormido? —me pregunta mientras una de sus manos acaricia mi mejilla.
—Muy bien —respondo incorporándome un poco para ver mejor su rostro.
—Me alegro mucho —me dedica una sonrisa para después sus manos viajar hasta mi cintura.
Nos quedamos unos segundos en silencio, contemplándonos, aprovechando cada minuto y cada segundo que estamos juntos, hasta que finalmente Cato acorta la distancia y me besa. Es uno de esos besos apasionados, de los que te hacen olvidar todo y dar todo de ti, como si no hubiera un mañana. Y en cierta manera así es, puede que no exista un mañana para alguno de los dos o incluso para ninguno. Aun así, no me permito seguir pensando en lo que puede pasar o no y me dejo llevar por sus besos y sus caricias.
Al cabo de un rato, unos golpes en la puerta interrumpen el beso que nos estamos dando. Cato se incorpora de encima de mí a regañadientes y suspira. Me muerdo el labio cuando lo veo salir de la cama porque está totalmente desnudo y él me devuelve la mirada alzando las cejas pícaro.
—¿Te gusta lo que ves? —me pregunta juguetón mientras busca sus calzoncillos entre la maraña de ropa que hay en el suelo de la habitación.
—Si lo negara te estaría mintiendo —respondo sentándome en la cama y tapando mi desnudez con la sábana.
Cato se acerca a mí y tira de la sábana, dejándome completamente desnuda.
—No hace falta que te tapes —me dice tirando de mí y quedando de rodillas en la cama—, conozco cada maldito lunar que hay en tu cuerpo —sigue hablando y sus palabras me estremecen. Pasa sus manos tras mi cintura, pegándome a él—. No te avergüences de tu cuerpo delante de mí, eres preciosa —me dice con dulzura. Una de sus manos viaja hasta mi nuca y me acerca a él para besarme.
Después del beso vuelve a alejarse de mí y ambos comenzamos a vestirnos aunque sin dejar de mirarnos el uno al otro. Es el último momento que vamos a estar los dos solos y ambos lo sabemos. Es el último momento en el que nos vamos a sentir seguros, aunque para ser sincera, desde el momento en el que mi nombre salió en la Cosecha, dejé de sentirme a salvo.
La burbuja que hemos construido en esta habitación está a punto de romperse, devolviéndonos a la realidad. Y no quiero. El momento en el que salga por esa puerta, sé que todo se va a ir a la mierda, va a ser el final, para uno o para el otro lo va a ser. Y no quiero.
Ando en dirección a la puerta, necesito ser la primera en salir de aquí, no soportaría la idea de verlo cruzar esa puerta y dejarme a mí atrás. Pero cuando estoy con el pomo de la puerta en la mano, su brazo se cierne sobre el mío impidiéndome abrir la puerta. Me gira, quedando enfrente de él y nos miramos a los ojos. No soy capaz de aguantar su mirada por lo que me dedico a observar cada parte de él, intentando retener cada fracción en mi memoria.
—Clove —comienza a hablar Cato pero niego con la cabeza.
—Sé lo que vas a decir —lo interrumpo—, pero no quiero oírlo —intento alejarme de él y salir por la puerta. No quiero oírselo decir de su boca.
—Escúchame Clove —insiste mientras levanta mi barbilla para que lo mire y escuche lo que me tiene que decir—. Pase lo que pase, oigas lo que oigas y veas lo que veas, tú no hagas caso de nada —me mira a los ojos y veo preocupación en ellos—. ¿Vale? —intenta saber si lo he entendido. Sus manos siguen en mis mejillas para que le sostenga la mirada y las acaricia con sus pulgares.
—No… —se me corta la voz de lo nerviosa que estoy. El corazón me va a mil por hora—, no te entiendo Cato —no sé qué es lo que me quiere decir, siempre es la misma historia, pero estoy confundida y perdida. No sé qué quiere de mí.