Nota aclaratoria: los acontecimientos que se narran en este capítulo ocurren simultáneamente con los narrados por Clove en el octavo capítulo.
Me levanto como cada día a las siete de la mañana. En este infierno todo el mundo tiene un horario que seguir. Nos colocan un dispositivo en la muñeca dónde ponen el horario que tenemos y nos avisa con un pitido para que no nos olvidemos.
Miro mi muñeca y pone que tengo que ir a desayunar, después tengo entrenamiento. Me doy una ducha fría para despertarme y me visto con el uniforme que lleva aquí todo el mundo, que consta de un mono gris, aburrido, todos iguales. Salgo del cubículo que conforma mi habitación y voy andando hasta el comedor. Al entrar me pongo en la fila y me dan mi desayuno. Después me siento en una mesa y al cabo de unos minutos se sienta Peeta a mi lado.
Durante nuestros juegos no soportaba a Peeta ni a su compañera, nos quitaron todo el protagonismo. Aun así cuando desperté en el 13 vi todo lo que pasaron en los juegos y lo entendí todo. Sus sentimientos eran reales, honestos, al menos los de Peeta. A Katniss no la conozco lo suficiente como para saberlo aunque me di cuenta de que el chico le importaba de verdad.
Entiendo cómo se siente Peeta, yo estoy igual a pesar de que yo he visto a Clove y él a su chica aun no. Le he contado todas mis salidas y cómo me sentía al verla dese lejos, el no poder acercarme… Todo. Incluso la agonía que sentí cuando la vi hundirse en el mar y no salir a la superficie, esa sensación en la que dejas de respirar, el corazón deja de latir cuando ves que no reacciona. El ser incapaz de hacer nada más por ella. La impotencia me carcome día tras día.
Nos levantamos al terminar de desayunar y juntos nos dirigimos a una de las plantas superiores. Hoy por la mañana nos toca entrenar con el resto de soldados del Distrito 13. Al entrar vamos directos al vestuario y nos cambiamos a la ropa de deporte.
Nuestro jefe nos da las indicaciones y hoy nos toca correr varios kilómetros por las instalaciones. Al principio me costó bastante retomar el ejercicio, la herida de mi pecho me dolía bastante, pero al final poco a poco se fue curando y ahora estoy incluso mejor que cuando fui a la arena, al menos físicamente.
Tras las dos horas corriendo, nos tiramos una hora más haciendo abdominales, pesas, flexiones y estiramientos. Cuando terminamos, volvemos al comedor para la comida.
La tarde la pasamos en un entrenamiento especial parecido a los que tenía en la Academia. Me gusta lo que hacemos por la tarde, me siento como en casa, disfruto entrenando con las espadas, con las lanzas, el cuerpo contra cuerpo… Pero sobre todo me tiro horas a la semana centrado en perfeccionar mi técnica con los cuchillos. Es como si estuviera con ella aunque nunca lograré ser tan bueno como lo es Clove.
De nuevo en el comedor para la cena, volvemos a sentarnos en la misma mesa de siempre. La gente está bastante alterada y no entiendo por qué. ¿Qué estará pasando?
Asiento y me concentro en la pantalla que acaba de encenderse. En la pantalla aparece Caesar Flickerman, el único presentador de los juegos que he conocido.
Tras sus palabras el himno comienza a sonar y me tenso de inmediato. Me recuerda a la arena. Miro de reojo a Peeta y está igual que yo a pesar de que intenta mantenerse más tranquilo, pero a mí no me engaña. El Presidente Snow se sube al escenario seguido de un niño vestido de blanco con una caja de madera.
El himno cesa y el Presidente comienza a decir lo mismo que en las Cosechas, quieren hacernos recordar los Días Oscuros que ocasionaron el inicio de los Juegos del Hambre. Al inicio de los juegos se determinó que cada veinticinco años se conmemoraría con el Vasallaje, una versión más amplia y a la vez más sangrienta de los juegos.
Debió de ser terrible, que los vecinos eligieran a los tributos que debían ir. Los estaban condenando, podían ser familia, amigos o conocidos. Es mejor que salga el nombre de la urna como se hace siempre y evitar ese marrón.