Amarás la noche

Capítulo 2: Luz y sombra.

El primer día comenzó con un silencio que se sentía demasiado ordenado para ser natural.

Camila se despertó antes de que el reloj marcara las siete, en parte por los nervios, en parte por la luz que se filtraba entre las cortinas altas. La habitación donde dormía era cómoda, sí, incluso lujosa, pero tenía algo de mausoleo decorado con buen gusto. No había ruidos de pasos, ni el tintinear lejano de utensilios en la cocina, ni el zumbido de una radio matinal como en cualquier otra casa con un niño pequeño. Había solo una calma que parecía demasiado densa para la hora.

Cuando bajó a la cocina, encontró una nota de letra inclinada y estilizada, escrita con una pluma de tinta negra.

Camila,
Mathias desayuna a las ocho. Suele preferir pan tostado, fruta, y leche tibia. Si desea algo para usted, está todo a su disposición. No tengo personal doméstico durante el día. Confío en su buen juicio. No dude en apuntar cualquier cosa que desee para comprarla.
—L.D.

Sin firma completa. Solo esas iniciales como una rúbrica antigua. Camila la volvió a leer mientras buscaba el pan y la fruta. A pesar de lo simple, todo en esa carta parecía cuidadosamente elegido. La caligrafía, el papel grueso, el tono exacto entre autoridad y cortesía.

Se duchó en un baño de mármol con grifería de bronce, donde el agua caía con la precisión de una fuente en un palacio olvidado. Todo en aquella casa parecía hecho para durar siglos. Y quizás lo había hecho.

Vestida con unos jeans sencillos y una blusa blanca, Camila cruzó los pasillos amplios del ala sur, en dirección a la habitación de Mathias. El reloj marcaba las ocho de la mañana y, según las instrucciones de Lucien, el niño solía despertarse a esa hora, aunque no siempre por sí mismo.

Tocó suavemente la puerta, la abrió con cuidado y asomó la cabeza. La habitación era grande, pero no fría. Las paredes estaban cubiertas con ilustraciones antiguas de bosques, castillos y bestias mitológicas. Había juguetes, pero ninguno de plástico brillante o con luces. Todo parecía elegido con una estética particular: madera tallada, libros de cuentos encuadernados en cuero, mantas tejidas a mano.

Mathias dormía profundamente, enroscado como un animalito en su cama. Sus rizos estaban enredados sobre la almohada y tenía el rostro sereno, casi pálido. Camila se acercó con delicadeza, le apartó un mechón de la frente y susurró.

—Buenos días, pequeño lobo.

Los párpados del niño temblaron y se abrieron con lentitud. Sus ojos azules se clavaron en los de ella, no con miedo, sino con esa cautela que solo tienen los niños que han perdido algo demasiado pronto.

—¿Tienes hambre? —preguntó ella, sonriendo.

Mathias no respondió. Solo asintió, despacio. Camila lo levantó con dulzura, lo ayudó a vestirse, una tarea que él apenas resistió, como si ya hubiera aprendido a no quejarse de nada, y lo llevó a la cocina en brazos.

La cocina era otro mundo. Extrañamente moderna en comparación con el resto de la casa, equipada con electrodomésticos de acero inoxidable, hornos dobles y encimeras limpias.

"Todo esto para dos personas", pensó Camila, aunque ahora ella también la usara.

Preparó avena con frutas y un vaso de leche tibia. Mathias comió en silencio, sin hacer ningún desastre, sin protestar. No era comportamiento normal para un niño de dos años. Ni siquiera parecía un niño en el sentido común. Era más bien un pequeño espectro educado, un reflejo disciplinado de algo que antes fue felicidad. Un niño triste que ya no sabía cómo jugar del todo.

—¿Te gusta dibujar? —le preguntó Camila mientras limpiaba la mesa.

Mathias asintió con la cabeza.

—¿Y qué te gusta dibujar?

El niño alzó un dedo pequeño y señaló hacia una de las ventanas.

—¿El jardín? —aventuró ella.

Él negó.

—¿Los árboles?

Otra negativa.

Mathias frunció ligeramente el ceño, como si no supiera cómo decirlo. Luego, simplemente susurró una palabra.

—Sombras.

Camila se detuvo por un instante. Luego sonrió, suave.

—Pues hoy vamos a dibujar sombras. Las más bonitas que hayas visto.

El resto de la mañana pasó en una calma casi irreal. Jugaron con los bloques, leyeron cuentos de animales que hablaban y héroes con espadas. Camila notó que Mathias no soportaba las historias con madres. Cada vez que aparecía una, desviaba la vista. Cambiaba de tema. Incluso cerraba el libro.

No lo decía, pero ella lo supo. El niño estaba roto, igual que su padre.

En el almuerzo, él comió sin problema. Le hizo sopa de verduras, pan recien comprado, y zumo de manzana casero, pero no quiso postre. Camila no insistió. De algún modo, entendía que las dulzuras en esa casa no eran bienvenidas. O quizás eran cosas de otra época, un lujo que la tristeza no permite.

La tarde cayó lentamente. Camila se acostumbraba a los silencios, a los relojes que no hacían tic-tac, a la ausencia total de pasos ajenos. No había ni un alma. Nadie entraba, nadie salía. Era como cuidar a un príncipe encantado en un castillo maldito.

Y Lucien… nada. Ni rastro de él. Como si no viviera allí. Como si fuera un rumor. Hasta que el sol comenzó a morir.

Camila no sabía exactamente qué hora era, pero lo sintió. El cambio. Una vibración sutil en el aire, como si la casa inhalara profundo tras contener la respiración todo el día. Mathias también lo percibió. Se quedó quieto, dejando a medio terminar un dibujo de árboles sin hojas.

—¿Papá? —preguntó.

Ella lo miró. Esa era la primera palabra que le oía decir con emoción real.

—Debe estar por llegar.

Mathias corrió hacia el pasillo principal justo cuando las primeras sombras se estiraban sobre el suelo de mármol. Camila lo siguió, con un escalofrío inexplicable trepándole la espalda.

Lucien estaba de pie junto a la gran puerta del vestíbulo. Vestía de negro, como si la noche lo reclamara desde siempre. Su rostro era el mismo, pero sus ojos brillaban de otra forma. Más despiertos. Más intensos. Más.. peligrosos, aunque no agresivos. Como si en él convivieran dos naturalezas, el de caballero y el de depredador.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.