Amarás la noche

Capítulo 16: Voces del pasado y del presente.

Durante el viaje en coche, Mathias pegó la nariz a la ventanilla, fascinado por la novedad de la ciudad a la que iba tan poco. Los parques llenos de niños, las cafeterías bulliciosas, las fachadas coloridas de los barrios donde el aire olía a comida y a los naranjos de las calles. Camila le señaló lugares, le inventó historias sobre las estatuas y bromeó sobre pedirle a su padre adoptar un perrito.

Llegaron a la terraza donde sus amigas la esperaban, una mesa bajo los toldos, limonada y café ya servidos, y una bandeja de bollos que llenaba el aire de azúcar. Las voces se alzaron apenas la vieron. Risas, saludos a gritos, y el abrazo largo de quienes comparten la historia del otro como una extensión de la propia.

—¡Camila! —exclamó Mariana, la más alta, de rizos oscuros y labios rojos, apretándola hasta dejarla sin aire—. ¡Y este debe ser el famoso Mathias!

Mathias, algo tímido, se escondió primero tras la falda de Camila, pero al ver la sonrisa franca de Mariana y los ojos amables de Elena y Sofía, dio un paso adelante, saludando con una formalidad que robó el corazón de la tres..

—Hola. Soy Mathias. Me gustan los dinosaurios y las tostadas.

Las tres rieron, y Sofía, la más dulce, se agachó para estar a su altura.

—Eres todo un hombrecito, ¿has venido para cuidar que no nos pase nada?

Mathias la miró, evaluando, y asintió muy serio.

—Sí, mi papá dice que tengo que ser muy bueno con Camila.

Mientras Camila y sus amigas se ponían al día, novedades, chismes, recuerdos, anécdotas exageradas, Mathias fue el centro de atención y cariño, le pasaron un cuaderno para dibujar, le ofrecieron galletas, y se lo fueron pasando de brazo en brazo como falsa moneda. Su risa llenó el aire, luminosa, y Camila sintió una gratitud inesperada. Sus amigas trataban al niño con la naturalidad y el cariño con que alguna vez la arroparon a ella en los días más duros.

En un momento, Elena, la más pragmática, siempre la voz sensata del grupo, se acercó con Camila a un rincón más tranquilo mientras Mathias jugaba.

—Estás diferente —dijo en voz baja—. No sé si más feliz o más cansada, pero sí distinta.

Camila asintió, mirando a su hijo de mentira, que gritaba de alegría con un gorro de papel en la cabeza.

—Es una mezcla —confesó—. Nunca pensé que un trabajo pudiera cambiarme tanto. Siento que mi vida se volvió de pronto otra cosa, como si hubiera entrado en un cuento distinto y no supiera cómo seguirlo.

Mariana se acercó, cruzando los brazos, atenta.

—¿Y Lucien? ¿Qué pasa ahí?

—Ostras, es difícil. No sé cómo se desdibujó la línea, pero... no sé en qué situación estoy ahora con él. No sé si es correcto lo que está pasando.

—¿Por qué no? No creo que hagáis nada malo, estas cosas pasan.

Camila sonrió, primero con pudor y después con una sinceridad cansada.

—No sé por dónde empezar. Es todo tan extraño. A veces creo que estoy en peligro, otras veces pienso que nunca estuve tan segura. Hay días en que me mira como si fuera lo único bueno en su vida y otros en los que parece que va a huir y no volver jamás. Me asusta lo mucho que lo necesito. Me asusta el peso de sus secretos, porque los tiene. Pero sobre todo, me asusta que pueda perder todo esto de golpe. Siento que siempre hay algo a punto de romperse. No sé si me impone demasiado que sea viudo.

Sofía, la más soñadora, tomó la mano de Camila.

—Es normal que te sientas así, Cami, pero joder dices que desde que la cagó no ha hecho otra cosa que intentar acercarse a ti, yo creo que es normal que él también se sintiera inseguro. —Señaló a Mathias con la cabeza—. Y vamos, te ha dejado lo más preciado que tiene sin preguntar.

Mariana sonrió con ternura.

—Seguro que se le cae la baba al ver que quieres al niño más allá de tu relación laboral.

Camila las miró, abrumada por la certeza de que las palabras de ellas eran tan importantes como las suyas. Se sintió niña y adulta a la vez, fuerte y frágil. Miró a Mathias, que ahora corría hacia ella con un dibujo en la mano: un sol amarillo y tres figuras, una alta, una con un vestido, y un niño pequeño, cogidos de la mano bajo un árbol gigante.

—Mira, Camila, nos he dibujado —dijo Mathias, enseñándole el papel con orgullo.

Camila abrazó al niño, apretándolo con fuerza. Las amigas la rodearon en un grupo desordenado y cálido, celebrando el momento, riendo y posando para una foto en la que todos, por un segundo, parecían pertenecer al mismo milagro.

Más tarde pasearon por el parque, Mathias corrió tras las palomas, se dejó abrazar por las amigas de Camila, respondió preguntas y fue el centro de miradas cómplices de los desconocidos. Camila, sentada en un banco bajo la sombra, les contó a sus amigas cómo llegó a la mansión, las primeras semanas de incertidumbre, los miedos y las sorpresas, cómo el cariño por Mathias nació casi sin darse cuenta y cómo Lucien, tan lejano al principio, había ido derribando sus defensas.

—Es que él me ve —dijo Camila, la voz llena de asombro—. A veces hasta más de lo que yo misma me permito.

Sofía asintió.

—Eso da miedo, sí. Pero también es lo que merece la pena.

Elena la miró con seriedad.

—Solo prométenos que, si alguna vez necesitas ayuda, pedirás socorro. No queremos que te vuelva a pasar lo de la otra vez, ¿vale?

—Lo prometo —respondió Camila, con una sonrisa verdadera.

Mariana le guiñó el ojo.

—Y si te rompe el corazón, ya sabes. Tequila, lista de reproducción de despecho y le rayamos el coche.

Rieron todas, incluso Mathias, que no entendía del todo pero celebraba el buen humor.

La noche se fue desgranando en risas, fotografías y promesas de volver a verse pronto. Camila sentía el pecho ligero mientras abrazaba una a una a sus amigas, dándoles las gracias por el cariño y la naturalidad con que habían acogido a Mathias. El niño, cansado y contento, se aferró a ella al salir del bar, llevaba el dibujo cuidadosamente doblado en el bolsillo de la chaqueta y la cabeza apoyada en el hombro de Camila, rendido tras tantas emociones.




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