Amarás la noche

Capítulo 22: Voces en la penumbra.

Despertar junto a Lucien no era como despertar junto a ningún otro hombre. Camila, todavía desnuda bajo la sábana, lo sintió antes de abrir los ojos. El frescor de su piel a su lado, la quietud extraña de quien no duerme pero vela, la manera en que su brazo le rodeaba la cintura con una devoción contenida. No había pulsaciones bajo la palma de su mano, pero sí calor humano en la forma en que la abrazaba.

Lucien se quedó en silencio, observándola despertar, como si le bastara el leve parpadeo de ella para iluminar la habitación entera. Cuando Camila se movió, se acurrucó aún más, escondiendo la cara en el hueco de su cuello. Él le acarició el pelo, despacio, los dedos jugando con los mechones revueltos.

—¿Dormiste bien? —preguntó, la voz envuelta en ternura.

Camila asintió, aún entre el sueño y la vigilia.

—Creo que es la primera vez en días que duermo sin miedo —confesó, y sintió el peso de la frase caer en la cama, entre los dos.

Lucien no respondió enseguida. La besó en la frente y luego en los párpados, como si deseara borrar cualquier resto de tristeza. Permanecieron así un rato, el silencio lleno de palabras no dichas. Finalmente, Camila se separó apenas para mirarlo, acariciándole la mandíbula con el pulgar.

—Voy a quedarme —dijo ella, en voz baja pero firme—. Contigo. Con Mathias. No voy a huir otra vez.

La seriedad de su declaración hizo que Lucien la mirara con una intensidad que la desarmó.

—¿De verdad puedes aceptarnos así? —preguntó, vulnerable—. ¿Incluso con todo lo que viste? ¿Incluso con lo que falta por ver?

Camila sostuvo su mirada, respiró hondo.

—No sé si puedo entenderlo todo. Pero no voy a fingir que no siento lo que siento. No soy tan fuerte como tú, Lucien. Me asusta el mundo al que pertenezco ahora, me asusta lo que le pueda pasar a Mathias. Pero no puedo imaginar mi vida lejos de vosotros. Ni aunque quisiera.

Lucien cerró los ojos, como si esa promesa le devolviera algo que no sabía haber perdido. La abrazó fuerte, la besó despacio, con gratitud y deseo, pero sin prisa, como si sellara un pacto silencioso. La luz de la mañana, tamizada por las cortinas, envolvía la habitación en una tibieza irreal, y por un instante Camila se permitió la fantasía de un futuro donde los peligros eran solo recuerdos distantes, luego se dio cuenta.

—¿Cómo puedes estar despierto? Lo acabo de notar.

Lucien sonrío con un matiz de diversión.

—No son ni las ocho. Puedo forzarme a estar despierto unos minutos después del amanecer. Un par de horas, mientras no me toque, si la situación lo requiere —dijo con calma— ¿recuerdas cuando llevamos a Mathias al hospital?

—Es verdad, estabas desorientado, creía que era por la situación ¿pero qué pasa hoy para que te fuerces a estar despierto?

—Nada —dijo Lucien ampliando su sonrisa—. Que te quería ver despertar. Que quería que tu primera experiencia durmiendo a mi lado sabiendo lo que soy no fuera como despertar junto a un cadáver.

Camila soltó una risa leve.

—No lo hubiera pensado así, no te preocupes. —Se inclinó y le dejó un beso en la comisura de los labios—. Deja de forzarte. Puede dormir. Yo me encargo de Mathias como siempre.

Lucien sonrió como respuesta y cerró los párpados. La sensación, para Camila fue extraña. No parecía un cadáver, aunque tuviera la quietud de uno. Parecía una estatua desnuda de mármol blanco. Con el rostro sereno, una leve sonrisa formada en la comisura de los labios y el cabello oscuro y desordenado enmarcándole el rostro. Camila no pudo evitar acariciárselo, y arroparlo bien, antes de salir del cuarto.

El día transcurrió con normalidad. Mathias parecía contento de volver a estar en casa y Camila lo llevó a echar la siesta junto a su padre y les hizo un par de fotos que a ella le parecieron encantadoras.

Pero la tranquilidad tenía límites. Poco después de caer la noche y de pasar un rato juntos los tres, en el despacho de Lucien, el aire cambió. Camila lo encontró sentado junto al ventanal, con una carta abierta en la mano y el rostro más pálido y tenso de lo habitual. La caligrafía de la carta era antigua y elegante, y el sello de cera, un anillo dorado rodeando una luna negra, la hizo temblar.

—¿Qué es eso? —preguntó, con duda.

—Una carta del Consejo. Te he hablado brevemente de ellos. Son los encargados, al menos aquí, de que nuestro secreto no salga a la luz.

—¿Es una cita o una advertencia?

Lucien asintió, sin apartar los ojos del papel.

—Sí. Me citan esta noche.

El silencio se alargó. Camila sintió cómo el corazón le martilleaba el pecho, el miedo regresó con el simple peso del sobre.

—¿Tienes que ir?

—No tengo opción —dijo Lucien, con una voz tan resignada que dolía oírlo—. Si no voy, vendrán ellos. Y no los quiero cerca de ti ni de Mathias.

Camila se sentó a su lado, le cogió la mano entre las suyas.

—¿Qué quieren?

Lucien soltó el aire, y por primera vez en mucho tiempo, parecía cansado, vulnerable, humano.

—Oficialmente, explicaciones por lo de anoche, extraoficialmente a Mathias —confesó.

—¿Mathias? —preguntó Camila con incredulidad.

—Su existencia es una anomalía. La mayoría de los nuestros son estériles. Aparentemente yo no —dijo con más amargura que orgullo—. Su sangre tiene mezcla, y temen el potencial de Mathias en el futuro. Que no sepa controlarlo, que se sienta más atraído por los humanos y decida delatarnos... variables muy incontrolables según ellos.

—Qué cruel y qué... inhumano —dijo Camila, apartando la vista.

—Lo es. Ven números, no personas —contesta con un suspiro—. Y temo también que me pregunten por ti. Ere humana, no te he atado mediante sangre a mí y sabes de nosotros, eso tampoco les gusta.

El silencio volvió a caer, pesado y frío.

—¿Y si te hacen elegir? —preguntó Camila, la voz quebrada.

Lucien la miró, dolor en los ojos.

—Si tengo que elegir entre mi lealtad y vosotros… no lo dudaré. Ya he elegido, aunque eso me cueste todo lo que fui. No tienes que tener miedo de que intente manipularte, ni mucho menos traicionaros a vosotros dos.




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