Amarás la noche

Capítulo 30: Papel sellado.

La mañana siguiente amaneció gris, con un cielo encapotado que parecía presionar contra los ventanales de la mansión. Camila preparaba café en silencio, todavía con las imágenes de la noche anterior frescas en la mente.

Lucien bajo la lluvia, con el rostro transformado, conteniendo el impulso de violencia hasta que no pudo más. No se había atrevido a preguntarle nada al respecto en toda la noche, y ahora, el sueño que acompañaba al sol se había impuesto sobre él, como cada día.

Mathias jugaba en el suelo con un rompecabezas, ajeno a las tensiones de los adultos. No se había enterado de nada, y ella había ido a despertarlo con la sonrisa de siempre.

Lucien había permanecido en la habitación de Camila toda la noche, había salido un par de veces a ver a Mathias, pero nada más. Hasta que el sueño lo había reclamado su cerebro solo había dado vueltas a lo ocurrido con Pablo. Había sentido el sabor del miedo del hombrecillo, y también el de su propia furia, demasiado cerca de la superficie. Demasiado cerca de Mathias y Camila.

Por su culpa, esa delgada línea que siempre procuraba no cruzar había sido pisoteada, y ahora solo le quedaba esperar las consecuencias.

El timbre rompió el silencio.

Camila asomó por la cocina, miró a Mathias. Sintió un ligero nerviosismo que se esforzó en ocultar.

—No te muevas de aquí, Mathias, voy a abrir.

El pequeño asintió con la cabeza y observó como Camila se alejaba hacia el recibidor.

En el umbral, un hombre uniformado sostenía un sobre oficial. Le habló con un tono cansado y metódico.

—¿Señor Lucien Delacroix?

—Sí, vive aquí —dijo Camila, mirando más al sobre que al hombre.

El hombre se limitó a pedirle su DNI, que firmara, y le entregó el sobre. Camila sabía lo que era. Se llevó el sobre al pecho y trató de recuperar la compostura antes de volver con Mathias.

Rompió el sello y leyó las primeras líneas con frialdad, aunque la palabra clave, denuncia, parecía destacar por encima del resto. Pablo había ido a la policía, y había obtenido un parte médico. Lo acusaba de agresión física y amenazas graves.

Camila entró a su cuarto y dejó la carta en la mesita junto al dormido Lucien, luego, volvió con Mathias y esperó que pasara el resto del día.

Al atardecer, lo primero que hizo Lucien, fue leer la carta una y otra vez antes de salir con ellos.

***

Poco después, Iván estaba sentado frente a él, cruzando una pierna sobre la otra, con una carpeta abierta, la carta y una sonrisa ladina en los labios.

Camila, daba vueltas nerviosa detrás de Lucien, que parecía más sereno que ella, aunque no mucho más contento.

—Ah, mon ami, nuestro amigo Pablo no se ha limitado a quejarse. Ha escrito una obra entera. Y con detalles, ¿eh? Golpes, amenazas, abuso de fuerza. Lo pinta casi como si le hubieras arrancado la cabeza con las manos.

—Estuvo cerca —replicó Lucien, con una calma peligrosa.

—Pero no ocurrió, y no es delito pensar en matar a nadie, es delito expresarlo —dijo Iván con calma.

Camila suspiró y se sentó finalmente, junto a Lucien.

—Estos pensamientos se deben quedar entre nosotros, simplemente. Pero aquí viene lo interesante. —Sacó una fotografía de la carpeta—. Esto, querido, es de la cámara de seguridad de tu jardín ¿Reconoces esa figura? Prismáticos. A plena madrugada. Frente a tu casa.

Lucien estudió la imagen. El ángulo mostraba claramente a Pablo, de pie bajo la lluvia, observando hacia los ventanales del salón. El tiempo estampado en la esquina coincidía con la hora exacta en que él y Camila habían estado intimando.

—Intrusión a la intimidad —dijo Lucien, casi para sí mismo.

Iván sonrió, felino.

—Exacto. El hombre estaba espiando. Y no solo eso, por lo que me habéis dicho, lo hacía mientras tú y tu encantadora Camila, cómo decirlo… estabais en una situación altamente privada. —Carraspeó—. Es un argumento muy sólido para tumbar su denuncia, y además le da la vuelta a la tortilla.

—Qué vergüenza —dijo Camila—. ¿Tengo que decir en un juicio que me han visto haciendo el amor?

—Camila, es un agravante, estabas en tu casa, no hacías nada malo —dijo Iván, encogiéndose de hombros.

Lucien se reclinó en la silla.

—Haz que se arrepienta. Quiero verlo en la puñetera cárcel.

—Oh, ya lo estoy haciendo. —Iván cerró la carpeta.

Lucien se pasó una mano por el cabello e intercambió una mirada con su viejo amigo.

—Pero prepárate, aunque la justicia mortal se rinda, la otra justicia… —hizo un gesto con la mano, como si espantara un humo invisible— no suele quedarse quieta.

—Lo sé, pero esa bola de nieve ya ha echado a rodar, no podemos pararla, al menos que pague por sus crímenes.

—¿Por qué iban a enterarse? —preguntó Camila, con una mezcla de miedo y curiosidad.

—Camila, tesoro, estamos en todas partes —dijo Iván—. En los juzgados, en el gobierno, en la policía... Sabrán que Lucien aparece en una denuncia, y habrá preguntas.

—Lo solucionaremos, Camila, como la vez anterior —intentó tranquilizarla Lucien.

Pero era imposible. Camila volvía a estar preocupada.

***

Tres días después, la confirmación llegó. Pablo había retirado su denuncia tras la aparición de “pruebas inconvenientes” que lo pintaban como un intruso. Oficialmente, Lucien quedaba limpio, y él mismo había interpuesto una denuncia por allanamiento, espionaje y otras agresiones de índole sexual al haberlos espiado justo en ese momento.

No había cargos. No había expediente. Y, sin embargo, la victoria tenía el sabor agrio de una herida mal cerrada.

Camila se relajó apenas al escuchar la noticia, aunque una parte de ella seguía preocupada. Sabía que Pablo no era hombre que se retirara sin más; el orgullo herido es un combustible poderoso para los hombres ruines.

La tranquilidad duró exactamente una noche.




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