Iván llegó con la puntualidad de un reloj. Claramente al atardecer ya estaba en el coche. Aparcó en la plaza sin hacer ruido, saludó con calidez a Lucien, Mathias y Camila, y se puso a trabajar.
—¿Has oído algo concluyente? —preguntó Lucien, algo nervioso.
—Lo que llamas "concluyente" no existe en estos días —respondió Iván, con una sonrisa que no le alcanzó los ojos—. La policía tiene el cadáver, sin pruebas de violencia en la escena, y los periodistas con más imaginación que ética tienen una historia de cultos, sectas y rituales. Los medios se entretienen.
—Mejor, ¿no? —preguntó Camila.
—Por supuesto, nos conviene por el secreto, pero me da miedo que esto llegue a revistas paranormales —dijo Lucien.
—Yo lo prefiero —respondió Iván—. Nada quita más credibilidad a una hipótesis que aparecer en una de esas revistas.
Camila, que estaba sentada a la mesa con una taza de té que ya se había puesto fría, escuchó y miró a Iván con esa mezcla de agradecimiento y temor que llevaba semanas en la cara. El embarazo se le notaba ya en la ropa; la barriga le daba un perfil nuevo y el cuerpo le recordaba por las noches que era posible sentir la vida dentro y el miedo fuera al mismo tiempo.
—¿Sospechan de nosotros? —preguntó ella, directa, porque no soportaba la incertidumbre, y refiriéndose al Consejo.
Iván la miró un segundo, midiendo las palabras.
—Sospechan de muchos —dijo—. El Consejo ha movido ficha, eso te lo puedo confirmar. Observan y han hecho un par de preguntas. Lucien está en la lista de miradas, obviamente, porque vive aquí. Pero hasta ahora no hay indicios de que vengan por ti. Y mientras el pueblo, y la policía no te apunten dudo que ellos lo hagan. No les importan los muertos, les importa que se asocien a nosotros.
Lucien se incorporó y, sin dejar de mirarla a ella, habló.
—Si vienen a preguntar les atenderé. No he sido yo. No tengo nada que ocultar.
Iván asintió. Sabía que Lucien era prudente. Salió esa misma noche a hacer las llamadas pertinentes para saber más de lo que cualquier abogado debería saber. Volvió de madrugada.
—Al muerto lo encontraron cuando visteis las sirenas, pero llevaba desde la noche anterior muerto, sobre las doce de la noche.
—A esa hora estábamos viendo una película —dijo Camila.
—¿En casa o en el cine?
—En casa, me temo —dijo Lucien.
Iván asintió con la cabeza.
—No pasa nada. Me preocuparía más si hubieran intentado inculparte o algo, pero no siendo el caso...
—¿Cuál es tu sospecha? —preguntó Lucien, cortándole.
—Sospecho, y ojalá sea cierto, que pasó por aquí uno de los nuestros con más hambre que cerebro. Simplemente. —El vampiro se encogió de hombros—. Si todo va bien podemos asumir que ha sido un accidente, no alguien buscando hacerte daño.
—Ojalá tengas razón —sentenció Camila.
***
Pasaron los días con la monotonía de un pueblo pequeño que intenta recuperar la normalidad. El asesinato era comentado, pues no era algo que ocurriera normalmente en un sitio así, pero como todo, la gente fue perdiendo el interés. Nadie más apareció muerto; no hubo nuevas escenas en las que la sangre marcara un mapa. Las conversaciones en el bar volvieron a los asuntos domésticos.
Para la pequeña familia la situación también acabó por normalizarse. Hasta salieron a dar un paseo nocturno los tres juntos una noche.
Lucien estaba seguro de haber visto a algún enviado del Consejo, pero como no se le habían acercado directamente, él solo había actuado con normalidad.
—Me vigilan, pero no creo que actúen —dijo una noche en la cocina, poniendo la tetera al fuego para hacerle una infusión a Camila—. No soy un problema. Y lo saben. Pero supongo que les cuesta más admitir que hay uno al que no tienen tan bien atado, y yo soy un buen cabeza de turco.
Camila asintió, aunque cada palabra le pesaba. Le dolía esa vigilancia tan férrea solo por existir.
La tensión, pocos días después, cedió lugar a algo más íntimo. Fue una noche en la que la lluvia no terminaba de llegar y el viento traía el olor del mar. Mathias dormía tranquilo; Iván había vuelto a la ciudad. La casa estaba envuelta en calma.
Camila se sentía extraña aquella noche, muy pesada en el vientre, con los pechos más llenos y sensibles que nunca, y la piel un poco tensa de tantas noches mal dormidas.
Frente al espejo, vio cómo la ropa subrayaba curvas nuevas; la línea de la barriga, el pecho más alto, la cintura ensanchada. Por primera vez desde hacía mucho, sintió pudor de sí misma, una vergüenza antigua que le hizo bajar la vista y contener el aliento. Lucien era una criatura hermosa para cualquiera que posara sus ojos en él, y ella se sentía horrible.
—Hoy me siento fea —susurró, sin buscar compasión, solo expresarse, justo cuando Lucien apareció en el marco de la puerta.
Él la miró con una paciencia desarmante. No le gustaba contradecirla y negar sus sentimientos. Se acercó despacio y dejó la palma de la mano en la curva de su vientre, la acarició con una ternura casi imposible. No le dijo "no lo estás", ni buscó endulzar la realidad, le regaló la verdad que él veía.
—Eres más que hermosa. Estás llena de vida y eso te hace aún más bella. Así, eres perfecta —susurró, dejando un beso cálido en su frente.
Ella cerró los ojos y tragó saliva. Sintió ganas de llorar de ternura.
Lucien se agachó y le besó la barriga, después la línea de la cadera, después el pecho, sobre la tela fina. Las manos de él la exploraron con un amor lento, mapeando cada zona nueva, cada estría incipiente, cada parte que a ella le hacía sentir inseguridad. Camila tembló de anticipación y de vulnerabilidad.
Él subió el vestido, sin pudor y sin prisa, luego deslizó la ropa interior, con la naturalidad de siempre. Lucien no había dicho una mentira, la veía hermosa. La deseaba como cada noche.
Se arrodilló frente a ella y le besó el vientre una vez más, luego el interior de los muslos, con besos largos. Le abrió las piernas, la sostuvo con firmeza y la miró a los ojos antes de hundir el rostro en la calidez de su sexo.