Volvieron a casa cerca del amanecer. Tras preguntas intensas y muchos nervios. Sí, era el hermano de Pablo. Sí, habían tenido una historia complicada, pero no había motivo suficiente, a nivel legal, para retenerlos. Nada los ataba al crimen más allá de conocerse. No podían retenerlos por haber sido asesinado cerca de donde ellos vivían. No había huellas, no había arma del crimen.
Iván les advirtió que pedirían una orden judicial para examinar la casa, y probablemente hasta huellas, pero ninguno se preocupó especialmente por eso en concreto.
El miedo real era haber atraído la atención del Círculo. Lucien volvía a estar implicado en un asesinato humano, y volvía a tener que hacer malabares para no revelar su naturaleza ante ojos humanos, y volvería a tener que responder preguntas incómodas ante los suyos más pronto que tarde.
La madre de Camila, no había podido dormir con los nervios, pero los niños estaban descansando. Le explicaron la situación y se despidieron de ella. Camila no quería hablar de ello, se sentía mentalmente agotada, y Lucien no quería verter en ella sus preocupaciones sobre el Círculo.
Iván se retiró a la habitación de invitados antes de que amaneciera, prometiendo que al atardecer, cuando tuvieran tiempo, lo hablarían los tres con tranquilidad. Lucien y Camila entraron en la suya.
—Ya sé que no quieres hablar de ello con tu madre pero, ¿y conmigo? —preguntó Lucien, sentándose en la cama.
—Tú también tienes que descansar, como Iván —dijo ella con desgana.
Lucien contuvo un suspiro y negó con la cabeza.
—No, si estás muy saturada, si me necesitas, puedo aguantar un día sin descansar, mientras la casa permanezca a oscuras —respondió con sinceridad—. Mira, tú descansa, yo me encargo de los niños y...
Camila negó con la cabeza antes incluso de que acabara de hablar.
—Creo que me vendrá bien cuidar de ellos y mantener la mente entretenida.
—Pero no has dormido en toda la noche —insistió él—. Deja al menos que me quede unas horas hasta que puedas dormir...
Camila no pudo evitarlo. Rompió a llorar desconsolada. Lucien se levantó inmediatamente y la estrechó entre sus brazos. No la presionó para que hablara.
—Es que no sé por qué nos pasan estas cosas —atinó a decir llorando—. Es que no hacemos nada a nadie.
Lucien no respondió, sabía que no quería respuestas, sino compañía. Acarició su cabello con suavidad.
—Y es mi culpa. Te he vuelto a meter en un lío por culpa mía —dijo, intensificando su llanto.
—No, Camila, no —respondió él inmediatamente.
Se separó lo justo para poder mirarla a los ojos. Le secó las lágrimas que le caían por las mejillas.
—Camila la culpa la tiene el asesino. Nadie más. Tú jamás. —Sus palabras sonaron firmes. No titubeó—. No te engañes, tesoro, si de verdad es alguien queriéndonos hacer daño, a mí más concretamente, hubieran encontrado otra manera. Me hubieran hecho daño igual pero no te tendría a ti para acompañarme.
Camila no dejó de llorar inmediatamente, pero se calmó. El amanecer había llegado y Lucien luchaba por no caer presa de su letargo diurno. No sentía que pudiera permitírselo. Permanecieron así durante largo rato, hasta que ella se calmó. No pudo convencer a Lucien de que se dejara vencer por el sueño, pero el corazón le apretaba. Mathias estaba contento de tener a su padre todo el día por la casa, y con el bebé fue de gran ayuda, pero ella solo podía pensar en el caso y en cómo debía estar sufriendo Lucien por dentro, que no se había quejado de cansancio o dolor ni una sola vez.
Al atardecer, Iván despertó y se unió a ellos. Notó la tristeza de Camila, pero no era una conversación que pudieran retrasar.
—Lucien, alguien va detrás de ti, estoy seguro. No tuvimos tiempo de hablarlo ayer, pero envié gente a investigar —dijo con calma, mirando a ambos—. Juan no se había mudado aquí, ni cerca. Se fue de su casa hace dos noches. De improviso, sin avisar a nadie y sin teléfono móvil.
—¿Insinúas que lo secuestraron y lo trajeron aquí, para matarlo aquí y hacer que nos inculparan? —preguntó Camila.
—Sí, justamente. Lo que no sé es quién podría tener algo contra ti tan fuerte —siguió Iván, suspirando.
—No se viven siglos sin hacer enemigos, Iván —dijo Lucien, encogiéndose de hombros.
—No, pero nunca has sido problemático, tienes pocos enemigos para la media, no sé quién puede ser, estoy perdido.
Lucien y Camila se intercambiaron miradas. También lo estaban.
—¿Puede tener relación con Mathias y Elio? —preguntó Camila, con temor.
—Puede, pero no creo. Me parece que habría maneras más eficientes de arrebatároslos, incluso usando la justicia humana para ello.
—No descartemos —añadió Lucien.
—Mirad, tengo que seguir investigando, pero no quiero irme. No puedo partirme —dijo Iván.
—Si tienes que irte, vete. No puedes hacer nada aquí físicamente. Si quisiera atacarme lo habría hecho, y si hay juicios y citaciones lo sabremos con tiempo para que vengas.
Iván guardó silencio y finalmente asintió con la cabeza.
—Voy a colarme en su piso e investigar por si los policías se han dejado algo.
—No puedes hacer eso —dijo Camila, con una expresión de terror.
—No me pillarán, tranquila —dijo el vampiro con una sonrisa—. Soy muy sigiloso.
Lucien puso una mano sobre la de Camila.
—Confía en él. No lo pillarán. Lo máximo que puede pasar es no averiguar nada.
Iván se fue, un par de horas después. No recibieron más citaciones ese día, pero sabían los tres que tanto la justicia humana como El Círculo se estaban moviendo. Que el menor indicio haría que la policía obtuviera una orden de registro, y si era de día y Lucien estaba en letargo estarían en un grave problema porque no había manera de explicar que por la noche, recuperaría la vida.
Fue la noche siguiente cuando Iván los llamó.
—Me temo que la policía ha encontrado una serie de cartas entre Juan y Pablo —dijo con un tono pesado—. Pablo estaba obsesionado con que lo espiaban y se negaba a usar algo que no fuera correo tradicional. Juan le decía que estaba loco y que fuera al médico, pero eso no es lo importante.