La investigación duró días. No fue agradable, ni tampoco completamente concluyente.
Igor de León probó ser lo que Iván y Lucien sospechaban de él: un tiburón de los negocios y de El Círculo que había coincidido en estar fuera los demás días que había juicios.
Sebastián Font era una figura más complicada, y más controversial. Había tenido encontronazos con El Círculo en el pasado, y con la ley humana, pero no había nada que lo asociara a los otros dos vampiros. Iván incluso había cruzado unas palabras con él. Sí, había asistido a esos dos juicios, pero quizá por los motivos más pueriles.
Iván se sentó frente a él en el bar de mala muerte que llevaba junto a otro vampiros. No era su ambiente, pero definitivamente destacaba menos de lo que hubiera destacado Lucien.
—Bonito lugar —dijo sonando casi convincente.
El vampiro le sonrió con una expresión estúpida, y entonces lo comprendió. Iba muy, muy drogado. Probablemente se alimentaba exclusivamente de clientes borrachos y drogados que eran presa fácil para su encanto vampírico. En un sitio así, beso y mordisco probablemente se pronunciaran igual.
—Te vi el otro día en un juicio, me sorprendió. No te había visto antes.
El tipo soltó una risa divertida, demasiado divertida.
—Yo a ti tampoco, pero probablemente porque no voy —logró articular, para sorpresa de Iván.
—¿Y eso?
—¿Eres de los peces gordos del Círculo? —preguntó tratando de centrarse.
—No, soy el abogado, por así decirlo, del tipo que fue juzgado.
El tipo hizo una "o" con la boca, sin llegar a emitir ningún ruido, como si no se lo esperara.
—No sabía si fue un tipo o una tipa. Habló mucha gente.
Iván soltó una risita.
—Llevabas una buena, amigo.
—Y que lo digas —soltó con una risa—. Si te digo por qué estaba me empapelan.
—Eso será solo si yo lo cuento, ¿no? —dijo Iván, con una complicidad bastante natural.
—Estampé mi moto en un bar, ¿vale? y salí por patas. No pasa nada, porque la moto no era mía legalmente, pero sabía que tenía que esconderme. La poli me tiene fichado, ¿sabes? —explicó como si fuera lo más natural del mundo.
—Tienes razón, si el Círculo se enterara de eso te colgaba de los pulgares —dijo Iván—. Por suerte para ti, soy muy bueno guardando secretos.
No fue un descarte completo, porque siempre podía haber estado fingiendo, pero todo apuntaba hacia Amanda Mejías. El problema: No habían logrado dar con ella.
No sabían por dónde tirar. Su residencia legal era, como ocurría con muchos vampiros, falsa. Su contacto con la gente del Círculo, prácticamente inexistente, y sus registros en la policía también.
Era una situación muy común entre los vampiros que rechazaban la autoridad del Círculo, y más para quien se dedicaba a violar sus leyes, pero a ellos no les venía bien.
La desesperación comenzó a crecer en los tres, pero fue Camila, quien una mañana, vino con la solución. Esperó pacientemente a la noche, dudando de sí misma y de su idea, para poder contársela a Lucien e Iván.
—Se me ha ocurrido una idea, pero necesitaríamos la ayuda del Círculo.
—Me gusta cómo piensas —dijo Iván—, pero desgraciadamente la ayuda del Círculo no es algo que se consiga fácil... Ni gratis, Cami.
Ella asintió con la cabeza. Suspiró. Lucien tomó su mano.
—Vamos a intentarlo, si crees que es buena. Yo te apoyo. Siempre —dijo con ternura.
Camila lo miró y sonrió levemente.
—Necesito volver a hablar con Sigrid Falken en ese caso. Sola.
Iván y Lucien se intercambiaron miradas de preocupación, pero fue Iván quien rompió el silencio.
—¿No quieres contárnoslo a nosotros primero?
—No, necesito hablar con ella. Creo que la idea puede funcionar. —Camila fijó su vista en Lucien—. Necesito que confíes en mí, en que no voy a poner a los niños en peligro bajo ningún concepto.
Lucien parecía preocupado, pero no tardó en asentir con la cabeza.
—Confío en ti, pero Sigrid no es la clase de vampira que confíe en humanos o tome en cuenta su criterio.
—Lo sé —dijo Camila apretando su mano—. Y no prometo que funcione, pero quiero intentarlo. Dejadme hablar con ella sola.
Lucien miró a Iván suplicante, este suspiró y asintió levemente.
Esa misma noche Camila volvió a cruzar el anodino edificio gris que hacía de base para los vampiros de El Consejo de la noche eterna. Esa misma noche, Lucien e Iván esperaron ansiosos. Iván en la puerta y Lucien en el coche con sus hijos. Camila y Sigrid hablaron durante más de una hora.
Cuando salió no quiso hablar con ellos de cómo había ido la reunión. Solo pidió ser llevada a casa. Lucien no tuvo corazón a insistirle. Iván prometió que seguiría tratando de dar con Amanda.
Llegaron a su casa, agotados, sobre todo ella, muy cerca del amanecer.
Lo que ninguno esperaba es que dos noches después volviera a llegar una citación de El Consejo. Citando a Lucien tres noches desde la recepción de la carta. Lo acusaban de revelar el secreto, pero no daban más datos.
—No puede ser, no ha habido más asesinatos, no he hecho nada —insistió él.
—No te preocupes, lo arreglaremos —dijo Iván, que no sabía cómo defenderlo sin saber de qué estaba siendo acusado realmente.
Lucien no se atrevió a preguntarle a Camila si ella tenía algo que ver con la acusación, pero ella también parecía triste y preocupada. Lo abrazaba con ternura y besaba su cabello.
Iván, por otra parte, parecía mirarla con cierto recelo.
—¿Te quedarás con los niños en un hotel de nuevo? —preguntó Lucien, con cierto nivel de agobio.
—No —dijo ella, dejándolos helados a ambos—, creo que será peor idea. Fue lo que hicimos la última vez.
—Mi idea era cambiar de hotel —dijo Lucien, visiblemente confundido.
—No creo que me pase nada. Ni siquiera habéis dado con ella, puede que no esté ni cerca.
Iván tenía la vista fija en ella.