AHMED
Suelto un largo suspiro mirando al ser más hermoso que estos ojos humanos han visto jamás, su piel brilla aun sin luz, camina por los largos pasillos de este castillo, su casa, su prisión, Damián y Samuel vienen detrás de mí hasta que quedamos frente a una puerta más alta que incluso este ángel.
—bien, hasta aquí llegan ustedes. —su dulce voz hizo que Sam tomara el tirante de la pretina de mi pantalón con su dedo jalándome hasta él; Damián se adelantó y toda su espalda me cubrió.
—creo que eso no podrá ser ¿Cómo podemos confiar en ti? —vi como sutilmente Damy mantenía su mano en su daga en su espalda.
—Calma Damián, no me hará daño. —le tomo la mano en su espalda con suavidad y los tres pares de ojos me miran, dos con preocupación y uno con… ¿admiración?
Ellos toman distancia del prisionero junto conmigo, entiendo su preocupación, pero quien tiene más respuestas aquí es él.
—¿vas a confiar en él? ¿Qué no me están contando? —sus susurros son preocupantes, Damián no está dispuesto a dejarme solo en una habitación con ese ángel.
—Damián, calma, cuando llegue lo note, jamás lo he visto y los intentos por borrarlo de mi mente por parte de los superiores no basto… viste sus ojos —no sé porque también estoy susurrando, pero todos giramos la mirada al ángel que esperaba paciente en la puerta, jugando con las mangas largas de su túnica.
—no es como si pudiera usar magia aquí, y no la dejare entrar con armas allí —esa afirmación de Sam parece que lo convence.
—su nombre es Azmed, ¿cómo puedo tener confianza? —ambos se miraron por un momento y solo el ángel de ojos dorados me miro con una sonrisa cálida, recordándome a mi madre.
—porque jamás le haría daño a un familiar y mucho menos a alguien con los talentos de Ahmed —el ángel abrió la puerta de la habitación y desde esta distancia podía ver un pequeño salón, de este emanaba un olor a dulce muy familiar, me recordaba a mis hermanos, a mi madre.
—¿familia? —vi su cara sorprendida y Sam solo suspiro, él si había notado el parecido.
—es… técnicamente mi abuelo —explique quitándome las armas de encima y camine lentamente esperando que no le diera un ataque.
Entre a la habitación y es más pequeña de lo que esperaba; los tonos van entre madera y ocre, las cortinas igual que en la entrega, una alfombra a juego en tonos rojos, negro y dorados, el dibujo se perdía entre los muebles del lugar, pero por alguna extraña razón me es familiar, en ambos las paredes hay estantes llenos de libros los cuales no tienen nada grabado en sus lomos más que un extraño sello.
Cerro la puerta tras de nosotros y me desplome en el sofá grande, la pequeña mesa en medio tenía un juego de tazas solo dos y en la tetera humeaba el líquido de olor dulce.
—entonces… ¿Cuál es la historia? —lo mire desconcertada ¿Qué quería exactamente que le contara?
—no sabría que contar —coloque mis manos sobre mis rodillas dando palmaditas, la habitación es acogedora, aunque me da cierta sensación de estar hablando con un terapeuta.
—eres humana ¿no? Puedo verlo en tus ojos, en tu piel, uniste tu cuerpo humano con tu memoria angélica —me quede en silencio viendo como tomaba asiento frente a mí, veía su rostro lleno de orgullo, parecía una mujer por sus rasgos tan delicados pero su pecho plano y la túnica abierta dejando a la vista más piel pálida me hizo fruncir el ceño.
—¿Por qué acabaste aquí? —hablé bajito y él comenzó a servir el té, con tanto cuidado que mi mente volvió a divagar en mis viejas memorias, en aquellos momentos cuando estuve en Asia.
—bueno… supongo que primero será el té —me extendió la taza pequeña y olfatee el olor, por más que intente usar mis manos estas parecían apagadas, podía sentir la energía en ellas, pero nada explotaba.
—si es una prisión ¿Dónde están los guardias? —este lugar no tiene ventanas, pero la sensación dentro de ella es cálida, no como para dar calor, la temperatura es inexistente, tal vez.
—ellos saben que no escapare, por ello solo a veces vienen, cada siglo tal vez —tomo un sorbo cerrando los ojos, lo imite y por al menos ese momento no sentí nada, era como estar en paz, sin precauciones o sin alguna visión alterada de Samuel.
—pero ¿cómo sabes lo que sucede afuera? —lo mire extrañada y el mantuvo una sonrisa suave en sus labios.
—el tiempo fluye aquí, lo que sucede o deja de suceder… Viniste y siempre vendrás, en cualquier realidad en cualquier universo—lo contaba con tanta calma que me está preocupando.
—entonces… sabes que Dios no está —él simplemente asintió tomando otro sorbo, yo seguía mirándolo, era rosa, pero de ella algo brillaba como las estrellas.
—siempre lo supe —levante demasiado rápido mi viste y él seguía muy tranquilo.
—¿Cómo?
—vino aquí. —dejo la pequeña taza sobre la mesa con calma, como si temiera que el simple sonido hiciera eco en la habitación.
—¿Dios? ¿vino aquí? ¿Cuándo? —estoy un poco desesperada, Azmed lo supo, pero jamás dijo nada, bueno tampoco es que tuviera a quien decirle, lo tomarían por loco después de todo.
—Ahmed, no es alguien a quien quieras ver, de verdad. —su mirada es suplicante, se levantó de su asiento y ahora estaba a mi lado, su altura es considerable, el tacto de sus manos con las mías es suave, tiene manos delicadas, con dedos largos muy elegantes como un pianista.