—pero miren quien vino a mi… —su sonrisa complacida contrastaba demasiado el como lo habían dejado. Lleve las manos a mi pecho, no por miedo o sorpresa, mis manos de alguna manera reaccionaron a las heridas de Lucifer, querían sanarlo.
Tenía cadenas pesadas; en sus manos y pies tenia círculos de oro con sellos que brillaban tenuemente, la única luz del lugar venia de ellas y de sus ojos rojos.
—solo vine a saber cómo estabas —lo vi elevar una ceja de incredulidad, mi voz había sonado tan baja incluso el guardia a lo lejos me miro sorprendida, tal vez con duda.
—agradezco tu preocupación, pero como veras —intento mover sus manos, pero sus cadenas apenas y las podía mover. —no creo que puedas ayudarme a eso. —sus ojos me escanearon. —tampoco te diré como fui allá —no oculte mi decepción, pero sabía que no me lo diría. —¿lo sabes no? —cuestiono apenas mirándome.
—¿el qué? —lo mire con fastidio.
—vi un… destello… estas… estas intercomunicada ¿no? —intente retorcer, pero volví a mi sitio, escuche la risa baja de Lucifer y negó varias veces. —estas más jodida de lo que pensé. —sus ojos me miraron de nuevo y esa intensidad, la misma de la primera vez estaba allí. —y lo peor es que no lo sabes
—iluminame —respondí muy rápido, fastidiada y mi enojo creció cuando el volvió a reírse, esta vez mas alto. —¿Qué es tan gracioso?
—tu —su respuesta fue corta, siguió riéndose, quería entrar y golpearlo.
—¿Qué tengo de gracioso? —cuestione de nuevo y él se mordió el labio.
—fuiste a buscarme aquel día, pero… ¿crees en serio que tu plan funcionara? —baje la mirada sabiendo que las dudas y los riesgos eran altos. —vez, incluso tú lo cuestionas, pero… allí esta, la respuesta.
—¿entonces debo quedarme de brazos cruzados? —coloque las manos en la reja pegando mi cara más dentro. —ayudame a cerrarlo —él volvió a mirarme, esta vez con fastidio.
—en ninguna de las realidades esta la respuesta —dijo como si yo fuera la tonta, como si no estuviera viendo algo.
—¿en dónde está entonces? —pregunte casi al grito mirándolo a los ojos, esa sonrisa en sus labios y sus ojos escaneándome me hicieron dudar.
Nos quedamos un largo momento mirándonos hasta que una idea cruzo por mi mente y ahora era mi turno de soltar un bufido alejándome de la reja, le di la espalda peinando mi cabello hacia atrás.
—piénsalo un segundo y… olvidate de Leah —me gire rápido solo para mirarlo y procesar la información.
No tenía mucho o nada de especial, solo era demasiado rebelde ¿no?
Las historias de mi padre, mi familia, los rangos, todo vino un momento a mí y luego las palabras del abuelo en la cárcel.
Fue como si me abofetearan tan fuerte que me dejo completamente aturdida.
—mi-mientes —susurre lo suficientemente alto.
—¿un querubín, hija de un Trono, con dudas? Hasta para mi es estúpido tenerlas, niña —me alejé de la reja sin girarme y cuando estuve en el cruce me fui sin mirar atrás.
Camine tan rápido que pase por el lado de Gabriel y Rafael como si nada, una ira creciendo dentro de mí, solo me dejo pensando demasiado en todo.
Desde pequeñas nos educación al igual que al resto, clases de elite, estudios sobre todo y nada, un matrimonio arreglado y yo.
No sabía gestionar mi ira, jamás lo supe hacer del todo, Azmed lo sabía, me lo dijo porque pensó que podría manejarlo y la realidad es que lo intente procesar, aceptarlo; me es difícil aceptar lo que estoy pensando.
—¿Ahmed? —la voz de Samuel solo me hizo dar un paso y desplegar mis alas yendo lo suficientemente bajo y rápido que solo pareceré un destello de luz.
Llegue hasta la puerta de la casa familiar y tire la puerta de un solo golpe, los guardias de mi padre aparecieron rápido, al verme todos se miraron confundidos, se quedaron allí sin saber exactamente que hacer o que decirme.
—llámenlo, ahora —mi voz no la reconocí, sonó igual de retumbante que la de mi padre. Todos se quedaron allí parados como si no hubiera hablado con ninguno de ellos, pero conociéndolos ya mi padre estaba siendo avisado.
Los fuertes pasos de sus pisadas se hicieron presentes y allí estaba él, igual de alto y altivo mirándome como si fuera una pequeña niña.
—Ahmed, Hija mía. No pensé que- —no espere ni un momento más le lance una de mis dagas directamente a la cara.
Él con sus reflejos se movió haciendo que la daga apenas rozara su piel, me miro entre sorprendido y complacido.
—te quiero lejos de mis hermanas, lejos de mí y mi madre —mi voz seguía saliendo profunda, fría como el hielo, e incluso el clima que venía detrás de mí era tan helado que cortaba.
—¿se puede saber ahora porque este arranque? —pregunto con total serenidad, todos a su alrededor ya habían retrocedido lo suficiente como para desaparecer.
—Samuel, Sathiel… no te bastaba un arreglo político ¿no? —él tenía un brillo en sus ojos, reconocimiento, parecía que ya unía las piezas.
Lo siguiente que escuche fue un aplauso seco, sonoro y sin gracia.
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Editado: 17.10.2025