Corín y Noah
“No sé si creerte... o salir corriendo”
La tarde se volvió más larga de lo normal.
Cada vez que alguien pasaba cerca, sentía que me observaban. Que sabían. Que hablaban.
No necesitaba escuchar palabras para entender lo que sus ojos decían: “ella y el jefe”.
Y la forma en que algunas mujeres me miraban… como si fuera culpable de un crimen.
Mi pecho se cerró. Las viejas heridas comenzaron a palpitar, esas que creía tener bajo control. Empecé a preguntarme si me equivoqué. Si dejar que esa pequeña ilusión creciera fue un error. ¿Cómo iba a pensar que alguien como él…?
—¿Corín?
Esa voz.
Me di la vuelta. Estaba ahí, en la entrada del área de diseño.
Noah.
—¿Podemos hablar un momento?
Asentí en silencio. Mi voz no quería salir.
Me llevó hasta una sala pequeña de reuniones, vacía a esa hora. Cerró la puerta con suavidad, como si temiera romperme con un movimiento brusco.
Por unos segundos, no dijo nada. Solo me miró.
Yo, en cambio, desvié la mirada.
—Sé lo que están diciendo —comenzó—. Y también sé que tú los estás escuchando.
No respondí.
—Quiero que sepas que no fue mi intención exponerte. No debí acercarme así sin pensar en lo que podía provocar.
Eso me dolió más de lo que quise admitir. ¿Se arrepentía?
—Entiendo —murmuré, con un nudo en la garganta—. No te preocupes. No pasó nada. Solo fue un café.
—No —dijo él de inmediato, dando un paso hacia mí—. No fue solo un café, Corín. No para mí.
Mi mirada se alzó, sorprendida.
—Te he estado observando desde hace tiempo… no como jefe. Como hombre. Como alguien que admira tu fuerza, tu talento… y tu corazón. Y no quise decir nada porque sentía que si daba un paso en falso… te iba a asustar.
—Ya me asustaste —susurré. La voz me temblaba—. Porque no sé si creerte… o salir corriendo.
Él dio otro paso, pero más lento.
—No quiero que corras, Corín. Solo quiero que sepas la verdad. Que me importas. Que no estás sola. Y que no me importa lo que digan los demás. Me importa cómo te sientes tú.
Una lágrima traicionera rodó por mi mejilla. Rápidamente la limpié. No quería parecer débil. Pero él la vio. Y no se rio. No se burló. Solo me miró con esos ojos que parecían decir: “te veo… y te acepto”.
—Noah… —dije, por primera vez, sin “señor”—. No sé si sé cómo recibir algo bueno. Siempre estoy esperando que alguien me haga daño. Y ahora, tengo miedo de que tú también lo hagas.
—Entonces dame la oportunidad de demostrarte lo contrario. No pido que confíes en mí por completo hoy… solo un poco. Solo lo suficiente para que no cierres esa puerta entre nosotros.
Nos miramos. Largo.
Y por primera vez, no fue silencio lo que sentí entre nosotros… fue paz.
Asentí.
Un poco. No todo. Pero fue suficiente.
Y él sonrió. No como jefe. No como empresario.
Como un hombre que quizás, acababa de encontrar algo que llevaba mucho tiempo buscando.