Amarrada al Árabe

16

Dafne abrió los ojos, por el repentino calor que sentía, no recordaba sentir tanto calor en las mañanas como aquel día. Algo no estaba nada bien, su cuerpo se sentía como una olla en ebullición, provocando que su frente pequeñas gotas de sudor la adornaran como un árbol de nieve.

Lanzo un gemido, sosteniéndose la cabeza y enfocando mejor su vista, aunque las cortinas de la habitación estuvieran cerradas, la luz solar penetraba, dando un tono tenue a la habitación. Su ceño se frunció al ver que todo estaba mal, ese lugar no era su casa, el color tan frio de la habitación no era el mismo que la noche anterior tenía. El pánico recorrió en su cuerpo al pensar que la habían secuestrado, recordaba haber tomado lo suficiente como para olvidar donde fue la noche anterior. Sus piernas temblaban como gelatina sacada de una heladera, miró hacia abajo y jadeo, no estaba con las mismas prendas con la que había salido. A su diferencia, solo estaba en ropa interior y una bata de seda envuelta.

Salió como pudo de la cama y camino hasta la puerta, que, para su aun temor, esta se encontraba cerrada con llave.

—¡Ayuda! ¡Déjenme salir, por favor! —grito, implorando, con la esperanza que alguien la escuchara y la ayudara. Una y otra vez movió la perrilla sin tener éxito. Rápidamente camino hasta la ventana, su sorpresa fue aun mayor que el temor que sentía. Por la altura, podía intuir que estaba en una casa de dos plantas, un jardín verdoso se alzaba en la planta baja, rodeado de rejas negras, que, a su diferencia, todo detrás de las rejas era como un pueblo, ciudad o colonia de casas, sin césped, solo concreto, dejándolo ver como una ciudad tan fastamal y fría. Pero su sorpresa no había sido aquello, mas bien el desierto que se alzaba a los costados del lugar. ¿De verdad eran de dos pisos aquella casa? Podía jurar que eran tres, por la gran vista que tenia del lugar.

¿Dónde estoy? Se repitió, tratando de recordar algún acontecimiento de la noche anterior, solo recordaba haber llegado con Will al club junto a sus amigos, haber tomado un par de copas y nada más. No recordaba haber estado con un hombre que no sea Will. Dejo que sus lagrimas comenzaran a caer por sus mejillas, su corazón latía desbocado ante el pánico que vestía su cuerpo. Se juraba que aquello no era verdad, un mal sueño que pronto despertaría y estaría en su pequeña casa, nada más. Pellizco su ante brazo y palmeo su mejilla, ¡Sentía dolor! Chillo, no era un sueño. Estaba secuestrada.

 

(…)

 

Una hora había pasado desde que había comenzado a golpear la puerta una y otra vez, implorando su libertad. Al punto de dejar de insistir y abrazar sus piernas con sus manos, en una postura de miedo, no sabia que harían con ella, ni quien la había secuestrado, pero quien lo había hecho; la había llevado lejos de casa.

 

El tintineo de unas llaves golpeando la madera de la puerta la saco de su ensoñación, con rapidez se levantó y la miró con temor, esperando que la persona que entrara por esa puerta no le hiciera nada malo. Otra vez en el tiempo dentro de esa habitación, se llevó una sorpresa, el incomparable y predecible Keren Azzar se alzaba en el umbral de la puerta, mirándola serio.

—¿Qué…

 

Sus palabras se atascaron en su garganta, de todos sus pensamientos, ninguno se le había ocurrido que Keren fuera el responsable de su secuestro.

Keren alzo una sonrisa sínica, retirándose su hiyab.

—Bienvenida a casa, habibi —hablo, dejando que su pronunciación de las ingles se notara aún más con cada palabra arrastrada.

 

Keren Azzar, el hombre que había aceptado un trato de garante, el hombre que le había vendido su virginidad por su libertad, ese hombre se alzaba frente a sus ojos, con una postara prepotente, mirándola serio, como si disfrutara verla vulnerable, imponente y aterrada.

—Este lugar no es mi casa —se obligo a hablar, con su cuerpo tembloroso. Keren torció el gesto.

—Claro que es tu hogar, Habibi. Siempre será tu hogar.

 

Keren dio unos pasos hacia dentro de la habitación, al momento que Dafne daba dos hacia atrás, enfureciéndolo ante su rechazo.

—Quiero irme, por favor. No deberías estar haciendo esto. —suplico, cristalizándose sus ojos.

—¿Hacer qué? Solo he traído donde pertenece mi esposa, ¿Qué esperabas? ¿Qué te dejara ir así de fácil? Aun eres mi esposa, Dafne, ¿Y quieres saber algo? Lo que firmaste no era mas que un permiso para viajar, me convertiste en tu dueño, la persona que decide por ti en mi territorio.

 

El frágil cuerpo de la fémina tembló, no podía dejarse creer en sus palabras, ella había firmado el divorcio, había disuelto el matrimonio; pero algo le llego a su mente, como luz.

¿Por qué no hay abogados?

Tengo mi propio abogado.

¡Era tan claro como el agua! Tonta, esa era la palabra en que la describía, había sido tan ilusa y tonta en creer que todo se había terminado, no había abogados ni la marca de uno en los documentos, no había leído nada por la ansiedad que tenia de ser libre. Keren solo había jugado con ella todo el tiempo.

—Deja de mentir…no es verdad, yo firme el divorcio —titubeó, aferrando sus manos a sus ante brazos, haciéndola ver aún más indefensa.

 —¿Lo firmaste? Yo no lo creo, te dije que leyeras, pero tu no lo quisiste hacer, ¿Tan enamorada estas de ese tipo? Déjame decirte que ahora estas en Arabia, tu decidirás si por las buenas o por las malas te olvidaras de el y tu ex vecino. Recuerda algo, Dafne —Keren rompió la distancia entre ambos y tomo su mandíbula —. Aun eres mi esposa, y lo seguirás siendo hasta que yo lo decida, no importa cuanto lo intentes, seguirás amarrada a este árabe.

 

Keren la soltó y camino hasta la puerta, Dafne no dispuesta a dejarse por Keren, sin pensarlo contesto.

—Podrás tenerme aquí encerrada, me engañaste y fui tonta en creerlo, lo acepto, pero también hay algo que debes saber —Dafne hizo una pausa—. Nunca podrás ocupar el lugar de Wilson, serás tan despreciable como ver el lugar donde vives, no te amo y nunca lo hare, ¿Secuestrarme es la solución? Créeme que no cambiara la repulsión que tengo hacia a todo de ti.




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